2 Corintios 1:6 “Pero si somos atribulados, es para vuestro consuelo y salvación; o si somos consolados, es para vuestro consuelo, que obra al soportar las mismas aflicciones que nosotros también sufrimos”
Acaba de pasar el día del padre. Yo tuve la bendición de criar varios hijos y una hija. Tres de ellos no fueron míos sino hijos de la madre de todos ellos. Los demás, cuatro de ellos son mis propios hijos.
Cualquiera se sentiría dichoso y feliz de tener una familia numerosa en donde los hijos celebran a sus padres con amor, cuidado y ternura. Cualquiera se sentiría feliz de tener nietos y nietas que coronen sus cabezas de gloria como dice la Biblia. Sí, cualquiera, pero no nosotros, es decir, mi esposa y quien escribe.
Porque tristemente, la vida que vivimos allá en Guatemala, mientras los hijos crecían, yo era un vendedor viajero. Viajaba por todo el país para atender mi cartera de clientes y que con sus compras, sostenían mi familia y que a mis hijos no les faltara nada. Por lo tanto, aunque me duela, debo reconocer que fui un padre ausente. Con esto quiero decir que me esmeré en llenarles el estómago pero no supe llenarles el corazón. Hoy, que ellos ya tienen sus propias familias y que están viviendo sus propias experiencias, están ausentes de nuestras vidas.
Por eso empecé este escrito mencionando el día del padre recién pasado. La pregunta: ¿Le felicitaron sus hijos, pastor? fue una pregunta varias veces repetida y varias veces se incrustó en mi corazón un pequeño dardo al tener que responder: No. De todos los que crié junto a mi esposa, solo mi hija tuvo el gesto de felicitarme vía Whats App casi al terminar el día. Como quien dice: “Ah, tengo que felicitar a mi papá…”. Pero algo es algo. Yo me lo gané y debo apechugar como decimos en Guatemala. Eso fue lo que sembré y eso es lo que cosecho.
Bueno, pero… ¿duele? Voy a ser sincero: Sí. Duele en el alma saber que hay hijos que no se recuerdan del padre o de la madre por los vacíos que quedaron en sus vidas a causa de la forma en que los criamos. Son los avatares del destino. Si la vida me dio limones, tengo que hacer limonada dirían los gringos. Les cuento mi historia quizá porque alguien que lea esto pasó lo mismo que su servidor. Ese dolor interno puede servir para que otros puedan ver y saber que en medio de la tristeza de saberse abandonado, solo y sin hijos o nietos que quieran estar con el abuelo, en medio de todo, Jesus siempre está a nuestro lado. Él sabe de qué tenemos necesidad y nos consuela con otras personas para que aprendamos a consolar a otros. Que nuestro dolor sea de sanidad a otros enfermos. ¿Por qué les cuento todo esto?
Porque cuando encubres o reprimes ciertas emociones como el dolor, la pena o el temor, por lo general es porque no quieres lidiar con ellas. Sin embargo, el problema de hacer esto es que no estamos hechos para reprimir ciertos elementos de nuestras vidas. No podemos reprimir el dolor sin reprimir también el gozo. No podemos reprimir el temor sin reprimir la paz.
Es por eso que Dios dice: “Tráelo todo a la mesa. Trae tu temor y yo te enseñaré paz. Trae tu dolor y yo te enseñaré consuelo”. Jesús dijo claramente: “Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación. Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad” (Mateo 5:3-5).
Bueno, muchos cristianos en los Estados Unidos no creen en el luto. Actuamos como si el dolor viniera de la falta de fe en Dios. Sin embargo, si reprimimos la tristeza y el dolor, nunca recibiremos una medida completa del consuelo de Dios.
Recientemente, en mi propio estudio personal del Libro de los Salmos, me di cuenta de que leer estos versos casi estaba creando en mí la sensación de que necesitaba parar. No pude continuar hasta que estuve dispuesto a ser honesto con Dios y las Escrituras. Dado que he enfrentado algunos problemas serios en mi vida, saqué un block de notas amarillo y comencé a escribir cosas. Tuve que admitir: “Aquí hay cinco o seis cosas en los últimos diez años que me dolieron profundamente; y traté de evitar lidiar con ellas”. Tuve que admitir que esta pena y dolor podían ser buenos porque el gozo podía salir de este lugar.
Veo a Dios protegiéndonos, al sacarnos de las tormentas, pero también, a veces, al dejarnos en la tormenta. Digamos que alguien está enfrentando una depresión y ves a Dios sacándolo de esa temporada de desesperación. ¡Eso es maravilloso! En otras ocasiones, sin embargo, vemos a Dios dejando a una persona en una posición difícil. En lugar de sacarlos de la situación, les da paz en medio de esa tormenta. Eso es maravilloso también. Nuestra seguridad es que Dios nos está protegiendo sin importar por lo que estemos pasando.
Cuando Pablo escribió: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4:13), no estaba ignorando ni reprimiendo el dolor de sus circunstancias pasadas o presentes. Simplemente sabía que Dios lo consolaría y lo ayudaría.