Jonás 1:1-3
Fue enviado a Nínive para que llevara un mensaje que les iba a cambiar la vida a aquellos habitantes paganos y malcriados.
Fue escogido por pura Gracia para ser un servidor de Dios y que fuera un fiel mensajero del Reino para beneficio de aquellas gentes.
Dios le habló personalmente. No por medio de profetas ni por agoreros. No. Le habló cara a cara y las instrucciones fueron claras.
No había por donde equivocarse:
Ve a Nínive y diles que Yo acabaré con ellos si no se arrepienten.
Y Jonás lo escuchó bien fuerte y claro. Sus órdenes fueron pragmáticas. No le preguntaron si quería ir. Tampoco le preguntaron si le gustaría ir. Mucho menos le preguntaron su opinión al respecto.
Así es Dios. Un día, hace ya unos treintiseis años, estaba yo trabajando en una empresa de químicos en Guatemala. Ganaba un salario, para aquella época, muy bueno. Vivíamos solos con mi esposa y teníamos suficiente para sembrar, disfrutar y mantener dos vehículos. Teníamos nuestros gastos al día y nos sobraba todavía para ayudar a otras personas de escasos recursos. Vivíamos cómodamente.
Pero un día a Dios se le cumplió en su agenda celestial el momento de llamar a alguien para que viniera a El Salvador a traer un mensaje de restauración matrimonial. Había otros pastores mucho antes que nosotros, pero en su agenda estaban anotados nuestros nombres. No nos preguntó si queríamos venir. No nos pidió nuestra opinión. Tampoco nos preguntó si nos gustaría venir. No. Sus órdenes fueron tajantes. Vayan.
¡Ajá! ¿Y de que vamos a vivir? Muy bien, Señor. ¿Que nos llevamos con nosotros? ¿Quien nos va a recibir allá cuando lleguemos? Preguntas que quedaron en el aire. Perdón, no en el aire sino en los Oídos de Dios.
Porque después de un periplo de andar por aquí y por allá, empezaron a aparecer en el horizonte las respuestas de Dios. Y poco a poco, lo que él tenía preparado para nosotros, mi esposa y yo, se fueron presentando como la ballena que se tragó a Jonás para hacerlo volver a su destino.
Y aquí está el quid del asunto: Al mismo tiempo que nos sentíamos cerca de Dios cuando las cosas salían bien, otras veces nos sentíamos lejos de Él. Ojo, no estoy diciendo que Él estaba lejos, nunca, pero nosotros nos sentíamos lejos porque por momentos la incertidumbre del llamado nos llenaba de miedo y pavor al ver que los días pasaban y los pastores que creíamos que eran nuestros hermanos, ellos mismos se convirtieron en nuestros enemigos.
Rechazos, insultos, desprecios, miradas por sobre el hombro, desconfianza y otras lindezas que solo los evangélicos pueden hacer en su celo, fue lo que recibimos. ¿Como no sentirnos lejos de Dios entonces? Pero Él estaba tan cerca que no lo veíamos por lo angustiados que pasamos por aquellos momentos.
Incluso, hubo momentos en que hablamos con mi esposa de regresar a Guatemala en donde nos sentíamos seguros en nuestra tierra. Gloria al Señor que nunca nos escuchó ni lo permitió.
Jonás se ha ido a Tarsis. Ha pagado un boleto en un barco porque no quiere hacer lo que Dios le dijo. Era un nacionalista nato y no quería tener nada que ver con los ninivitas. Se fue lejos de Dios. Pero Dios no se fue lejos de él. Al contrario, donde Jonás estaba, estaba Dios. Si ahora Jonás leyera la Biblia y encontrara su historia, se daría cuenta que fue un necio al creer que podía huir de la Presencia de Dios.
Jonás, como nosotros en nuestro llamado, se creyó lejos de Dios, pero estaba equivocado: Dios siempre estuvo con él… y bien cerca. Ahora, como Jonás después de su misión cumplida, nosotros también podemos decir que Él nunca estuvo tan cerca como en aquellos momentos en que lo sentíamos tan lejos…