Lucas 8:1-3 “Y poco después, El comenzó a recorrer las ciudades y aldeas, proclamando y anunciando las buenas nuevas del reino de Dios; con El iban los doce, 2 y también algunas mujeres que habían sido sanadas de espíritus malos y de enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios, 3 y Juana, mujer de Chuza, mayordomo de Herodes, y Susana, y muchas otras que de sus bienes personales contribuían al sostenimiento de ellos”
En la cultura del primer siglo y mucho antes, la mujer no tenía el valor que debía tener. Ella simplemente era un objeto para uso común en los hogares. Podían ser vendidas como esclavas a cambio del pago de una deuda, podían ser violadas que nunca se les reconocía ningún rescate, a menos que se le diera al padre o al dueño, pero a la mujer violentada no se le reconocía ningún mérito.
Si no podía tener hijos era menospreciada, alegando que alguna maldición pesaba sobre ella y no era apta para ostentar el título de esposa. Podía ser amante o concubina pero no esposa.
Su valor se circunscribía solamente a su servicio. Debía permanecer callada ante los hombres, nunca estar en una reunión varonil, ni mucho menos expresar alguna opinión ante los hombres porque eso era una ofensa castigada al instante.
Si un esposo encontraba alguna falta en ella como esposa, inmediatamente podía pedir el divorcio de ella y tomar otra mujer más útil o atractiva.
En suma, la mujer del primer siglo era solamente un objeto decorativo en las fiestas de palacio o en las reuniones de hombres. Incluso ellas mismas se tenían en baja autoestima cuando había que atender la casa. Marta, hermana de Lázaro le pide a Jesus que le ordene a María que en vez de estar escuchando lo que habla, que vaya a ayudarla a la cocina. Para Marta, el lugar correcto de una mujer no era estar con los hombres sino en los oficios de la casa.
La mujer del perfume fue criticada por el fariseo porque se atrevió a irrumpir sin permiso a su reunión y tocar a su invitado, y lo peor, besar sus pies y ungirlo con perfume, cosa que era prerrogativa exclusiva de los sacerdotes.
Así eran las cosas en aquellos tiempos patriarcales. Abundan los ejemplos del poco valor que se le daba a la mujer, incluso en círculos sacerdotales y proféticos, como el caso de aquella mujer que fue violada por toda una cuadrilla de ingratos que el mismo esposo entregó en sus manos para saciar sus bajos instintos, fue tan brutal el ataque que aquella desafortunada mujer murió en la puerta de su casa.
De pronto, como una estrella en enlutado cielo, aparece un Hombre que empieza a ver, escuchar y tratar a las mujeres de forma diferente.
Aparece un Hombre que las trata con ternura. Las inunda de consuelo. Les imparte respeto. Las trata como verdaderos seres humanos. Se detiene a escuchar sus historias a costa de dejar plantado incluso a un hombre que se decía importante en medio del pueblo.
Aparece un hombre con un carácter gentil, amable y dulce que las hace sentir importantes, que no tiene miedo de romper los cánones de la época, que no le importa ser criticado por sus propios amigos cuando lo ven atendiendo sus súplicas, concediéndoles el tiempo que necesiten para drenar su dolor y su angustia.
Aparece, en medio de aquel océano discriminatorio, un Varón que detiene su paso para consolar a una viuda, a una huérfana, a una mujer que se estaba desangrando y muriendo poco a poco en medio de la indiferencia de los mismos religiosos que no se atrevían a orar por ella, mucho menos a imponerle las manos.
Aparece un Hombre verdaderamente hombre que no tiene miedo de tocar sus llagas, de enfrentarse a los mismos demonios y liberarlas del tormento que les causaba en su salud y en sus almas.
Entonces, sin darle más vueltas al asunto, ¿cómo no seguirlo? ¿Cómo no servirlo? ¿Cómo no invertir en su ministerio sus recursos financieros? ¿Como no abandonar sus casas y sus familias con tal de estar cerca de Aquel hombre que apareció de pronto en sus vidas y las hizo sentir seres vivos, seres importantes, personas de valor, mujeres de respeto y dignidad?
Esa es la cátedra que Jesus nos da a los hombres machistas que todavía pululan en las iglesias y que creen que solo ellos tienen el privilegio de ser hijos de Dios. Esa es la cátedra que Jesus les da a todos aquellos pastores que piensan que sus esposas no tienen nada que hacer a su lado, que no tienen ningún valor excepto en la cama y después se les desecha como trapos sucios e inmundos.
¡Con razón hay tantos hombres, incluyendo pastores a quienes sus esposas no respetan ni obedecen, mucho menos invierten en ellos algún recurso!
Allí está el resultado de su conducta machista, amigo querido. Si su esposa no lo sigue ni lo ayuda, no la culpe. Quizá usted sea uno más de los fariseos que quedaron desperdigados por el mundo. Si quiere que ella cambie, cambie usted e imite a Jesús.