Juan 1:23 “El dijo: Yo soy LA VOZ DEL QUE CLAMA EN EL DESIERTO…”
Cuando Daniel y sus tres amigos fueron llevados cautivos junto con miles de sus compatriotas, lo que vieron cuando llegaron por primera vez a Babilonia debe haberlos conmocionado más allá de lo creíble. Era una sociedad tan relajada, inmoral y llena de idolatría que las sensibilidades espirituales de estos cuatro hombres fueron atacadas.
Daniel y sus amigos hicieron un compromiso. Se dijeron el uno al otro: “No cedamos a nuestros principios. No osemos adoptar estas normas morales. Estaremos apartados y seremos disciplinados en nuestro caminar de fe». Estos cuatro hombres no se dedicaron a predicar su estilo de vida a los demás. Era estrictamente un asunto entre ellos y Dios; y creo que tenían algo más en mente que evitar cualquier cosa ceremonialmente inmunda».
“Y Daniel propuso en su corazón no contaminarse con la porción de la comida del rey, ni con el vino que él bebía; pidió, por tanto, al jefe de los eunucos que no se le obligase a contaminarse” (Daniel 1:8).
La palabra «contaminar» en este versículo sugiere «eximir mediante el repudio». Daniel estaba diciendo, en otras palabras, «Cualquier transigencia de mis estándares me robará mi libertad». Cuando le dijo esto al jefe de los eunucos, el hombre respondió: “Temo a mi señor el rey, que señaló vuestra comida y vuestra bebida; pues luego que él vea vuestros rostros más pálidos que los de los muchachos que son semejantes a vosotros, condenaréis para con el rey mi cabeza” (Daniel 1:10).
En lugar de retroceder, Daniel invitó al jefe de los eunucos a probarlo a él y a sus amigos; y Dios los honró. “A estos cuatro muchachos Dios les dio conocimiento e inteligencia en todas las letras y ciencias; y Daniel tuvo entendimiento en toda visión y sueños” (Daniel 1:17).
Cuando estás en una crisis, clamas: «Señor, ¿dónde estás cuando te necesito? ¿No estás comprometido con mi liberación?”
¿Y si en ese momento el Señor te dijera: “¿Dónde estás cuando necesito una voz? Necesito voces en estos tiempos pecaminosos, vasos puros a través de los cuales yo pueda hablar. Dices que quieres que llegue a tu crisis, pero sigues siendo parte del perverso sistema mundano. Dime, -pregunta Dios- ¿estás comprometido con mis propósitos? ¿Te permitirás ser probado y confiarás en que yo te preservaré y te bendeciré?»
¿Cómo le responderías a estas preguntas?
Mi escrito parece cruel. Atenta contra los que dicen que a los cristianos no les puede pasar nada malo, que Dios es tan Bueno, que preserva a sus hijos para que solo a los hijos del Diablo les ataque el mal.
Nada más erróneo.
Pregúntele a Jeremías, a Isaías, a Pablo o al mismo Jesus. Hable con Daniel en el foso de los leones y pregúntele si se consideraba un hijo de Dios o del Diablo. Hable con los jóvenes que fueron echados al horno de fuego y averigüe si fueron llevados allí para que se convirtieran al Señor o porque ya eran convertidos al Dios Altísimo.
Dios, al igual que en la época de Zacarías, el padre de Juan Bautista, sigue necesitando una voz que clame su Reino, una voz que proclame que Él es Santo, que repita una y otra vez que su venida está cerca y que su Iglesia necesita estar avisada, se prepare o no, la voz que clame en ese desierto cumpla lo que Dios espera de quien Él ha llamado.
Si Juan no hubiera anunciado al Mesías prometido a Israel, estamos seguros que hubiera escogido a otro. En la comunidad esenia no solo vivía Juan. También vivían otros santos que esperaban anunciar al mundo la llegada del Rey de Israel. Así que si Juan no lo hubiera hecho, lo habría hecho cualquiera otro.
¿Es usted un llamado a ser la voz en estos tiempos? ¿Está obedeciendo el mandato del Señor de usar sus medios, sus capacidades y sus talentos a ser la voz que Dios necesita para anunciar el pecado al mundo? ¿O está cerrando su boca para no enojar a los religiosos, a los mentirosos del púlpito, a los farsantes del evangelio de los hombres?
Si usted ha sido llamado a ser la voz para esta generación, más le vale obedecer y hablar lo que Dios le ponga en sus labios pues usted debe saber que en algún momento, a Dios se le ocurrió la brillante idea de que usted fuera llamado para ser un mensajero del Cielo.
Así se sencillo.