Génesis 9:13 “Mi arco he puesto en las nubes, el cual será por señal del pacto entre mí y la tierra”
Terribles días sin sol. Todo era oscuridad. Durante ciento cincuenta días no ha cesado de llover. El diluvio ha inundado la tierra habitada y todos los animales junto a los seres humanos de aquella generación han muerto ahogados.
Durante un buen tiempo Noe les estuvo advirtiendo del peligro que se avecinaba pero nadie quiso creerle, excepto su sola familia.
Llegado el tiempo de Dios, su Palabra se cumplió. Llegó el juicio y ahora todos están clamando por ayuda. Le piden a gritos a Noe que les abra las puertas del arca pero eso no es posible porque el mismo Dios la ha cerrado por fuera. Noe no puede hacer nada por nadie.
El dolor, la agonía y la incertidumbre se apoderan de Noe. No le queda más que dejarse llevar por el Arca. Es ella quien decide su destino.
Como cuando nosotros deseamos hacer algo pero se nos cierran las puertas. Necesitamos darnos prisa para conseguir el milagro financiero que nos urge pero los bancos dicen no. Los médicos menean la cabeza cuando miran las radiografías y ven manchas oscuras que solo ellos saben leer y no nos dicen nada. Nos dejan en la incertidumbre de qué será lo que hay dentro de nuestro cuerpo.
O cuando una hija confiesa que ha estado saliendo con un hombre casado y hace tres semanas no tiene su período. Se seca la boca. Tiemblan las manos. Una especie de sopor inunda el cerebro. Nos negamos a creer que haya pasado lo que no debió pasar. Pero así es. La oscuridad llena el ambiente y la culpa se reparte por partes iguales entre los tres: la madre, el padre y la hija.
El diluvio vino a mostrar lo que había oculto en cada uno de nuestros corazones. Al igual que en los tiempos antiguos, los habitantes de aquel lugar no quisieron creer en el mensaje de Noe, así estamos hoy en día.
Nadie cree que el tiempo final se acerca. Nadie da crédito a los mensajes de advertencia. Estamos viendo las señales del final pero no queremos creer, no queremos que nos muevan de nuestra alfombra de comodidad.
El diluvio no es para nosotros. Nosotros los evangélicos estamos seguros en las cuatro paredes de nuestra arca evangélica, acompañados de otros evangélicos, haciendo cosas evangélicas.
Nos reunimos cuando podemos, cuando el trabajo nos deja un tiempo. Cantamos los coros de memoria sin saber lo que cada uno de ellos expresa. Mientras el pastor predica, nos echamos una pequeña siesta aunque un poco incómoda por la silla de metal pero por lo menos hicimos acto de presencia. Como en los velorios. Que nos vean que llegamos es suficiente. El dolor que allí se respira no es el nuestro. Y seguimos con nuestra agenda.
Pero en medio de todo, Dios que es Bueno en gran manera, envía su arco para que Noe sepa que después de una jornada de dolor, oscuridad y aislamiento, habrá luz, color, energía, vida y sobre todo, esperanza de que todo irá mejorando poco a poco.
Son los días de Arco Iris. Días de alegría, de sonrisas, de paz, sabiendo que lo que pasó atrás ya pasó. Que Dios ha prometido que jamas volveremos a pasar por algo así. Que delante de nuestras vidas solo se promete lo alegre, la fiesta, la libertad de volver a vivir. Son los días de Arco Iris en donde todo se llena de optimismo, es cuando olvidamos el pasado doloroso y austero, ahora son días de abundancia, días de sembrar una higuera y disfrutar del vino que produzca.
Eso fue lo que vivió Noe aquellos tiempos. Pasó la prueba, la oscuridad y la angustia de ver aquella inmensidad llena de agua. Días de negrura en donde el sol se ocultó por ciento cincuenta días y no era posible ver en el horizonte nada que ofreciera una pizca de luz.
De pronto, de la nada, las nubes se hicieron a un lado y la Voz de Dios retumbó en el firmamento, ofreciendo que la luz y el color volvieran a la vida de los hombres como Noe. El Arco apareció en el cielo y desde entonces los evangélicos se han aferrado a esa promesa.
Pero la historia no termina allí. Tiempo después, otro hombre recibe la visita del mismo Dios que visitó a Noe. Solo que este hombre recibió al Dios que también estará en medio del dolor. Abram es el hombre.