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jueves, abril 25, 2024

Dos paradigmas: usted escoge

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Jueces 6:12-15

Gedeón es el típico ejemplo de los que trabajan y trabajan para ganarse el sustento diario. No  luchan por más. Se conforman a vivir con lo que pueden lograr con sus propias fuerzas, a pesar de que dicen que aman al Señor, que le sirven y que quieren ser como Jesus. Es lo que en teología se llama “falsa humildad”.

Sin embargo, a la hora de luchar por un milagro, una sanidad, una provisión, ni siquiera luchan porque antes de hacerlo ya están vencidos por sus miedos, sus temores y sus conflictos internos.

El ángel sabe que la liberación de Israel depende de su capacidad para impactar la autoestima de Gedeón.  Como Gedeón, muchos de nosotros estamos hartos de los males que nos rodean, de las deudas difíciles de pagar, de la provisión que llega a cuentagotas, sin embargo no se nos ha ocurrido que el milagro por el cual hemos estado orando ya se encuentra en nuestro interior.  Cuando Dios lo llamó “guerrero valiente”, Gedeón fue capaz de pararse en una identidad que le permitió originar la justicia que su corazón anhelaba.  Es importante que nos demos cuenta aquí de que, aunque parecía que los madianitas eran los opresores de Israel, la verdadera esclavitud se encontraba en el interior de Gedeón.

Su respuesta all ángel nos ayuda a discernir la fuente de sus temores  cuando dijo: ¿No es mi clan el más débil de la tribu de Manasés, y no soy yo el más insignificante de mi familia? Vemos que son las mismas palabras que expresó Saul en nuestra historia anterior.

El problema de Gedeón no es tanto que el enemigo es muy grande, sino que él se siente muy pequeño.  Uno siempre puede decir el tamaño de la identidad de un hombre por el tamaño del problema que escoge para desalentarlo. 

Sin embargo, cuando ya estaba en plena batalla, el pueblo gritó: ¡Desenvainen sus espadas por Dios y por Gedeón! (Jueces 7:20)  Como consecuencia que Gedeón fue una persona que recobró su identidad interna, la que Dios le había impregnado con su Presencia, el pueblo fue fiel a Dios y a él.

La falsa humildad está proliferando descontroladamente en el Cuerpo de Cristo.  Muchos cristianos, al querer ser humildes se están conformando con esperar que sean otros quienes luchen por ellos, que oren por ellos y que trabajen por ellos.  Esa mentalidad nos está matando la fe, la confianza en Dios y es por eso que ya casi no vemos milagros obrando en nuestras vidas. No queremos que la gente piense que deseamos cosas mejores y eso nos está llevando a la misma esclavitud que Gedeón experimentó.

Pero después de haber ganado una batalla interior, otra nos saldrá al encuentro: La vida de Nehemías es un ejemplo de esto. Nehemías, a diferencia de Gedeón, sabía quién era él en Dios y comprendió que el llamado de su vida era alterar el curso de la historia al reconstruir los muros de Jerusalén y establecer un gobierno en Israel después de muchos años de exilio. Después de varias luchas por vencer al enemigo que los estaba desalentando, Nehemías demuestra como permanecer fuera de ese círculo de problemas. Cuando lo citan para una conversación disfrazada de trampa, él les responde: “Estoy haciendo un gran trabajo y no puedo llegar hasta ti”. NEHE. 6:1-3

Cuando eso no funciona, el enemigo trata que Nehemías se esconda en la iglesia y que abandone sus sueños y proyectos:  NEHE. 6:10-14.  Esto es lo que hace mucha gente evangélica: Se quedan en las sillas de la iglesia rumiando su frustración, su enojo y su depresión porque el enemigo los ha encerrado en una vida de liturgia aburrida y oxidada.

Cuando nos sumimos en la autoestima baja y en la humildad falsa, somos impotentes para detener los ataques violentos del diablo.  Satanás usa la “doctrina de la humildad” para castrar nuestra confianza y paralizar al pueblo de Dios.  Esta falsa doctrina nos enseña que estar confiados en que estamos haciendo “una gran obra para Dios” es arrogancia.  Este sistema de creencia se expresa en declaraciones como: “No soy yo, sencillamente es Jesus”, sí, es cierto, pero él nos ha comisionado para colaborar con Él. Por eso nos llamó a reinar con él. ¿Acaso no dice la Escritura que estamos sentados con Cristo en lugares celestiales?  Es hora que el pueblo cristiano tome las armas que Dios nos ha entregado, nos pongamos el yelmo de la justicia y tomemos el escudo de la fe para empezar a hacer prodigios y milagros. Solo así la sociedad dejará de vernos como personas ignorantes, pobres, mediocres y mendigos.

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