Génesis 5:24 “Y Enoc anduvo con Dios, y desapareció porque Dios se lo llevó”
Fíjense ustedes que en la Biblia encontramos personajes que fueron modelos para nuestras vidas. Fueron personas de carne y hueso que pasaron por este mundo dejando un legado de inspiración, de edificación y de buenos ejemplos para las futuras generaciones.
Pero también encontramos personas que no nos dejaron ningún ejemplo digno de imitar. Fueron vidas vacías, estériles, sin frutos dignos de glorificar al Señor. Fueron vidas secas, sin nada por qué recordarlas a través de los tiempos.
Y ese es el caso de la Iglesia de hoy: Hay cristianos que se congregan, cantan los coritos de memoria, hacen acto de presencia en las sillas de los templos pero hasta allí llegan. No hacen nada por nadie. Son personas egocéntricas que no impactan las vidas de nadie. No dejan un legado ni un recuerdo imperecedero para la siguiente generación.
Son los cristianos secos e indiferentes, sin visión, sin siquiera comprender que tienen una misión que cumplir y sueños que realizar. Que fueron traídos a este mundo para afectar con un bien la vida de sus prójimos. Que Dios los formó desde el vientre de su madre para que realizaran proezas en bien de otros.
Pero no, como el siervo malo y perezoso de la parábola, escondieron su talento en su tierra, en el fondo de su corazón y se negaron a ser de bendición, de edificación y de ejemplo para otros que necesitaban de un paradigma de donde sacar su propia existencia.
Son los pobres que muchas veces solo tienen dinero pero no tienen visión. Se han dejado adormecer por su propio bienestar, por su egoísmo y egocentrismo, creyendo que viviendo vidas oscuras y mediocres es todo lo que Dios espera de ellos. Son los que se dedican a vivir para su casa solamente, engendrar hijos e hijas y con eso creen que se terminó la vida.
Son los que se conforman a orar, ayunar, leer la Biblia todos los días, hacer su altar secreto y salir al trabajo sin darse cuenta que en su camino hay un montón de gente hambrienta si no de pan, sí de alguna palabra de aliento, de un fuerte apretón de manos, de una sonrisa que les haga brillar su día. No, estos hermanos ocultan su cristianismo de otros y se esconden en sus traumas y conflictos no resueltos para evitar el contacto con otros para no mostrarse débiles o sensibles a la necesidad ajena.
Son los que niegan con sus propias vidas lo que dijo Pablo: Véanme a mí, imítenme a mi en lo que yo imito a Cristo. O, como lo expresó en otra ocasión: Todo lo que hago, lo que hablo y lo que pienso, se los hará saber Tíquico que me conoce, que ha estado conmigo mucho tiempo y a él pueden preguntarle quien y como soy.
Eso fue lo que le sucedió al personaje del que estoy escribiendo esta mañana.
Enoc es uno de los hombres del linaje de Adán, heredero directo de Set. Es decir, fue un hombre privilegiado por donde se quiera ver. Sangre pura. Muy conocido por Dios. Fue un hombre entregado a adorar al Dios de sus padres. Hombre de altar pues.
Pero estéril con respecto a su vida social.
La Biblia no menciona nada sobre su vida social. Nunca predicó. Nunca se ocupó de su prójimo. Nunca hizo ningún favor a nadie. Fue tan “santo” en el sentido peyorativo de la palabra, que Dios tuvo que llevárselo.
Vivía para platicar con Dios. Vivía para honrarlo, sí, muy cierto, pero nunca influyó en la vida de otros. Su paso por esta vida se circunscribe a solo haber engendrado a Matusalén y se acabó.
A diferencia de otros hombres, Enoc fue llevado por Dios porque Dios es Fiel y cumple sus promesas, pero una lectura más a fondo del texto y aplicando cierta regla de la Crítica, veo que Enoc fue llevado por Dios porque no estaba haciendo nada a favor del Reino de Dios en la tierra. No estaba afectando la vida de nadie, no estaba aportando nada a favor de nadie. Sí, era fiel con Dios, pero no con los hombres que lo rodeaban.
…Y mejor fue llevado por Dios. Pero no dejó ningún legado de esa relación que nos sirva de ejemplo a nosotros el día de hoy…