Hechos 26:28 “Y Agripa respondió a Pablo: En poco tiempo me persuadirás a que me haga cristiano”
Lástima…
Si hubiera seguido escuchando lo que Pablo tenía que decirle, ahora estuviera gozando de las Delicias del Señor junto a todos aquellos que lo aceptaron como su Señor.
Pero Agripa ya tenía un señor y no pensaba cambiarlo. No sabía que sobre un señor siempre hay un Señor sobre él. Y ese Señor era el que Pablo le estaba presentando.
El señor de Agripa era el César. El Señor que Pablo le estaba presentando era al Señor Jesus. Pero cambiar los paradigmas idólatras de tanto tiempo arraigados en un corazón humano es tan difícil que a menos que el Espíritu Santo convenza, nadie es capaz de convencer.
Y Agripa, aún siendo un rey con poder, con influencia y con libre albedrío rechazó el ofrecimiento que Pablo le estaba haciendo. Prefirió a César antes que a Jesus.
Hoy las cosas no han cambiado en nada.
Tristemente, sentados en las sillas de las Iglesias cristianas hay muchas personas con el espíritu de Agripa. Prefieren seguir con sus ídolos de barro y de madera antes que inclinarse ante el señorío de Jesus.
Es decir, prefieren al César que les ofrece todo lo material, todo lo perecedero y lo trascendente antes que aceptar al Señor de los Cielos que no solo les dará lo material, lo perecedero y trascendente, pero en primer lugar les dará lo inmaterial, lo espiritual, lo intrascendente y lo eterno.
Cuando uno logra entender esto entonces entrará de lleno en la búsqueda de lo que dijo Jesu que debemos hacer: Buscar primero el Reino de Dios y su Justicia y todas las demás cosas serán añadidas.
¿Cuales son esas “demás cosas”?
Precisamente lo que Agripa no quería soltar. Jesus lo declaró cuando nos dice en su Palabra que nuestro Padre sabe que tenemos necesidad de las mismas cosas que buscan los gentiles pero con nosotros debe haber una diferencia: buscar primero su Reino. La expresión “primero” significa que antes de buscar lo material que es lo que buscan los gentiles, los incrédulos, nosotros, si, nosotros sus hijos, los hijos de la Luz, debemos buscar primero su reinado.
Porque, mis amigos, resulta que así como los gentiles o incrédulos necesitan pagar sus recibos de luz nosotros también. Ellos necesitan pagar sus recibos de agua y nosotros también. Ellos necesitan vestirse con elegancia y nosotros también. ¿En donde reside entonces la diferencia entre ellos y nosotros?
En que somos diferentes. Que nuestras prioridades están en el debido orden del Señor: primero su Reino. Y con el Reino ya no tendremos necesidad de buscar nada de lo demás porque el mismo Reino lo trae. Eso está claro cuando dice: “…y todo lo demás será añadido”.
Por poco Agripa se convence de estas realidades. Por poco se anota su nombre en el Libro de la vida. Por poco hubiera sido transformado en otro hombre. Por poco el César hubiera dejado de ser su dios. Por poco… por poco…
¿Y nosotros? No tenemos excusa. Porque muchos de nosotros, mientras no aprendamos lo que nos pide el Señor seguiremos esperando que el César de este tiempo nos llene los bolsillos, las billeteras, que pague nuestros recibos y supla nuestras necesidades. Que cancele el colegio de los hijos y que nos llene la refri de todo lo que necesitamos, mientras unos pocos disfrutan de todo eso pero por añadidura.
Porque son pocos, dice Jesus, los que entran a la Vida Eterna. Y la vida eterna empieza en esta tierra. Si somos como Agripa, por poco nos convencemos que esta verdad es tangible pero escaparemos como él, junto con sus amigos Festo y Berenice, a refugiarnos bajo la sombra imperfecta del César, gobernador de este mundo