Por: Ricardo Quinteros
No me refiero a cuando usted ayuna, o cuando quiere bajar de peso y limita la ingesta de ciertos alimentos que le pueden generar unas libritas de más, sino al hecho de abandonar una necesidad fisiológica fundamental, como lo es comer, cuando se está haciendo algo que toma completamente su atención y no quiere dejar de hacerlo.
Cuatro mil personas, sin contar las mujeres y los niños (que regularmente son mucho más) acompañaron a Jesús, en el desierto junto al mar de Galilea, en un retiro por tres días. (Mateo 15:32) Ya no tenían qué comer, pero estaban emocionados de oír a Jesús y experimentar las maravillas de Dios, que aún el comer se había vuelto algo secundario.
No era para menos pues habían visto al maestro sanar cojos, ciegos, mudos, mancos, y otros muchos enfermos (Mateo 15:30). El corazón tierno y compasivo de Jesús piensa en esta necesidad de la multitud y les externa a sus discípulos el riesgo de que si los mandaba sin comer, podían desmayar en el camino, ya que algunos habían venido de lejos. La respuesta de los discípulos no pudo ser más representativa de nuestra realidad: “¿Y de dónde?” (Mateo 15:33) De igual manera nosotros caemos en la misma respuesta horizontal ante nuestras adversidades: ¿y de dónde?, como un monstruo que gobierna nuestra mente y nos limita a pensar que no hay manera de sobrepasar esos límites. Conversaciones como la siguiente (llene el espacio)…
– Hermano, qué bonita su _______.
– Gracias mi hermano, es un regalo de
Dios. ¿Usted también tiene _______?
– ¿Y de dónde?
…se vuelven comunes en nuestro entorno.
Jesús nos enseña una gran lección:
1) Les pregunta qué tienen. Ellos le contestan que 7 panes y unos pocos pececillos. Dios va a usar lo poco que tengas.
2) Manda a recostar a la multitud. A Jesús no le interesaba impresionar a nadie.
3) Dio gracias al Padre. Puede que lo que tengas sea poco, pero el agradecimiento produce multiplicación.
Todos conocemos el desenlace. Hasta recogieron 7 canastas llenas de lo que sobró. Ya no seamos dominados por el monstruo de “¿y de dónde?, tenemos una fuente inagotable, tenemos un Padre que nos ama, si ha entregado su vida a Jesucristo, sea agradecido por lo poco que tenga y digamos como el Salmista: “Alzaré mis ojos a los montes; ¿De dónde vendrá mi socorro? Mi socorro viene del SEÑOR, que hizo los cielos y la tierra”. (Sal 121:1-2)