1 Pedro 4:16 “Pero si alguno sufre como cristiano, que no se avergüence, sino que como tal glorifique a Dios”
En mi libro “A mis queridos jóvenes” escribí algunos consejos para los jóvenes sobre como vivir su vida consagrada y agradable al Señor. Para mí, la pureza sexual en la vida de los cristianos es un punto central. No podemos ser hombres y mujeres agradables al Señor si no cuidamos mucho la pureza de nuestros pensamientos, si no controlamos nuestro líbido, si no le ponemos un freno a nuestras pasiones.
Porque, como dice Eclesiastés, todo tiene su tiempo bajo el sol. Ya habrá tiempo, jóvenes, de entregar lo más preciado que puedes entregarle a tu pareja: Tu pureza. Física y espiritual.
Estamos viviendo tiempos en que la pureza en la juventud es un reto. Y un reto no es fácil de pasar. La presión de grupo es bastante fuerte en su medio donde se mueven. La pregunta lógica de estos tiempos entre los jóvenes de 12 a 17 años es “¿y no lo has hecho?” Porque muy pocas niñas han logrado llegar a los 12 años sin haber experimentado una relación sexual para poder competir con sus compañeras. Lo mismo aplica con los varones. No eres hombre si no has hecho lo que los hombres hacen. Y, en medio de esto, tenemos no solo la pérdida de la pureza, la inocencia y la virtud de la santidad, pero también el aborto, las pastillas o aparatos intrauterinos para evitar embarazaos prematuros. Sin dejar de lado el famoso condón.
Y hablo de la juventud evangélica. Soy pastor, no hago apología del pecado ni lo cubro de matices rosados para hacer creer que no me doy cuenta de ese problema. En mi propia congregación, lastimosamente hay jóvenes que han fornicado y sus padres o no se han enterado o miran para otro lado con respecto al suceso que sus hijos han atravesado.
Me podrán acusar de retrógrado o de viejo o aún de desfasado porque están saliendo estudios en donde dicen los sicólogos de la Nueva Era, que la virginidad ha pasado de moda. Que el himen no es nada más que una membrana elástica que no tiene nada que ver con la pureza para antes del matrimonio. Eso lo podrán decir ellos, pero la Biblia dice lo contrario.
Cuando yo era más joven y competía con mis compañeros de trabajo, nos daban un trofeo al ganador del primer lugar. Todos queríamos estar en ese lugar y nos esforzábamos por lograrlo, así, lo significativo de esos trofeos no son los trofeos en sí mismos, sino las historias que representan: las historias de victoria, de trabajo duro, de excelencia, de creatividad y de sacrificio. Sin esas historias, son meros pedazos de metal, plástico, pintura o tela.
El trofeo no se mide por el dinero. Un trofeo, en la tienda, no valdrá más de veinticinco o cincuenta dólares, pero ningún atleta compite por el precio del trofeo porque no es el trofeo el que le da valor al juego, es el juego el que determina el valor del trofeo. Así la virginidad no tiene un valor moral, es el esfuerzo, el trabajo y la determinación de guardarla lo que le da valor.
Tristemente, vivimos en una cultura que no premia la pureza sexual. El desafío de “guardar tu virginidad” o de “guardar el sexo para el matrimonio” se ha quedado desfasado y la consideración de enfrentar un desafío así les suena a muchas personas como absurdo y hasta insaludable. Otros hemos crecido en ambientes estrictos y religiosos y hemos oído lo de “guardar la virginidad” durante años, pero sin una buena explicación al respecto.
Estamos intentando jugar el partido, pero no hemos sido entrenados para ganar porque nadie nos está diciendo que hay un trofeo merecedor del precio que hay que pagar para conseguirlo.
Joven, señorita, si han estado intentado atesorar su virginidad y vivir una vida pura, seguramente se habrán dado cuenta de que esta es una batalla mayor que la de un partido. Para la mayoría de ustedes, atesorar su pureza no es un ejercicio de autocontrol sobre sus impulsos sexuales. El mundo en el que vivimos es un campo de minas que los está desafiando a que intenten escalar el monte de la santidad. Están rodeados de mensajes atrevidos diseñados par que confundan el amor con la lascivia, y están rodeados de un montón de gente que se han creído esas mentiras.
La mayoría de sus amigos son corderos ignorantes en una tierra de lobos rapaces y están siendo devorados sin oponer ninguna lucha. Sucumben bajo la presión del grupo y bajo el poder de su impulso sexual, duermen con cualquiera, pierden su autoestima, y se preguntan por qué no les admira nadie. Cuando por fin encuentran a alguien especial, no tienen nada de valor que entregarles porque ya han sido usados. Su trofeo se ha hecho añicos y su pureza se ha arrastrado por las calles de la presión de grupo y de la pobreza.
Su corona ya no existe, ha sido pisoteada por la muchedumbre y ha perdido su brillo a causa del fuerte sentimiento de culpa que perdura mucho después de que se haya marchado su amante, llevándose con él otro pedazo de su corazón. A veces soy sarcástico en algunas iglesias donde les pregunto a los jóvenes: Levanten la mano quienes tienen los labios vírgenes. Son pocos los que se atreven a hacerlo. No trato de avergonzarlos, solo de ponerlos ante la realidad de lo que nunca pensaron que iba a suceder ni de las cuentas que tendrían que dar.
Dios y yo esperamos que un día se levante una generación de hombres de una sola mujer y mujeres de un solo hombre. Creo que con la ayuda del Señor y la conciencia propia podremos lograrlo.