Números 33:55-56 “Pero si no expulsáis de delante de vosotros a los habitantes de la tierra, entonces sucederá que los que de ellos dejéis serán como aguijones en vuestros ojos y como espinas en vuestros costados, y os hostigarán en la tierra en que habitéis. Y sucederá que como pienso hacerles a ellos, os haré a vosotros”
El ser humano es tan vulnerable a las situaciones de la vida que nos hacemos adictos a lo que nuestro corazón o nuestra alma -como usted quiera llamarlos-, nos piden y exigen.
Porque todos sabemos que las exigencias de nuestro corazón que es perverso sobre todas las cosas, y no lo digo yo sino el Señor, pide más y más de lo que él quiere para sentirse bien consigo mismo. Es como decir que el corazón humano es un persona dentro de nosotros. No me malinterpreten, no estoy alucinando, solo estoy poniendo un ejemplo.
Porque sabemos que el corazón pide. Pide más dinero, mas sexo, más honores, más respeto y muchas cosas más. Hasta que nos pierde en el camino a la vida plena que Jesus quiere que vivamos. Hay mucha gente en la iglesia de Cristo que está siendo gobernada por su corazón. Les ha convencido tanto de que son merecedores de todo que no hacen nada para crecer, para vivir en una plenitud que se mantienen en un estadio de pobreza espiritual y de allí en muchas cosas más.
¿Que es una adicción? Según el diccionario de la Real Academia, adicción es: “Hábito de conductas peligrosas o de consumo de determinados productos, en especial drogas, y del que no se puede prescindir o resulta muy difícil hacerlo por razones de dependencia psicológica o incluso fisiológica” Bueno, ahí lo tienen. Son hábitos de conducta peligrosas que nos inducen a hacer lo que no queremos porque ya somos gobernados por la adicción, valga la redundancia.
Bueno, pero no quiero hablar de drogas, licor ni pornografía, aunque en sí, esas cosas son hábitos destructivos para el ser humano. No se necesita un doctorado para saberlo. Lo tenemos a la vista. No, estoy hablando de otros hábitos que también son destructivos.
Y entrando en materia, la adicción de la que quiero hablar en este artículo es: La adicción al “no”. El no puedo, no me alcanza, no tengo, no siento.
Muchos cristianos viven por debajo del nivel de pobreza tanto material como espiritual. Ayer estaba viendo un noticiero en donde alguien le regaló unas “casitas” a algún grupo de ciudadanos quienes muy contentos, recibieron las escrituras de sus casitas. La presentadora del programa de beneficencia explicó que “solo” les faltaba el techito, el pisito, las puertas y todo lo demás. Es decir, les estaban “regalando” un cuadro de block y cemento. Pero lo que más me impresionó fue que uno de los recipiendarios de ese regalo cuando pasó al micrófono a dar gracias, expresó una palabra que me dio pie a este escrito: “Es que nosotros somos pobrecitos…”
¿Quien le enseñó a este hombre a decir y creer que él es un pobrecito? Estaba vestido, tenía zapatos, una buena camisa y un pantalón de lona. No andaba andrajoso. Incluso pude ver que tenía reloj de pulsera.
Ah, entonces caí en la cuenta: él es adicto a la pobreza. Por más que le regalen casas, carros u otros bienes, siempre seguirá diciendo que es un pobrecito. Y seguramente a menos que cambie su paradigma, nunca saldrá de esa prisión, o de esa adicción como estamos viendo.
Los adictos al “no puedo” nunca van a hacer nada que valga la pena. Siempre se quedan a medio camino. Siempre van a estar con las manos vacías y sus vidas estarán rodeadas de gentes como ellos. No puedo amar dicen algunas mujeres, porque fueron engañadas. Entonces decidieron en su corazón (ahí está otra vez), no volver a amar a nadie, pero cuando se ven necesitadas de un apoyo, de una relación, necesidad de alguien a quien abrazar, se lamentan que nunca pudieron amar. Ellas decidieron no hacerlo.
Y eso es lo que nos dice el Señor en el texto que encabeza este artículo: Si no echamos fuera de nuestro corazón, de nuestros pensamientos y conductas esos enemigos del “no puedo, no quiero, no siento”, ellos gobernarán nuestras vidas y el dolor que suframos ya no será culpa de nadie más que de nosotros mismos. Por eso Pablo dice: Renovad el espíritu de vuestra mente. Es trabajo mío, suyo y de todos los que queremos vivir una vida abundante en Cristo que trabajemos arduamente para eliminar de nuestro vocabulario el “no” que no nos deja crecer.