Mateo 7:23 “Y entonces les declararé: «Jamás os conocí…”
El matrimonio juega un papel muy importante en el desarrollo humano.
Fue creado por nuestro Dios para que el hombre, primero, no estuviera solo, que tuviera a su lado una mujer que lo ayudara a buscar su Rostro, que lo empujara a santificarse en bien de ella y de sus hijos y sus bienes. Segundo, esa mujer iba a jugar un papel muy importante en la vida del hombre: que se conociera a sí mismo. Que conociera sus debilidades y falencias para que en el transcurso de su vida fuera creciendo en sí mismo hasta llegar a ser la Imagen y Semejanza de su Creador.
Ese es el papel fundamental de la mujer en la vida del hombre. Pero el secularismo presente que es el mal del siglo, ha dañado esa función y la mujer a pasado a ser una “compañera” simplemente del hombre en el concierto de un matrimonio. Ya la mujer no es la mujer que Dios creó para que ayudara a su Hombre a cumplir sus propósito y planes para su vida.
Es por eso que la Biblia dice que el hombre es cabeza de la mujer quien es su cuerpo. Es decir, también la mujer, siendo como es de ayuda para el hombre, también debe reconocer que él es su autoridad. Y allí está el meollo del fracaso actual de la familia. La mujer no desea ser tratada con delicadeza ni gentileza.
Hoy, a causa de esos movimientos en que la mujer ha sido “empoderada” se está desvirtuando la fragilidad de ella misma y ahora se la tiene que ver como una mujer que todo lo puede, que no necesita de ningún mimo varonil, que ella es tan autosuficiente como el hombre. Y, a mi criterio, qué feo es vivir y dormir al lado de otro “hombre” aunque tenga rasgos femeninos.
Como estudioso del matrimonio, encuentro que es allí en donde realmente el hombre y la mujer se conocen. Me explicaré:
Muchas veces a los cristianos, cuando tratamos de vivir vidas santificadas, apartadas para Dios y alcanzar un nivel de comportamiento mejorado con respecto a nuestros años anteriores a nuestra conversión, los que nos conocieron lo hicieron en un nivel externo. Nos vieron cometiendo toda clase de pecados, conductas reprochables y fuera de toda moral. Es cierto, no éramos monedas de oro y fuimos incluso algo perversos con nuestro prójimo.
Pero llegó Jesus a nuestra vida y todo empezó a cambiar. Ya las cosas viejas pasaron y empezaron a hacerse las nuevas. Por supuesto, hablo de cristianos verdaderos, no de los que fingen serlo. De manea que cuando nos encontramos con algún que otro familiar o amigo del pasado la frase que escuchamos al instante que saben que nos hemos convertido al Señor es: “si a éste yo lo conozco” Lo mismo aplica para la mujer. “Si yo sé quien es ésta”.
Y aquí el título de este escrito.
¿Me conocieron realmente? ¿O solo me vieron actuar en la superficie? Porque conocer a alguien es algo muy diferente. Eso es lo que Jesus le dice a los que le dijeron que lo habían conocido por los milagros que habían hecho y por los mensajes que habían predicado. Jesus les responde “…jamas los conocí”.
Porque conocer a alguien es llorar con ese alguien cuando sufre, cuando está en sus momentos más feos y aún así sigue en pie. Conocer a alguien es estar a su lado cuando muestra su verdadera naturaleza y aún así se le sigue amando, se le sigue ayudando. Conocer a alguien es verlo caer en alguna situación que le avergüenza y correr a su lado para levantarlo, para ayudarlo a ponerse de pie y estar a su lado consolando su dolor por la caída y sanar la herida que el pecado ha dejado en su corazón.
Conocer a alguien es verlo en victoria por algún triunfo personal e íntimo y aconsejarlo para que no crea que ha alcanzado la cima del mundo, que ponga los pies en la tierra porque toda esa gloria pasará y tendrá que volver a la realidad.
Conocer a alguien es acompañarlo en sus momentos de dolor sincero y profundo a la orilla de una tumba en donde se derrama el corazón y salen a flote palabras que en su sano juicio nunca expresaría. Es verlo débil y deprimido. Es verlo lacerado y lleno de llagas por el momento que estará viviendo y seguir creyendo que es alguien digno de confianza y digno de seguir invirtiendo tiempo, amor y recursos en su vida.
Eso es conocernos. Y eso solo se cumple en el matrimonio cuando conocemos el porqué y para qué fundó el Señor ese hermoso estado para el hombre y la mujer.
A los demás puedo decirles: No, no me conocen amigos, no me conocen…