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domingo, abril 28, 2024

La sierva

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2 Reyes, 5:3  “Y ella dijo a su señora: ¡Ah, si mi señor estuviera con el profeta que está en Samaria!”

Sirvienta, cautiva, esclava. Sin derecho a reclamar ningún privilegio.  Sin derecho a descansar a menos que su señora tuviera un poco de misericordia y le permitiera dormir un par de horas.

Sin familia a quien visitar los fines de semana. Estaba recluida en la casa de un general del ejército arameo quien la había capturado y llevado como trofeo de guerra y se la dio a su esposa como regalo para que le sirviera.

Su oficio quizá no era ese, pero el infortunio de la vida que no sabemos por donde nos llevará, a veces nos juega pasadas que no esperamos.

Esta muchacha era israelita, por lo tanto, hija del Dios de Israel. Hija de padres temerosos de Dios. Educaron a su niña en los oficios domésticos como buena  familia preparando a su hija para el futuro matrimonio que algún día tuviera y que en su seno llevara la simiente del Mesías prometido a Israel.  Porque todos esperaban que de alguna virgen naciera lo prometido desde hacía muchos años atrás.

Sin embargo, a diferencia de muchos evangélicos de hoy en día, esta muchacha anodina, sin nombre ni apellido, nos da una cátedra de lo que es ser un instrumento de bendición en las Manos de Dios.

Porque ella, a pesar de su condición de esclava y trabajadora a tiempo completo en la casa de este general guerrero, que seguramente nunca le daba las gracias por sus servicios y atenciones que tendría para ellos, no dudó ni un momento cuando sintió de parte del Señor hablar con su señora con respecto al problema de su esposo.  Este era leproso.  Se había dado cuenta al lavarle la ropa y ver su cama manchada de coágulos de sangre putrefacta.

Cuando sintió que había llegado el momento de hablar, no lo dudó. Abrió su boca y expresó lo que todos sabemos.  Si el general iba a su tierra Israel y buscaba al profeta que estaba allí en ese momento, él lo sanaría de su lepra.

¿Vemos que ella, a diferencia de muchos de nosotros, testificó que en su tierra habría sanidad para el general?  Sin embargo, muchos de mis hermanos evangélicos, nunca testifican en sus trabajos, en sus oficinas ni en sus universidades del tremendo y grandioso Poder de nuestro Señor Jesucristo.

Se conforman con trabajar, con ver a los demás por sobre el hombro, calificarlos de hijos del Diablo y carnales, pero nunca les hablan de las Bondades del Reino de Dios.

Muchos evangélicos pasan largas horas trabajando al lado de gente necesitada de un milagro, de una oración, de una palabra profética que les aliente a seguir adelante en sus vidas mediocres, ahogados por las deudas, por las enfermedades y los problemas matrimoniales, pero nuestros hermanitos nunca abren su boca para decirle a esos pobres que sufren soledad y abandono que hay un Dios en nuestra tierra que les puede sanar de sus lepras, que puede resolver sus problemas matrimoniales, que puede evitar que el divorcio se lleve a cabo. 

No lo hacen por vergüenza, por timidez o por dejadez.  Porque creen que nadie aparte de ellos, merece la salvación, merecen una porción de Misericordia de parte de nuestro Dios que no quiere que nadie perezca sino que que lleguen a la salvación en Cristo Jesus.

Esta muchacha esclava, humilde y prisionera de esta familia en tierra extraña, no dudó ni un momento en declarar a su señora que su esposo podría ser sanado de su enfermedad si tan solo fuera a visitar al profeta.

Todos conocemos la historia. Hubo sanidad. Hubo conversión. Hubo convicción de que solo en el Israel de aquellos tiempos estaba el Dios que sana, que liberta y que es diferente a los dioses e ídolos que el general y su familia adoraban en Aram.

Creo que esta humilde muchacha tuvo el valor que nos falta a muchos de nosotros que penosamente ni en el pasaje donde vivimos saben que adoramos al Verdadero Dios porque no lo mostramos en nuestras vidas, no lo mostramos en nuestras acciones y todos los vecinos se están hundiendo en la desesperación a causa de sus problemas y somos incapaces de testificar que conocemos quien puede libertarlos y sacarlos en victoria.

La iglesia evangélica necesita enseñar a sus miembros a no callar cuando es necesario hablar.

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