Salmos 8:4 “… digo: ¿Qué es el hombre para que de él te acuerdes, y el hijo del hombre para que lo cuides?”
El hombre no vive su vida propia. No. El hombre trata de vivir la vida de otros. Es un axioma que casi todos hemos tratado de vivir. Desde jóvenes hemos tratado de vivir la vida de los exitosos en la música, en los deportes o en los estudios.
Ya que somos cristianos, tratamos de vivir las vidas de Daniel o sus amigos, o Jeremías, Jonás o incluso de Pedro o de Jesus, sin dejar de lado a Pablo.
Pero todos en algún momento hemos tratado de ser una copia o un clon de alguien más. Hasta que nos damos cuenta que el Cielo a cada quien le ha dado un estilo de vida. Desde el Cielo la Providencia Divina ha diseñado un plan para cada uno de nosotros y nadie escapa a ese destino por más que trate de vivir una vida ajena.
¿Conocen el cuento que se llama “Muerte en Teherán”?
Un persa rico y poderoso paseaba un día por el jardín de uno de sus criados. Este estaba compungido porque acababa de ver a la muerte, que lo había amenazado con llevárselo al más allá.
El criado suplica a su amo que le preste un caballo veloz para huir a Teherán, adonde podía llegar esa misma noche. El amo accede y el sirviente se aleja al galope.
El regresar a casa, el amo se encuentra con la muerte y le pregunta: ¿Por qué has asustado y amenazado tanto a mi criado?
No le he amenazado, responde la muerte. Me he sorprendido verlo aquí, cuando tengo que encontrarme esta noche con él en Teherán.
¿Por qué huyó este hombre de la muerte? porque a ningún ser humano le gusta el sufrimiento. Pero debemos saber que el sufrimiento tiene un propósito: Formar carácter en el ser humano. Forjar firmeza y hacerlo más fuerte. Como enseña Frankl, saber enfrentar el sufrimiento o el dolor es cosa de hombría. Es cosa de valor de hombre en toda la extensión de la palabra. Eso fue lo que descubrió Job al final de su discurso. Job salió más fuerte, más hombre, menos varón.
El valor del hombre no reside en sufrir por el sufrimiento en sí, porque éste no tiene nada de bueno, sino en la actitud frente a él, en la capacidad de soportarlo. Les pondré un ejemplo: un doctor en medicina general consultó con su psicólogo sobre la fuerte depresión que padecía. No podía sobreponerse a la pérdida de su mujer, con quien había compartido un matrimonio muy feliz. Su esposa había muerto hacía dos años.
¿Como podía ayudarlo a superar esa angustia que no lo dejaba tranquilo? El psicólogo le preguntó: ¿Qué habría sucedido, doctor, si hubiera muerto usted y su mujer le hubiese sobrevivido? -Habría sido terrible para ella, ¡sufriría muchísimo!- contestó.
Entonces, el otro le responde: -¿No se da cuenta de que usted le ha ahorrado a ella este sufrimiento, y para conseguirlo ha tenido que sobrevivirla y llorar su muerte? Cuando el doctor que sufría comprendió el valor de su sufrimiento, dejó de sentirse víctima de su dolor y empezó a vivir plenamente el recuerdo dulce de su amada difunta.
Porque sabemos que ser hombre implica dirigirse hacia algo o alguien distinto de uno mismo, bien sea para realizar un valor, bien para alcanzar un sentido o para encontrar a otro ser humano.
Cuanto más se olvida uno de sí mismo, al entregarse a una causa o a la persona amada, más humano se vuelve y más perfectas son sus capacidades. Porque hay algo que muchos hombres ignoran: El amor es la única vía para llegar a lo más profundo de la personalidad del otro.
Por el acto espiritual del amor se contemplan los rasgos esenciales de la persona amada, incluso su potencialidad, lo que aún no ha sido revelado. Aún mas: mediante el amor, la persona que ama capacita al amado a actualizar sus posibilidades ocultas. El amor consigue que el otro realice su potencialidad personal. Es a través del amor que el hombre conoce lo más íntimo del ser amado. Quien ama conoce a la persona que ama.
De allí la importancia del sufrimiento por el amor. Porque amar es sufrir, pero sufrir por amar no es sufrir, es vivir. Esa es la vida mis amigos.