Mateo 9:9 ““Pasando Jesús de allí, vio a un hombre llamado Mateo, que estaba sentado al banco de los tributos públicos, y le dijo: Sígueme. Y se levantó y le siguió”
El mundo está lleno de mucho quebrantamiento. La gente está buscando respuestas y un propósito en sus vidas. Esta generación tiene tantos miedos y dudas, tratando de descubrir quién es Dios y qué quiere de nosotros.
Anoche estuve predicando en una congregación en donde había muchos jóvenes, jóvenes que crecieron sin un padre a la vista, con una madre que se dedica a la venta diaria en un mercado y el Espíritu Santo les habló por medio del mensaje que se predicó: “Ustedes han vivido hasta ahora vidas vacías. Vacías en el sentido en que no ha habido nadie que les haya enseñado, instruido o guiado en sus caminos. Nadie se ha preocupado por enseñarles los retos y los desafíos que la vida les impondrá en su caminar, es por eso que han tenido que buscar en las calles a sus maestros y éstos los han torcido en vez de ayudarles…”
Al escuchar esas palabras. algunos de ellos empezaron a derramar sus lágrimas. Fueron lágrimas de dolor y de soledad. Porque supieron allí que ellos no habían nacido para esa clase de vida. Que hay un nivel superior en donde moverse y ser alguien útil e importante en la vida, influir en otros, organizar las vidas de otros con la ayuda del Señor que los estaba buscando.
Como el publicano Mateo, ellos también crecieron escuchando a su madre cantar coritos, asistir a la iglesia y quizá participar en algún ministerio, pero nadie se ocupó de llevarlos de la mano para enseñarles otro estilo de vida. Y se dedicaron a todo, menos a vivir abundantemente.
Hasta que Jesús pasó por su lado y los vio.
Un escritor particular de los evangelios lo habría entendido bien. Probablemente Mateo creció en un hogar judío tradicional; había oído todas las historias del Antiguo Testamento y visto toda la religión. Sin embargo, algo había salido mal; él se convirtió en recaudador de impuestos para el Imperio Romano, y éstos eran puestos en la misma categoría que las rameras, los traidores y los pecadores. En su evangelio, Mateo da un poco de su testimonio.c“Pasando Jesús de allí, vio a un hombre llamado Mateo, que estaba sentado al banco de los tributos públicos, y le dijo: Sígueme. Y se levantó y le siguió” (Mateo 9:9).
Mateo habría tenido todo el dinero y los conocimientos religiosos y, sin embargo, por dentro estaba tan quebrado y vacío. Entonces tuvo una revelación de Jesús. Habría perdido su trabajo para seguir a Cristo. Probablemente renunció a su riqueza y tal vez incluso perdió las relaciones con su familia. Se habría enfrentado a la persecución de los líderes religiosos de su época. Según la historia de la iglesia, él se convirtió en misionero en el norte de África y finalmente murió como mártir por el Evangelio.
Estoy seguro de que si pudieras preguntarle a Mateo: “¿Lo harías todo de nuevo? ¿Seguirías a Cristo fuera de esa mesa de impuestos, sabiendo cómo cambiaría tu vida, lo que te costaría?” Él respondería: “Sí. Cien veces más”.
Hay algo tan definitorio sobre la autoridad, el poder y el amor de Dios cuando realmente lo encontramos. Creo que Dios nos está llamando a levantarnos porque la iglesia y el mundo necesitan desesperadamente ver el corazón de Dios viviendo a través de ellos. Así como Jesús quería sanar en la generación de Mateo, Dios quiere volver a moverse en esta generación. Esta es la expresión de la compasión de Cristo de la que Mateo fue testigo y escribió: “A la verdad la mies es mucha, mas los obreros pocos. Rogad, pues, al Señor de la mies, que envíe obreros a su mies”
Existimos con el propósito de llevar la Palabra y el poder del Espíritu Santo a los espacios quebrantados. Al igual que con Mateo, Cristo nos dice: “Sígueme”. Si obedeces, tu vida nunca será la misma.