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viernes, abril 19, 2024

Por allí dicen

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Apoc. 22:17 “Y el que tiene sed, venga…”

¡Pastor, que bueno verle. Lástima que usted está vedado, porque si no, lo podría invitar a predicar en mi iglesia!

Ese fue el saludo y las palabras que un pastor que yo consideraba mi amigo me expresó en un lugar donde nos encontramos frente a frente.

Hasta ese momento, yo no sabía que estaba vedado.  Y no lo sabía porque siempre he contado con el favor del Señor sobre mi vida.  Sigo predicando su Palabra a donde él me indica que vaya.  Su respaldo me acompaña y me hace partícipe de su Naturaleza cuando ministro a las personas que se presentan al Altar cuando les llamo.

Entonces, las palabras de aquel pastor imprudente me dejaron con una pregunta: Vedado, ¿por quien? ¿Quien se ha tomado la libertad de declarar que un predicador sin fama, sin dinero ni toda esa parafernalia evangélica puede ser vedado, o sea, que no está autorizado para hacer la Obra de Dios?

Y claramente debo declarar que me dio lástima. Lástima porque no ha leído la Biblia de la cual dice predicar. No se que clase de mensaje predica, pero si cree que alguien en la tierra tiene la potestad de vedar a otro que ha sido llamado por Dios, o es un ignorante de primera clase o está supeditado a lo que le digan sus superiores.

Que conste, no estoy enojado. Ese episodio pasó hace un buen tiempo atrás, pero me vino a la memoria esta mañana que estoy pensando qué escribir para ilustración de lo que sucede en la vida de muchos ministros que anhelan llevar un poco de agua fresca a los que están sedientos en muchos templos que se dicen del Señor pero que son templos al orgullo, la falsedad y la rutina religiosa.

Y de todo eso nos hablan las Escrituras. No soy el primer vedado. Ya les pasó a los apóstoles que Lucas nos cuenta en su libro de Hechos. Los mismos encargados de cuidar la religión de Israel, los mastodontes de la fe farisaica, aquellos que no deseaban que el pueblo conociera la Obra que Jesus había hecho cuando anduvo en la tierra, sí, aquellos fósiles fariseos que eran más egoístas que el egoísmo mismo, se atrevieron a decirle a los valientes que habían sido encarcelados y latigados que les estaba prohibido que hablaran en ese Nombre.

¿Y que se sacaron a cambio? Que ellos escogieran obedecer a Dios antes que a los hombres. Y continuaron con su mandato. Nada ni nadie pudo detener lo que Jesus había dicho: “Las puertas del Hades no prevalecerán contra mi iglesia” Y así ha sido desde aquellos días.  Nada ha detenido el avance de la Esposa del Cordero.

Sin embargo, da pena como hoy, a varios años ya metidos en el tercer siglo, aún quedan esa clase de prepotentes que repiten lo que hicieron sus maestros de antaño. Aún queda ese remanente que quiere prohibir que alguien llamado por el Señor sea detenido porque no les gusta lo que dice, o porque no se doblega ante sus deseos.  Alguien mencionó que su temor es que venga otro y les cambie su doctrina. ¿Están realmente preocupados por su doctrina o por sus estatutos? ¿Les preocupa honestamente su doctrina o sus costumbres? ¿O será que tienen miedo que otro les abra los ojos a sus miembros que se adormecen cada domingo en sus sillas sin conocer la Verdad de la Palabra de Dios?

Pues eso me hacen pensar los que vedan a otros. Les contaré un cuento…

Hace ya muchos años, en algún país de la galaxia, estuve en una iglesia en donde se enseñaba que solo los que se congregaban allí eran salvos.  Todos los demás eran falsos pastores, falsos maestros y falsos profetas. Ah, y además, falsos cristianos. Es decir, el famoso axioma religioso: “solo nosotros somos la Iglesia”, los demás son hijos del Diablo.

¿Que pasó con aquella congregación? Ha pasado el tiempo, murió el fundador y con él, murió la congregación.  Todo ha pasado al olvido.  Cada quien tomó su camino, se fragmentó la visión y hoy está regada por muchos lugares en donde aquellos que fueron amigos al principio, hoy son enemigos y adversarios entre ellos mismos.

Todo por la famosa veda. Jesus les demostró que estaban equivocados. No podemos prohibir que alguien que no sabemos quien es, hable lo que el Espíritu dice a las Iglesias.

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