Génesis 18:19 “Porque yo lo he escogido para que mande a sus hijos y a su casa después de él que guarden el camino del SEÑOR, haciendo justicia y juicio, para que el SEÑOR cumpla en Abraham todo lo que El ha dicho acerca de él”
Herencia y legado son dos cosas totalmente diferentes.
Herencia es lo que se le deja a los hijos. Legado es lo que se deja en los hijos. Y la gran mayoría de padres les dejan herencia a sus hijos, pero no un legado. Dejarles una herencia les durará lo que tarda en gastarse esa herencia. Dejarles un legado es para toda la vida.
Son sus principios. Son sus estándares. Son sus bases morales. Son sus desafíos para la vida, son sus sueños de ser diferentes y es un estilo de vida que les acompañe toda su vida y que les vaya bien.
Eso es lo que Dios dice de Abraham. Dios confía en que Abraham le enseñará a sus hijos a honrar a Dios de tal manera que El pueda cumplir lo que le ha prometido. Depende del legado que les deje para que la bendición de Dios caiga sobre Abraham y sus hijos y sus familias.
Dicho esto, tenemos el ejemplo de Daniel.
Daniel era un joven judío, de abolengo. Había nacido en cuna distinguida, era de alcurnia, pero también era un joven educado en los más altos estándares para honrar a Dios no solo con su conocimiento pero también con su conducta. Y eso fue lo que lo distinguió entre sus amigos a quienes influenció para que ellos tampoco le temieran al rey Nabucodonosor ni a sus sátrapas que los amenazaban constantemente con llevarlos a la horca.
A Daniel le cambian el nombre. Le cambian su vestimenta. Le cambian su cultura, pero lo que nunca le cambiaron fueron sus principios. Esas bases morales inculcadas por sus padres desde la niñez dieron su fruto en la crisis de su reclusión en las cárceles de Babilonia.
Bastó una pequeña decisión para que todo lo demás se mantuviera en su sitio. Solo una decisión. No comer la comida del rey. Contra todo pronóstico, se aferró a sus creencias que Dios le ayudaría a mantenerse sano y robusto con solo comer legumbres y agua. El cocinero se sintió temeroso pero Daniel le dijo: Probemos diez días. Solo diez y, si cuando vuelvas a vernos no estamos como tú esperas, nos darás los manjares del rey.
A los diez días el cocinero vuelve y encuentra a Daniel y sus amigos más robustos y sanos que al resto de jóvenes prisioneros. ¿Qué sucedió? Daniel tomó una pequeña decisión que más tarde lo llevaría a tomar grandes decisiones cuando lo ascienden a consejero y ministro del gobierno babilonio.
Todo empezó con una pequeña convicción. Luego, como efecto dominó, todo fue cayendo y encajando en el plan de Dios para la vida de Daniel.
Este joven nos enseña lo que es estar firme en lo que nos inculca la Palabra de Dios. Los mentores que Dios ha puesto en nuestras vidas son los mensajeros que Dios usa para depositar la confianza en sus hijos de que harán lo que su Palabra dice a través de sus mensajeros. Lamentablemente no siempre funciona de esa manera. Muchos cristianos no obedecen las enseñanzas que la Palabra les brinda y se quedan sin dar un solo paso en beneficio de sus propias vidas. Viven pausadamente, sin emociones, no comparten sus vidas, no se entregan a sus causas porque no las tienen, no sonríen porque no tienen sonrisas que brindar. Son seres anodinos, secos y sin frutos dignos de su Dios que los ha salvado.
Leen la Biblia pero no asimilan sus consejos y sus instrucciones, por lo tanto, pasan por estar vida sin dejar ningún legado en nadie. No afectaron la vida ni la conducta de nadie porque no se relacionaron. Como Daniel con sus amigos que fueron influenciados por la conducta de su compañero, muchos cristianos no afectan la vida de nadie. Pasan por la iglesia sin dejar ningún recuerdo, nada que los haga ser recordados como hombres o mujeres que dejaron huellas en su camino.
Si su funeral fuera mañana: ¿Se ha preguntado cuántas personas harán fila para hablar de lo que usted dejó en ellos? ¿Se ha preguntado cuantas personas llorarán con su familia por su partida porque ha dejado un vacío en medio de ellos? ¿O su agenda estuvo siempre vacía de contactos porque nunca se relacionó con nadie? ¿Porque nunca les dio una llamada para un pequeño saludo, una pequeña bendición?
Si su funeral fuera mañana: ¿Habrá suficiente gente acompañando a su familia llevando consuelo y rogando a Dios que le resucite como el caso de Dorcas, la que había dejado tanta ropa hecha a sus amigas que la extrañaban?
Eso es dejar un legado. Algo que une, que perdura, que nunca se rompe porque penetra lo más recóndito del corazón humano. Eso fue lo que Dios confiaba en que Abraham iba a hacer. Y hasta el día de hoy el Nombre de Jehová permanece en sus hijos.