Juan 16:7 “Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya…”
Creo que no ha habido momento más triste en la vida de Jesus en la tierra como cuando Juan nos cuenta lo que habló en sus capítulos 16 y 17. En esos capítulos vemos a Jesus en toda su crudeza emocional. Está triste. Se acerca la hora de su partida y le está explicando a sus alumnos que los tiene que dejar.
Claro, no los dejará solos, pero Él, él, como Jesus ya no podrá estar con ellos. Tiene que irse al Padre, tiene que regresar al Cielo porque tiene que preparar lugar para cuando ellos se reúnan con él allá detrás de las nubes.
Y los muchachos no lo entendían. No era posible que los dejara después de haberlos enamorado con sus palabras, con sus milagros y con su forma de expresar sus pensamientos. ¿Como era posible que ahora venga con eso de que tiene que dejarlos? Alguno de ellos le preguntó si lo podía seguir. Jesus le responde que en ese momento no. Otro le preguntó que a donde iba a ir que no pudiera seguirlo. Jesus le dijo que no entendía lo que les estaba hablando.
Y es que es difícil entender ese lenguaje que lacera el alma. Especialmente de una persona que se ha aprendido a amar, a respetar y a honrar.
Los apóstoles están asombrados cuando escucharon al Señor Jesus decir palabras que era un trabajo enorme entenderlas. Estaban acostumbrados a tenerlo al alcance de sus manos para cualquier necesidad. Estaban acostumbrados a tenerlo cerca para hacerle preguntas sobre la vida, sobre el futuro y sobre la existencia humana.
Sin embargo, varias veces Jesus expresó que debía irse. “Me tengo que ir”, decía con tristeza. “Si no me fuera, no podría preparar lo que tengo que preparar”. “Si no me voy…” y la voz se le quebraba, “ustedes no van a ser capaces de hacer lo que tienen que hacer…”
Y eso es lo que aplica a una pareja que llega al matrimonio. Los padres, especialmente las madres tienen que entender este principio: Para que su hijo o su hija sea capaz de descubrir de lo que es capaz de hacer sin su ayuda y supervisión, es necesario dejarlos solos. En el altar, cuando es el Señor quien está tomando las riendas de ese par de vidas, los padres tienen que tomar la dolorosa decisión de dejarlos ir. Que se vayan solos los dos a formar su vida, que acepten los retos que la vida matrimonial les presentará, que vean que son capaces de resolver sus problemas con la ayuda de su Dios a quien han rendido sus vidas.
Jesus no tuvo miedo de dejar a sus discípulos porque sabía que los había entrenado bien para que cumplieran su misión en la tierra. El sabía que estaban bien enseñados a continuar con su labor de evangelizar al mundo en el cual los dejaba mientras él se iba a preparar lugar para todos sus hijos, incluyéndolo a usted y a mi. Que ellos no lo hayan hecho es otro cuento.
¿Confían los padres de hoy que sus hijos permanecerán fieles al matrimonio? ¿Pueden confiar en que han sabido enseñar a sus hijas a cuidar a sus esposos, a apoyarlos y estar a su lado cuando las cosas se ponen a veces feas?
Confían los padres en que han sabido enseñar a sus hijos a sostener un hogar como él vio hacerlo cuando estuvo bajo su tutela? ¿Confía ese padre en que supo enseñar a su hijo a respetar, honrar, cuidar y sostener su casa?
¿O tiene que mantener su presencia en sus vidas porque no confía en que ellos estén viviendo conforme la Palabra de Dios que les fue enseñada cuando hubo oportunidad?
Jesus estaba triste, sí, pero estaba seguro que ellos, sus discípulos, podían cumplir la misión que les había encomendado cuando estaba con ellos en la tierra. Estaba seguro que ellos no le iban a fallar porque los había enseñado bien.
Erasmo, un pensador renacentista, cuenta que cuando Jesus llegó al cielo, los ángeles corrieron a recibirlo y se amontonaron a su alrededor. Le hacían toda clase de preguntas para saber de sus aventuras con sus mejores amigos. Jesus, sonriendo, les contaba todo y emocionado les describía cómo les había dejado el legado de llevar su mensaje al mundo que él amaba.
Uno de los ángeles lo interrumpió, y con voz suave le preguntó: Señor, ¿y cómo va a suceder eso? Bueno, le respondió Jesus, he dejado a doce hombres fieles que continuarán lo que yo comencé. ¿Pero qué pasará si ellos no hacen el trabajo? siguió preguntando el ángel. Jesus, haciendo una pausa, agregó con la voz quebrada: No tengo otro plan. Ellos son mi plan…
Si usted le ha enseñado bien a sus hijos como ser esposos, como vivir para toda la vida con su pareja, hasta que Cristo venga, descanse. Ellos sabrán como salir adelante tomados de la Mano del Señor.