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viernes, abril 19, 2024

Separados de mi…

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Génesis 38:26  “Entonces Judá los reconoció, y dijo: Más justa es ella que yo, por cuanto no la he dado a Sela mi hijo”

Ese hombre nació con un estigma sobre su vida: Era el representante de la Alabanza y Adoración al Señor.  Su solo nombre lo indica. Su madre, en el momento de nacer, recibió la unción del Señor para ponerle ese nombre que lo iba a señalar como el encargado de interceder, de presentar ante el Señor a toda la raza humana.

Y, por si eso no fuera suficiente, Dios le dio el liderazgo ante sus hermanos para que fuera el príncipe fundador de una dinastía de reyes y sacerdotes y del cual, aún sin saberlo, iba a nacer un día el Principe y Rey Jesus.

Si, Judá fue un niño altamente favorecido. Recordemos que en los tiempos bíblicos, el nombre designaba un papel y una función en los Planes de Dios. Y Judá significa alabanza, adoración, intercesión.

Pero algo sucedió en la vida de este varón que había sido señalado por Dios para ser un instrumento de mucha bendición…

Un día, vio a una ramera y se le despertaron las hormonas. Había quedado viudo y con dos hijos muertos. El único que le quedaba lo estaba guardando de todo y de todos, así que había cometido una falta contra la Ley de Dios: le había negado a su nuera Tamar el derecho del levirato, acción por la cual, cuando una cuñada quedaba viuda, el hermano del muerto debía levantarle descendencia para que su herencia no se perdiera.  Pero uno de los hijos de Judá salió mañoso y Dios tuvo que matarlo. Solo quedaba uno. Y ese uno, Judá no quiso exponerlo a la muerte.

Tamar, como toda buena mujer astuta y lista, un día se disfraza de ramera para provocar a Judá, su suegro mentiroso que le había negado a su hijo Sela para que cumpliera la ley. Judá, ni lerdo ni perezoso, al verla se encendió de lujuria, le hace un trato y le promete un cabrito después de estar con ella unos momentos para saciar su necesidad de viudo.

Tamar, conociendo la naturaleza del hombre que no la reconoce, le pide que le deje empeñados algunos artículos de su propiedad mientras le manda lo prometido. Se aleja del lugar, se quita sus ropas de ramera y todo vuelve a la normalidad. Aparentemente.  Porque en su seno ya lleva la semilla del hombre que la había estado engañando. Y, para más ganancia, van a ser gemelos.

Cuando Judá llega a su casa, le envía a través de un amigo el cabrito prometido. La mujer  no está por ningún lado y nadie la ha visto. Regresa con el cabrito y Judá, levanta los hombros y dice, bueno, yo ya cumplí con mi trato. Si ella no está, ni modo. Asunto arreglado. Al fin y al cabo, solo fue una noche de placer, una canita al aire. Nos vemos. Chao.

Pero no fue tan fácil deshacerse del pasado. La mujer queda expuesta y la acusan de fornicaria. Judá, como buen cristiano judío, ordena que la quemen. Ella, sabiendo quien era él y ella, le presenta las cosas que le había dejado empeñadas: el bordón, el sello y el anillo. Cuando él los ve, palidece y se siente avergonzado por su acción pecaminosa.

Y es cuando expresa sus famosas palabras: Ella es más justa que yo. No la quemen. Así que ahora Judá es padre y abuelo de dos niños. Y ha quedado evidenciado.

Pero lo que me interesa señalar no es la historia del amor profano de Judá. ¿En donde empezó todo?  ¿Cómo fue que este hombre señalado por Dios para ser portador de la Alabanza y la intercesión entre los hombres y Dios ha caído tan bajo?  ¿Cómo fue que empezó todo?

La Biblia no esconde las respuestas. Todo empezó en el verso 1: “Aconteció en aquel tiempo, que Judá se apartó de sus hermanos…”

Cuando, como cristianos, nos apartamos de nuestros hermanos, cuando dejamos de congregarnos, cuando nos alejamos de la congregación y de quienes nos acompañen en el camino cristiano, quedamos expuestos a cometer cualquier pecado que se presente en nuestro camino. Es por eso que cuando un ministro de Alabanza se aparta de sus hermanos, del grupo, inmediatamente cae en el peligro de unirse al mundo y hacer lo que nunca pensó que era capaz.  Un pastor que se separa de sus hermanos queda vulnerable. Una mujer que se aparta de otros que le ayuden a mantener un perfil de santidad, fácilmente cae en situaciones que le harán daño.

Por algo dijo Jesus: Separados de mi, nada (bueno) pueden hacer. Entendámoslo queridos…

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