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miércoles, abril 24, 2024

Labios puros

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Malaquías 2:7 “Pues los labios del sacerdote deben guardar la sabiduría…”

No soy mojigato ni legalista, tampoco me creo un santurrón. Es que no tolero que un siervo de Dios, que ha sido llamado a hablar bendiciones cuando abre su boca expresa palabras profanas, palabras ofensivas contra la mujer o que es criticón.

Entiendo que a veces los pastores, hombres y mujeres llamados por Dios para edificar su Reino entre los hombres, sintamos por un momento hacer reír a la gente, y nos gozamos cuando ellos se gozan, pero cuando esas risas son producto de chistes vulgares, expresiones homofóbicas o de denigración hacia otros, ya es otra cosa.

La mayoría de nosotros necesitamos un pastor que nos ayude a veces, a resolver ciertas dudas.  Eso exige del pastor un alto nivel de seriedad hacia las cosas de su congregación.  No podemos dar un buen consejo si nuestras conductas no están sintonizadas con la Palabra del Señor.

De allí que muchos siervos del Señor han quedado en ridìculo porque anteponen sus estatutos a la Verdad de la Palabra y sus consejos carecen de veracidad y de poder para cambiar las cosas de los otros y dar un buen testimonio de lo que deben hacer para glorificar el Nombre del Señor.

El texto está claro: Pues los labios del sacerdote deben guardar la sabiduría, porque mensajero es de Jehovà.  Esto nos pone en la disyuntiva que tenemos que hablar lo que el Señor nos indique.  No podemos ir al púlpito cada día de servicio para enseñar lo que queramos sin antes preguntarle al Señor què quiere Èl que enseñemos.

Nuestros hijos es otro ejemplo de lo que el sacerdote debe hacer.  De acuerdo a las enseñanzas de la Escritura, también se nos ordena enseñarles no solo la Palabra de Dios sino guardar también sus vidas cobijadas bajo la Sombra del Altísimo. Y repetirás estas palabras… es la instrucción del Señor para los padres.

Pero, lamentablemente, muchos padres, ambos padres, no han cumplido con esta instrucción sino han hecho todo lo contrario. Insultan, ultrajan, golpean a sus hijos para “enseñarles” a los varones a ser hombrecitos y a las niñas a ser mujercitas, pero no lo han hecho como Dios manda sino con golpes e insultos que lo que hacen es una simbiosis interna, porque mientras más grande o grave el insulto, más rebeldía produce como efecto rebote.

Esto no me lo contaron. Lo viví en carne propia cuando traté militarmente a mis hijos y los castigue cuando hicieron cosas incorrectas, tratando de enseñarles buenas costumbres pero de la manera equivocada, logrando con eso una conducta hipócrita, ya que delante de nosotros, sus padres, estaban bien portados, sin embargo, al salir de nuestra vista eran todo lo contrario. ¿Todo por què? Porque usamos los métodos equivocados. Los métodos del mundo y no el método de Dios que es realmente perfecto.

Hoy, años después, mis hijos recuerdan con cierto dolor aquellos años de castigos y situaciones humillantes que les rebajó su autoestima y que sin duda, guardan en su interior cierto enojo contra mí mismo.

Queriendo hacer un bien, produje un mal.  Todo por ignorar lo que Dios ordena a los sacerdotes del hogar.  Hoy mis hijos que tienen sus propios hijos, utilizan otros métodos para enseñarles su disciplina y como se dice comúnmente, debo morderme la lengua para no entrometerme en sus métodos de enseñanza.  No son mis hijos, son mis nietos y si quiero mantener su amistad y respeto, debo ser el sabio que no fui cuando me convertí en padre.

Parece complicado pero no lo es en absoluto.  Es la cosa más fácil de hacer porque utilizando la sabiduría que el Señor nos brinda en su Palabra, no hay pérdida del camino que debemos transitar en la formación no solo de nuestra familia biológica, sino también de nuestra familia espiritual que es la congregación que se nos ha encargado cuidar, enseñar y cultivar.

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