Mateo 4:3 “Y acercándose el tentador, le dijo: Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan”
Sin entrar en asuntos teológicos, todos sabemos que el pan es figura no solo de la Palabra pero también de la Persona de Jesus. Él es el Pan de vida. Sin ese pan estaremos siempre hambrientos, buscando saciar nuestra hambre en cualquier cosa, incluyendo las algarrobas de donde comen los cerdos.
Usted puede viajar por las calles de nuestra ciudad y verá una cantidad enorme de antros de vicio, cervecerías y licorerías abiertas hasta altas horas de la noche llena de jóvenes, hombres y mujeres tratando de saciar el hambre de sus almas, buscando como llenar sus estómagos emocionales con toda esa clase de placebos sociales que les brindan un poco de calma a sus atormentadas vidas.
¿Qué buscan esas personas? Un antídoto contra sus dolores internos. Una anestesia que les haga olvidar por unos momentos la soledad de sus oscuras vidas, un matrimonio a punto de fracasar o ya fracasado, están buscando el falso amor que dicen que necesitan para sentirse acompañados por lo menos unas horas por las damas de la noche que les cobijen en sus brazos tatuados y quizá marcados por las huellas de las agujas que han inyectado en sus venas el veneno de las drogas.
Porque al igual que sus clientes, ellas también necesitan olvidar durante el día el horror de haberse humillado ante unos dólares que les provean su pan del día.
Todos, todos necesitan del pan. ¿Sabe algo? Según los historiadores, nadie, ningún país puede abrogarse el derecho de haber descubierto el pan. Porque el pan le pertenece a Dios, él lo hizo desde la Eternidad. Ese Pan es Cristo, el que descendió del cielo allá en Éxodo, y también en Mateo.
Tristemente, el pan también tiene otras figuras. Hay piedras que parecen una hogaza de pan. Si usted observa cuidadosamente, hay rocas lisas, con el color y la forma de un pan. Eso fue lo que utilizo Satanás cuando tentó al Señor en el desierto.
¿Tienes hambre? Yo sé que si. Yo sé, Jesus, que has pasado varios días y noches sin comer ni dormir. Y eso te está desgastando tus energías, tú necesitas comer pan. Pero estamos en medio del desierto y la venta de pan más cercana está a kilómetros de distancia. Así que para tí, que eres hijo de Dios, no te será difícil hacer que esas piedras que vemos en abundancia se conviertan en pan. Tú puedes, nada ni nadie te lo impide. ¡Vamos, Jesus!, dile a esas piedras que se conviertan en pan.
Y eso, lamentablemente es lo que muchos pastores hacen con su congregación. Para que las gentes no se les vayan de sus templos y que siempre estén contentos, saciando el hambre de sus almas necesitadas de una palabra que les confronte, una palabra que les levante del pecado en donde viven postrados, no les dan la verdad. Les disfrazan la verdad con sofismas y frases que suenan bonitas pero que no son el Pan de Vida que ellos necesitan para cambiar sus vidas, sus matrimonios y sus conductas.
Es más fácil darles piedras que se conviertan en pan antes de darles el Verdadero Pan que nutra su fe, que les haga salir de su mediocridad financiera y social. Es más fácil y sin compromisos darles unos pedazos de piedras en lugar de darles una buena hogaza de pan que no importa se les atore en la garganta por ser difícil de tragar, pero que a la larga cambiará el rumbo de sus conductas pecaminosas.
Por eso es que muchos hombres evangélicos no cambian sus vidas mundanas. Es por eso que ni en sus propias casas les creen que se han convertido al Señor, porque desde ese tiempo han sido alimentados con piedras en vez del Pan de la Verdad. Por eso siguen siendo adúlteros, mentirosos, pegadores de mujeres, borrachos después del servicio en la Iglesia y mal hablados con sus empleados o sus propios hijos.
Las piedras son esas palabras lisonjeras que escuchan desde el púlpito que les dice como lograr más dinero, más fama, más prestigio y más mujeres de la calle. En cambio el Pan Verdadero, la Palabra pura, sin ambages, sin pelos en la lengua, aunque suene dura, es lo que realmente penetra hasta las entrañas de los hombres y mujeres que están hambrientos de cambios, hambrientos de la Verdad, hambrientos y necesitados no de una piedra que parezca pan, sino del Verdadero Pan que realmente les haga ver la verdad de sus propias vidas.