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lunes, noviembre 25, 2024

Besor

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1 Samuel 30:21 “Y vino David a los doscientos hombres que habían quedado cansados y no habían podido seguir a David, a los cuales habían hecho quedar en el torrente de Besor; y ellos salieron a recibir a David y al pueblo que con él estaba. Y cuando David llegó a la gente, les saludó con paz”

La equidad de la que hace gala David es solamente superada por la de Jesus.  Pero David se le acerca un poco, al igual que Moisés.

Lamentablemente la iglesia no le enseña a los hombres a ser equitativos, no lo son cuando no comparten con su esposa y sus hijos sus bendiciones.  Cuando son tacaños, ingratos, mal agradecidos y faltos de misericordia.

Los hombres no han sido enseñados a premiar el esfuerzo que hacen sus esposas al quedarse cuidando su casa, a sus hijos y que cuando regresen de un día de trabajo ellas los estén esperando con la comida caliente, con un ambiente cálido y cariño en donde él encuentre un poco de descanso y que reciba la atención debida.

Son los machistas, los ignorantes, los que en la iglesia fingen ser evangélicos pero con sus obras niegan rotundamente esa aseveración.

Eso sucedió con los guerreros que David se había llevado a rescatar a sus familias y sus posesiones la vez que los amalecitas invadieron su campamento, lo quemaron, se llevaron cautas a sus esposa y sus hijos.  Cuando David y sus hombres llegan a Siclag, solo encuentran caos, tragedia y asombro.  Lloran hasta más no poder. Desgarran sus almas y derraman hasta la última lágrima en su angustia por no saber el estado de sus amadas familias.

David consulta con Dios.  Dios le dice que camine, que vaya y que Él estará acompañándolo para que rescate sus bienes y sus personas.

Pero doscientos hombres estaban tan cansados y agotados por su dolor y su debilidad, que no pudieron seguir a David y sus compañeros.  Decidieron quedarse en el estanque de Besor y que los demás siguieran a su líder. David aprovecha esa coyuntura y les deja encargados de las mochilas, las armas y el bagaje y lo cuidaran mientras ellos iban a la batalla.

Cuando David regresa con el botín y las familias intactas, estos hombres, los rezagados salen a recibirlo con gozo y alegría sabiendo que allí venían sus mujeres y sus hijos.  Pero -¡cuando no!-, siempre hay egoístas en medio nuestro.  Siempre hay quienes quieren castigar a los que no apoyaron a su líder en la batalla. Le dicen a David que ellos no tienen derecho a recibir nada porque sencillamente no habían salido a guerrear.  Si no pelearon con ellos, tampoco pueden recibir nada. Así de cruel era el corazón de esta gente.

David no acepta ese consejo. Les dice que el botín es tanto para los que pelearon como los que quedaron a cargo del equipaje. No hay discusión.  Reparte todo en partes iguales. Equidad a la enésima potencia.

¿Qué enseñanza sacamos de esta historia?

Lo que ya mencioné al principio de este escrito:

Las esposas también merecen recibir una parte del botín que los hombres salen a conquistar cada mes al trabajo.  Ellas también merecen recibir una porción del sueldo ya que son las que se quedan cuidando la economía del hogar, los gastos de la casa, el bienestar de los hijos, son ellas las que les guían para que estudien sus deberes de la escuela, son ellas quienes los mantienen limpios y los educan.

Cuando un esposo sale a la calle a buscar el sustento, es la esposa quien se ocupa de que salga bien alimentado, bien vestido y con la confianza que ella se quedará a cargo de la casa para que cuando regrese reciba, no un pago, pero si un reconocimiento a su labor.

Pero, como diría mi mamá: ¡Malaya! que quiere decir: Mmmmm, eso está por verse.  Porque es mejor mandar a trabajar a su esposa para que ella se logre su sustento a que el hombre se haga cargo de sostenerla y suplirle todas sus necesidades con la ayuda del Señor a quien dice adorar.

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