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martes, abril 23, 2024

Brutalmente sinceros

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Gálatas 4:16 “¿Me he vuelto, por tanto, vuestro enemigo al deciros la verdad?”

Bueno, la verdad duele. A veces duele en el alma cuando la persona con la que usted compartía un buen amor, de pronto le resulta diciendo que ya no le ama. Eso duele.

O cuando el esposo que por tantos años estudió su post grado a costa del trabajo de su esposa que lo ayudó a alcanzar su meta, y ahora resulta que se va con una compañera de estudios más joven y bonita que ella. Eso destroza la fe.

O que tal ir al médico y escucha el resultado de la biopsia: Es cáncer. Y del malo. Arregle sus cosas porque le quedan seis semanas de vida. Eso duele mucho.

O la hija que ha crecido con sus padres por tantos años que parecía una niña bien portada con ellos, estudiosa y aplicada a sus materias, pero de pronto se convirtió en una señorita que en la universidad fue apetecible a los depredadores y de repente llega con la noticia devastadora: Estoy embarazada y el muchacho huyó al extranjero.  Todo se hizo añicos.

Estamos terminando un año.  Dentro de unas semanas entraremos a uno que todos dicen nuevo. Yo creo que sí será bueno, pero no por bueno solamente, sino porque me he aplicado a provocar en mi propia vida cosas buenas. Ojo: No perfectas. Eso sería una gran mentira mencionarlo, solo cosas buenas.

Y, como paradoja, en estos días las empresas hacen un balance de pérdidas y ganancias. Es cuando los socios inversionistas se reúnen para saber como les fue el año que están cerrando. Unos llegan con expectativas altas, esperando una buena tajada de sus ganancias.  Otros no tan optimistas por aquello de la pandemia.

Pero todos llegan esperando algo.  Poco o mucho, hay que hacer el dichoso balance. Y a eso vamos.

Muy pocas iglesias enseñan que también los cristianos debemos hacer nuestro propio balance de pérdidas y ganancias.  No nos ocupamos de sentarnos en silencio y reunirnos con nosotros mismos y ser brutalmente sinceros, sin disfraces de ninguna clase, sin maquillajes ni pelos en la lengua para hacer el inventario de nuestras pérdidas y ganancias.

El Domingo pasado lo hice con mi congregación. Mientras repasaba los puntos que el Señor me inspiró a escribir y enseñar, todos guardaban silencio. No se escuchaba ni el vuelo de una mosca. Espero que haya sido porque todos estaban absortos haciendo su balance personal. Solo una persona se me acercó al final para darme las gracias por esa idea que no fue mía sino del Espíritu Santo.

Y hoy se lo traslado a ustedes:

¿En que me he convertido todo este año? De enero a esta fecha, ¿soy un mejor esposo? ¿Soy más espiritual, leí más veces la Biblia, le agregué un dólar más a mis diezmos, fui un mejor sembrador, repartí a mas personas mis bienes?

¿Fui más generoso? ¿Más amable con mis hermanos y con los de fuera? ¿Dí más propinas a las personas que me atienden en los restaurantes? ¿Me comporté más caballerosamente con las damas, especialmente con mi esposa?

¿Soy una mejor versión de mí mismo? ¿Dejé más de algún hábito dañino que no había logrado vencer en años anteriores? ¿Hice más favores a mi congregación sin esperar aplausos ni diplomas de fin de año?

¿Me sacrifiqué para gastar menos dinero y pagar más de alguna deuda con la ayuda del Señor?  ¿Cómo voy a empezar el nuevo año: con más deudas o con menos?  ¿Compartí con mi esposa mis dolores y problemas o me guardé todo para mí mismo? ¿Hice nuevos amigos? ¿Fui más empático con las personas a mi alrededor? ¿Sonreí más y fui menos violento?

Pérdidas y ganancias. Algo tuvo que salir para que entrara algo nuevo. ¿Que dice usted de todo esto? ¿Como salió su propio balance?

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