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jueves, mayo 2, 2024

Bipolaridad

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1 Samuel 10:11 Y sucedió que cuando todos los que le conocían de antes vieron que ahora profetizaba con los profetas, los del pueblo se decían unos a otros: ¿Qué le ha sucedido al hijo de Cis? ¿Está Saúl también entre los profetas?

El ser humano es contradictorio. Hay, dentro de cada uno de nosotros, dos partes. Una parte quiere algo y la otra lo rechaza.  Hay mujeres que luchan por encontrar un hombre que las acompañe toda su vida, pero cuando ese hombre empieza a exigir cosas que a ella no le agrada hacer, empieza a rechazarlo. 

Lo mismo aplica para el hombre. Busca con ahínco una mujer que esté con él toda su vida, que le de hijos y estabilidad emocional y física, pero cuando ella empieza a reclamar derechos inherentes al matrimonio, él ya no está contento.  Cuando sus hijos empiezan a ser causa de gastos mensuales, cuando hay que comprar comida y pagar colegios y útiles, ese hombre ya no se siente muy satisfecho de haber empezado algo que al principio pudo haber sido hermoso.

Es la bipolaridad humana.

Eso le pasó al pueblo de Israel en tiempos de que Samuel unge a un hombre llamado Saúl como rey de ese pueblo.

Todos querían un rey. Un rey que fuera, según sus palabras, como los reyes de las otras naciones. En consecuencia, rechazaron el reinado del Señor Dios y la profecía  y dirección espiritual de Samuel y le pidieron que les ungiera un rey humano. Un hombre que les hiciera sentir orgullosos de estar bajo su reinado. Un hombre con brillo, con carisma y que fuera admirado por todas las naciones alrededor.

Humanamente hablando, Samuel se siente desplazado, pero el Señor le dice que no es a él a quien han rechazado, es al mismo Dios. Que les nombre al rey que Dios tiene reservado para ellos. Tendrán lo que piden, solo que van a tener que soportar ciertas exigencias que este rey les impondrá.  Ellos responden que no importa, quieren un rey humano y no se hable más del asunto.

Y aparece Saúl. El famoso hijo de Cis, miedoso, cobarde, amargado, frustrado, buscador de asnas, sin un centavo en la bolsa y para más inri, escondido rehuyendo el llamado del profeta Samuel para ungirlo como el hombre escogido por Dios para reinar sobre el pueblo.

Y la historia nos cuenta que fue ungido como rey. Pero antes, el pueblo va a tener que llevarse una buena sorpresa: Saúl va a ser trasformado por el Señor y antes de subir al trono, tendrá que unirse a una compañía de profetas para ser cambiado desde su propio corazón. Así es el Señor. Nos da sorpresas inesperadas cuando le pedimos algo que no está en su Voluntad pero es tan bueno que no nos niega lo que le pedimos a menos que peligre nuestra vida eterna.

Y Saúl, sin saber como, porque no estaba interesado en nada espiritual, empieza a profetizar igual que los alumnos de Samuel. De pronto, aparece dando voces, hablando en el Espíritu y profetizando cosas que el pueblo identifica solo como acciones de un profeta.

Y se decepcionan de lo que pidieron. Ya no les gusta lo que están viendo. Ellos no quieren un profeta como rey, quieren un hombre común y corriente, un hombre que les hable lo que ellos quieren oír y no las palabras del Espíritu.  Ellos se sorprenden cuando ven y escuchan al hombre que pidieron como rey, hablando palabras venidas del Corazón de Dios.

Eso no les gustó. Lo expresan sus palabras: ¿Saúl entre los profetas? ¿Que le ha pasado el hijo de Cis? Saúl no era así. Saúl era chistoso, malhablado, hablaba con un lenguaje algo callejero, era un “chero” o “pana” o como quiera que le llamen en su país a los amigos que no son espirituales, pero ahora lo ven transformado en un profeta.

No, no queremos a Saul de esa manera. Lo queremos como era antes.  Queremos un rey común y corriente, un pastor que nos agrade, que hable cosas que nos agradan, que no nos esté dando órdenes ni mandamientos que no queremos cumplir. Queremos un maestro que nos enseñe como hacer dinero, no que nos enseñe a ir al cielo. Queremos un gurú de la prosperidad, de como alcanzar el éxito financiero y no que nos esté asustando con el infierno.  ¿Que le pasó a Saúl? O sea que nos quitamos a Samuel pero nos dejó este otro.

¿Que opinan, lectores?

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