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lunes, noviembre 25, 2024

Lo oculto

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Levítico 19:9-10 «Cuando siegues la mies de tu tierra, no segarás hasta los últimos rincones de tu campo, ni espigarás el sobrante de tu mies. «Tampoco rebuscarás tu viña, ni recogerás el fruto caído de tu viña; lo dejarás para el pobre y para el forastero. Yo soy el SEÑOR tu Dios.

Hay mandamientos que están insertados aquí y allá a lo largo de toda la Escritura. Pareciera que el Señor quiere llamarnos la atención hacia un determinado mandamiento y lo hace en forma que inserta algo que no está en concordancia con lo que viene diciendo antes y después.

Es como tomar un marcador amarillo y resaltar un párrafo o frase para darle realce y mantener la atención sobre lo que se ha marcado.

En el capítulo diez y nueve de Levítico, el Señor ha venido hablando de mandamientos sobre la conducta espiritual, sobre sacrificios, sobre la forma en que debemos conducirnos en sociedad.  De pronto, sin previo aviso, aparece el texto que encabeza este escrito.

¿Que es lo que el Señor está tratando de enseñarnos en esa perla que aparece de pronto en ese trasfondo de mandamientos diferentes?  ¿Cual es el énfasis que hay que poner al leerlo y tratar de entenderlo a la luz de su revelación?

Es que Dios es insistente en lo que al dar se refiere.  Si en algo insiste el Señor en su Palabra, es que el ser humano rinda las áreas de su alma con respecto a amontonar riquezas o bienes materiales.  No me cansaré de enseñar que después de la conversión y que nuestro nombre esté escrito en el Libro de la vida, lo que sigue a continuación es una reeducación del hombre. Eso se llama transformación. Recuperación de la Imagen y Semejanza de Cristo la cual se perdió a causa del pecado original.

Y es allí en donde falla la iglesia. Porque se empeña en evangelizar y convertir a Cristo a todos los inconversos que pueda, pero luego los dejan exactamente igual que como llegaron.  No enseñan los mandamientos ni preceptos que deben aprender los nuevos convertidos para llegar a ser nuevas criaturas. Lo dan por hecho y eso es un grave error que cometemos los pastores y líderes evangélicos.  El hombre, per se, no hará cambios a menos que se le enseñen los principios que Dios nos ha dejado en su Palabra.  Y aún así, no todos logran hacer ni aceptar los cambios que se necesitan para que poco a poco vayamos recuperando la imagen de Cristo hasta que lleguemos a parecernos a él.

Los versos 9 y 10 nos hablan de que cuando tengamos nuestros alimentos en la mesa, cuando tengamos lo necesario para nuestro sustento, no debemos guardar en la refri los sobrantes porque sabemos que ya no les daremos uso.  Es bien sabido que las refrigeradoras están llenas de sobras que se descomponen y echan a perder por causa de la negligencia de todo ser humano.  A menos, claro está, que la esposa sea disciplinada y ordenada en sus gastos, hará una reingeniería alimenticia con lo que sobró de la semana anterior, pero por lo general eso no sucede. ¿Que pasa después de dos semanas que aquellos frijoles que se guardaron en un recipiente en la hielera ya no se utilizó? Se echa a perder. Se bota a la basura y se pierde una buena cantidad de comida que pudo haberse utilizado para bendecir a otras personas.

El Señor no nos está prohibiendo que nos demos un buen banquete de cuando en cuando. Él lo que nos está enseñando es que después del banquete, juntemos lo que ya no consumimos y lo compartamos con los pobres, los necesitados e incluso, con aquellos que están cerca de nosotros.

No son sobras porque no son alimentos manoseados ni tocados, simplemente es lo que ya no podemos consumir y que somos tentados a guardar para un después que nunca llega.  Al final todo eso se tira y se desperdicia una buena cantidad de semilla.

Eso es lo que está oculto en esos versos que de pronto aparecen en un capítulo que habla de otras cosas pero al estar allí, nos llaman la atención para averiguar por qué se pusieron en esa porción.  Una vez más el Señor interrumpe su discurso para hacernos ver la importancia de mantener en mente la instrucción de dar y compartir lo que Él nos confía para nuestro bienestar.

En el Doctorado me enseñaron a leer sobre muchos autores y la instrucción de mis maestros fue que de todos ellos yo podía sacar algo bueno, para poner en práctica lo que enseñó Pablo: Escudriñen todo y retengan lo bueno. Aquí les comparto algo que  Gabriel García Marquez escribió y que me sirve aún para mantener vivo en mi la responsabilidad de no dejar de hacer o decir lo que debo hacer y decir en todo momento. Haré una paráfrasis de su escrito:

“Si Dios me diera un poco más de tiempo, haría cosas que dejé de hacer, pensaría mejor las palabras que dije, me enamoraría más, diría más veces “te amo” y no daría por sentado que ya lo sabes.  Porque los hombres creen que ya no hay que amar porque envejecen, cuando es lo contrario: se envejece cuando dejas de amar. Si Dios me diera un poco más de tiempo, reiría más con los niños y jugaría con sus cabellos. Si Dios me diera un poco más de tiempo…”

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