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sábado, abril 27, 2024

El árbol de Mara

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Éxodo 15:23-25  “Cuando llegaron a Mara no pudieron beber las aguas de Mara porque eran amargas; por tanto al lugar le pusieron el nombre de Mara. 24 Y murmuró el pueblo contra Moisés, diciendo: ¿Qué beberemos? 25 Entonces él clamó al SEÑOR, y el SEÑOR le mostró un árbol; y él lo echó en las aguas, y las aguas se volvieron dulces”

Esto no le va a gustar a más de algún evangélico porque normalmente no se enseña desde los púlpitos.

Al contrario, lo que se enseña es que somos el tapón del océano.  Que tener a Cristo en el corazón nos hace personas favoritas de Dios y que no tenemos nada más que hacer después de haber aceptado su Sacrificio expiatorio.

Nada más alejado de la verdad.

Porque desde el instante en que somos salvos y que nuestro nombre ha sido escrito en el Libro de la Vida, empieza a regir para nosotros un estilo de vida que antes no conocíamos.  Pero, como la Escritura dice: ¿Como creerán en Aquel de quien no han oído?  ¿Y como creerán si no fueren enseñados?  El pueblo cristiano, además de la salvación por Gracia, necesita conocer su nueva identidad.  Y una de esas identidades es que se convierte en un árbol plantado junto a corrientes de aguas, y que su hoja no cae.

¿Que significa esto?

Veamos: Antes de convertirnos en hijos de Dios, éramos, por naturaleza, hijos del Diablo. Eso dice Pablo.  Y como tales, éramos personas egoístas, egocéntricos por naturaleza, fríos, implacables e insensibles a la necesidad ajena.  Todo giraba alrededor nuestro. No compartíamos nada con nadie, no nos preocupaba la salud material ni espiritual de nadie que no fuera de nuestro circulo familiar o amistoso.  El egoísmo era nuestro estilo de vida. Claro, lo más natural era que así fuera ya que el Diablo es eso precisamente y como habitantes de su reino, lo normal era que actuáramos de esa manera.

Pero en cuanto nos hicieron por el Favor de Dios, hijos adoptivos de Él, ahora tenemos su naturaleza. Hemos sido cambiados y ahora se espera que cámbiense nuestros viejo estilo de vida. Ahora se nos ha plantado junto a corrientes de aguas. Eso significa algo muy importante e interesante que quiero plasmar en este escrito:

Cuando Moisés y el pueblo llegan a Mara, no pueden beber el agua porque está amarga. Entonces todos empiezan a murmurar contra Dios y Moisés clama al Señor.  En ese estanque de aguas amargas hay algo que Moisés no ha visto. Es un árbol. Ese árbol no lo pusieron después que ellos llegaron, tampoco lo sembraron en ese instante. No, ese  árbol ya estaba allí desde mucho tiempo antes. Iba a servir para que, al echarlo al agua amarga, ésta se endulzara y los viajeros pudieran saciar su sed.

Esto, sin querer forzar la Escritura, es tipo de Cristo indudablemente, pero también es figura de nosotros como cristianos.  En cada congregación hay gentes que llegan con cierto grado de amargura.  Llegan tristes, agobiados por los problemas diarios, problemas financieros y matrimoniales.  Hay personas que llegan a la congregación esperando una respuesta a sus inquietudes y falencias.

Y aquí es donde pongo el dedo en la llaga.  Porque por falta de enseñanza, la congregación se ha vuelto fría, desamorada, vacía de compasión por los mismos hermanos. No se les ha enseñado a sus miembros que como árboles sembrados junto a aguas corrientes, somos capacitados para ayudar a los que vienen en amargura.  Ese árbol que estaba en el oasis Mara, somos nosotros mismos que hemos encontrado la Salvación y la Misericordia del Señor, por lo tanto, estamos listos para endulzarle vida a otras personas.  Estamos en capacidad de dar un consejo que endulce la amargura de alguien que necesite un trago de agua dulce que calme sus inquietudes, sus necesidades y sus dolores.

Somos, como árboles de justicia, capaces de tender una mano amiga a quien necesite de ayuda, estamos listos para endulzar la triste existencia de los que están llegando, de los que tienen la mirada perdida, de los que han extraviado la esperanza y la fe aún pequeña.  Como árboles de justicia, se nos ha dado la responsabilidad de endulzar la vida de la madre que no tiene un esposo que la ayude, de una hija que ha perdido el rumbo y está en una relación inadecuada.  Eso es lo que significa también el árbol de Mara. Ese árbol somos nosotros.

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