2 Corintios 5:17 “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí, son hechas nuevas”
Me gusta ver Animal Planet.
Me gusta porque me enseña mucho acerca de como los naturalistas, cuando encuentran un animal salvaje herido o enclaustrado los cuidan, lo restauran y después de un largo proceso, lo enseñan a volar si es ave, lo enseñan a cazar si es animal de presa y después de que el animal a aprendido a valerse por sí mismo, lo llevan a un espacio abierto en la sabana y lo liberan.
De esa manera he aprendido todo lo que enseñan con respecto a que un animal salvaje debe estar en libertad y no en cautiverio.
Son pocas las situaciones que ya no tienen reversa, pero por lo general todos han logrado aprender a vivir en situaciones de libertad aunque al principio son animales temerosos, cobardes, sin carácter para valerse por sí mismos e incluso, he visto algunos programas en donde algunos no logran adaptarse a la vida que les corresponde en la selva. Y los convierten en mascotas del campamento porque no sirven para nada más que adorno.
Han sido tan domesticados por sus captores o por estar años enjaulados que les han eliminado totalmente su libre albedrío y se vuelven temerosos de andar en libertad porque se han vuelto incompetentes de buscar su propio alimento. Otros lamentablemente han muerto de hambre o inanición al no poder adaptarse a la vida en libertad.
Ver un león enjaulado no es ver a un verdadero león. Es una caricatura de león. Basta con ver su semblante oscuro, su pelaje sin brillo, su mirada perdida y su carácter castrado porque su cuidador lo ha anulado al llevarle a su jaula su alimento en donde pasa días y días caminando sin ningún rumbo fijo debido a los barrotes que lo encierran.
Ver un leopardo en cautiverio es triste. Echado todo el tiempo, muriendo día a día, con la mirada opacada porque la luz del sol le ha sido prohibida por su jaula y sin esa vista de leopardo ya no puede ver a lo lejos, en lontananza la presa que debe perseguir para alimentarse.
Un tigre en cautiverio ya no está capacitado para ser un animal de presa. Ha perdido su capacidad de caza. Es un animal tristemente anulado para vivir en libertad porque se le ha anulado su fuerza, sus músculos se han atrofiado a causa de no correr kilómetros y kilómetros en busca de su sustento.
Es triste verdaderamente.
El zoológico de Guatemala es de lujo. Jardinizado muy elegantemente. Con fuentes de agua que refrescan el ambiente. Es un privilegio tener, como el zoológico del Bronx, en Nueva York, un lugar en donde los estudiantes van en grupos para estudiar a los animales que allí se muestran. Pero, a pesar de ser elegantes, seguros y de lujo, no muestran la realidad de los animales. Son fantasmas que deambulan en sus jaulas. Son seres anodinos que no se parecen en nada a los verdaderos animales salvajes que viven en su hábitat natural.
Esos estudiantes son engañados por sus maestros. No están estudiando el verdadero ecosistema en donde viven las bestias que ven en las jaulas ya que allí no ven peleas por el liderazgo, nadie es líder de ninguna manada. Nunca han visto a una leona cuidando a sus cachorros del león alfa que la persigue para unirse a ella pero antes debe matar a sus cachorros para obligarla a entrar en celo. Nunca se ha visto tal cosa.
La Iglesia, mis queridos lectores, ha hecho lo mismo. Ha domesticado tanto a los hombres y mujeres que se congregan en sus jaulas -perdón, sus edificios-, que no han sido enseñados ni entrenados a salir a la calle a rugir, a ganarse a pulso el sustento diario, a confiar en el Dios que los debe sustentar pero para eso deben tener garra que se llama fe, valor que se llama audacia, paciencia que es el sigilo para cazar sus milagros.
Los evangélicos se han acostumbrado tanto a los barrotes que los encierran en su religión que han perdido la visión y ya no pueden vislumbrar el Poder del Dios que les predican cada domingo. Salen de esas paredes a esperar que otros les den su alimento. Que les lleven a sus casas su “canasta” básica para comer sus migajas. No han sido enseñados a perseguir sus propias presas que son los milagros que el Señor ha prometido para aquellos que creemos en él.
Los evangélicos han sido tan domesticados que han perdido su brillo, es decir, su luz. Ya no son sal de la tierra. Todo lo esperan del gobierno que los anula y les roba el privilegio de experimentar el Poder que viene de los alto. Prefieren hacer cola para unos pocos billetes que le regala el gobierno a cambio de una moneda virtual, antes que doblar sus rodillas y otear el horizonte a esperar el milagro de cada día.
Como los leones enjaulados, los hombres y mujeres evangélicos han sido mutilados. Ya no tienen fuerzas para luchar contra el enemigo, el Diablo que los vence a la primera oportunidad que encuentra.
La Iglesia debe enseñar a sus hombres y mujeres que al salir a la calle después de cada culto, deben ir preparados con sus garras, sus colmillos y sus fuerzas a vencer la tentación de permitir que otros decidan por ellos lo que deben comer, vestir y la forma de vivir.
El Señor lo dijo: Él vino a libertar a los cautivos. Pero los pastores deben enseñar a dejarse libertar y que aprendan a vivir libremente, que aprendan a vivir bajo el Sol de Justicia.