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lunes, noviembre 25, 2024

Influencia familiar

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Juan 4:20 “Nuestros padres adoraron en este monte…”

¿En que monte ha adorado usted para que sus hijos hagan lo mismo?

¿En el monte del divorcio?

¿En en el monte de las drogas, la violencia, las malas palabras, insultos y cosas feas?

Esa es la pregunta que deben hacerse los padres cuando sus hijos empiezan a mostrar signos de rebeldía, violencia y desprecio por las buenas costumbres.

Porque nada hace el hijo sino lo que ve hacer al padre, y tal la madre, tal la hija. Es decir, ambos tienen que ver mucho en la formación de los hijos.

Indiscutiblemente es verdad porque lo dice la Escritura.  Y la Biblia es perfecta. No miente ni adorna los fallos que tenemos los que formamos la raza humana.  Somos nosotros, los padres, quienes marcamos el camino que nuestros hijos seguirán con respecto a la creencia en Dios.  O les enseñamos a creer y honrar al Dios de la Biblia, o les enseñamos creer y adorar a otros dioses.

Eso fue lo que encontró Jesus en la plática con la mujer de Samaria.  Ella estaba convencida que era allí, en Samaria, en donde debía adorar a Dios.  Todo porque sus padres, desde la antigüedad, habían aceptado que la tradición o las costumbres de sus antepasados les enseñaran a hacerlo.  Ese era el legado que habían recibido de ellos y fue lo mismo que les transmitieron a sus hijos.  Si usted es un lector de la Biblia, encontrará en donde empezó todo que no lo voy a mencionar aquí porque eso es teología pura.

Lo que quiero enfatizar es lo que nuestros hijos repiten por nuestro legado en ellos.  Si Jesus no llega a Samaria, se sienta a descansar en el pozo y espera la llegada de esa señora, ella y sus hijos seguirían haciendo y repitiendo lo mismo: Adorar a Dios en Samaria, frente a unos leones que hacía mucho tiempo un rey les había puesto para hacerlo.

Y es cuando Jesus le muestra la verdad: Están equivocados. Ni en Jerusalem ni en Samaria, señora. Es en el espíritu, en el fondo del corazón, es una adoración que nace de lo profundo del alma. Porque es en el Altar del ser humano en donde nace la verdadera adoración al Señor.

Y usted sabe la historia: Se desata una discusión teológica sobre el asunto del cual sale ganando -cómo no-, el Señor Jesus. 

Y eso es lo que necesitan nuestros jóvenes hoy en día: Un encuentro real y verdadero con Jesus para darse cuenta que sus padres estaban equivocados cuando les enseñaron a adorar el trabajo, el dinero y la fama.  Que estaban bien equivocados cuando les enseñaron que el hombre debe golpear a sus esposa cuando le responde mal, que tienen la libertad de soltar lenguaje soez cuando se sienten enojados, cuando les da la gana de hablar palabras sucias y ofensivas a los demás.

Jesus es quien nos marca las pautas de conducta, no solo en la familia, sino también en la vida pública, para botar esos argumentos que nuestros padres nos dejaron como mal ejemplo de lo que debemos hacer.  Es por eso que actualmente estamos viendo y soportando jóvenes que ya no saludan cuando un adulto se les cruza en el camino, que son incapaces de brindar el más mínimo respeto por las canas, que se han criado en ambientes tan hostiles que la violencia juvenil acampa por todos lados.

Todo por culpa de  unos padres que no supieron vislumbrar el futuro de sus hijos que creían amar mucho, tanto, que los dejaron a la deriva sin enseñarles la verdad de la vida.  Que no les enseñaron que la vida les cobraría caro sus insolencias y desafueros.  Los padres de la niña samaritana nunca se imaginaron que existía otra forma de adoración.  Que había otro estilo de adorar a Dios, creyeron que ellos eran los únicos que sabían como buscar el Rostro de Dios y eso fue lo que le inculcaron a aquella jovencita que pasados los años, Jesus conoció a la orilla del pozo de Jacob.

“Nuestros padres adoraron en este monte”.  He allí el quid del asunto en materia de conducta. Lo que los padres hicieron, eso repetirán los hijos.  En consecuencia, cuide su matrimonio, cuide a su esposa, honre a su Dios, honre a sus padres pues eso será el legado que sus hijos recibirán de usted.  

Al final, padres, ustedes se sentirán honrados por sus hijos o avergonzados por ellos mismos. Ustedes escogen.

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