Filipenses 2:20 “Pues a nadie más tengo del mismo sentir mío…”
¡Qué tragedia la que estaba pasando Pablo cuando le escribió a los de Filipos! Estaba en la cárcel. Solo. Sufriendo porque lo habían encarcelado sin motivo alguno, excepto por enseñar que Jesus es el Señor.
Y en esa condición tan dolorosa, el apóstol no tiene muchos amigos. Y es que los amigos se prueban en los malos momentos. Cuando las cosas se ponen feas, la mayoría corre a esconderse en sus madrigueras para no verse involucrados en las duras consecuencias que otros puedan estar pasando.
Y dejan solo a quienes creían en su amistad. Eso pudimos ver en la cuarentena de hace un año. Muchos que se decían hermanos, se aislaron de tal manera que se olvidaron de abrir su mano hacia los que estaban solos. Ni una migaja de pan, ni un sorbo de agua, ni una pregunta de ¿cómo están? pues.
Así es el corazón humano. Es por eso que Jesus nos dice que no podemos confiar en él. Es perverso y engañoso. Como las olas del mar. Hoy alguien dice “te amo” y mañana estará ensartando un puñal por la espalda. Los pastores sabemos eso de primera mano. Hay personas que nos han dicho: Aunque usted me saque de aquí nunca me iré pastor. Cuente conmigo para siempre. Estaré aquí cuando me necesite. Pero con el tiempo esas palabras escritas en la arena se borran al primer oleaje que las moja.
De pronto se pregunta el pastor: ¿en donde están los que me dijeron que nunca se irían? Pero ya no están. Se fueron sin decir adiós. Sin ninguna explicación aparente, dejando más preguntas que respuestas. Así es el reino de los hombres. Eso es lo que ofrece el César. Es por eso que no podemos confiar en promesas humanas.
Eso pasa también en muchos matrimonios: “Hasta que la muerte los separe” y los novios, sonrientes, felices de escuchar esas promesas dichas ante el pastor y ante el mismo Dios en el altar la tarde la bendición nupcial, se van a su aventura matrimonial, confiando en aquellas palabras dichas con tanta seguridad y orgullo.
Al poco tiempo, como se dice, a la vuelta de la esquina matrimonial, empiezan las fricciones, empiezan las discordias y las diferencias. Uno acusa al otro y viceversa. Las cosas empiezan a ponerse feas. Gritos, golpes, insultos y palabras que nunca debieron salir de las bocas que antes bendecían al Señor se empiezan a escuchar dentro de las cuatro paredes.
Y de pronto, todo se derrumba. Se separan el uno del otro, dejando hijos, compromisos y deudas atrás. Que cada quien vea como resuelve sus problemas y un día se ven solos. Uno de ellos abandona el nido y siguen vivos. No han muerto, por lo tanto, la separación no fue causada por la muerte física, sino por la muerte de la sinceridad, la muerte de la paz. la muerte de la honestidad y el respeto.
Hasta que la muerte nos separe. Si, es cierto, pero, ¿la muerte de qué? Porque los matrimonios se separan por muchos motivos, menos por la muerte de uno de los dos. Ya no existen matrimonios vivos y radiantes aunque no perfectos de más de cincuenta años. Los actuales ya no llegan ni a los veinte años.
Porque todo se muere y no se puede resucitar. Hoy estamos sufriendo falta de honestidad en los seres humanos, incluyendo cristianos. El divorcio ya no es solo potestad de los incrédulos, también los pastores lo están sufriendo a causa de no saber confrontar esos estados de ánimo tan adversos en la personalidad humana.
Pablo está solo. Necesita enviar a alguien que consuele a los filipenses y les entregue el mensaje que les envía, pero no tiene a nadie que tenga su mismo espíritu, su mismo sentir. Pablo, el gran maestro y fundador de muchas congregaciones de aquella región, no tiene a otro como su discípulo Timoteo. Y le duele tener que dejarlo ir. Le duele tener que quedarse sin su compañía con tal que llegue a los filipenses y les haga saber la Palabra del Señor. Solo Timoteo es capaz de hacerlo con la fidelidad y el valor que se necesita. Solo Timoteo.
Esa es la tragedia también de muchos pastores hoy en día: En las congregaciones hay muchos hombres, o mejor dicho, varones, porque hombres de verdad, al estilo Timoteo hay muy pocos. Y se necesitan hombres como él. Sinceros, francos, fieles, discretos y que sepan ocupar el segundo lugar.
Como en muchos matrimonios, Pablo sufre por la falta de hombría. Sufre por la falta de sinceridad. Y se conforma con quedarse solo con tal de que otros tengan lo que a él le falta.
Triste, ¿verdad?