Marcos 6:24 “Ella salió y dijo a su madre: ¿Qué pediré? Y ella le respondió: La cabeza de Juan el Bautista”
Hay madres para todos los gustos. La historia está llena de historias de muchas madres que fueron heroínas para sus hijos. Dieron sus vidas a favor de sus retoños. Los defendieron a capa y espada y pusieron toda la carne al asador a favor de sus familias. Otras fueron crueles, ingratas, paranoicas y sanguinarias.
Si no me cree, estudie la historia francesa de las familias nobles de aquellas épocas y encontrará historias espeluznantes de mujeres que se dedicaron al espionaje, a la doble personalidad con tal de ganarse unas medallas que colgar en sus trajes.
Pero todas ellas fueron unas babuchas en comparación con Herodías, mamá de Salomé, la bailarina que alegró el corazón de Herodes Antipas en aquella ocasión que él estaba de cumpleaños y lo celebró a lo grande, invitando a su entenada a que bailara y lo encandiló tanto que cometió el error de ofrecerle hasta la mitad de su reino para premiarla por el logro de su danza ante él y sus amigotes todos borrachos para ese entonces.
La chica, que aún no sabia qué pedir, acude a su madre -según la historia-, y es cuando esta señora aprovecha para desquitarse de todo el rencor y odio que tenía por el profeta enviado por Dios para anunciar el próximo advenimiento del Mesías de Israel: Juan el Bautista. Llena de alivio, le aconseja a su hija que le pida al mandatario la cabeza del preso más famoso de aquel tiempo.
¿Se imaginan, lectores, tener una madre de esa calaña?
¿Decirle a su propia hija que pida que asesinen a un hombre solo porque le caen mal sus profecías? ¿Aconsejarle a su hijita que lógicamente había sido enseñada desde niña a mostrar sus encantos para ser usada como pasaporte para lograr su venganza? ¿Como quedaría el corazón de esta chica al conocer la verdad de la verdad? Porque tuvo que saber más adelante que la relación entre su madre y el patricio no era una relación sana ni santa para aquella época en que todo el pueblo esperaba la llegada de un Mesías Rey.
Salomé entonces, según lo que vemos en la historia bíblica, es una víctima del odio y el rencor que su mamá Herodías sentía por aquel profeta que se atrevió a decirles la verdad a ella y el Emperador sobre su relación incestuosa.
Cuántos hijos son víctimas de padres que no saben dirigirlos por los buenos caminos de la vida. Cuantos hijos se han perdido no solo en las calles de la muerte pero también están en prisiones por largos años todo porque sus progenitores les hicieron cómplices de sus bajas pasiones, de sus deseos egoístas y sus malas conductas.
Hoy estamos viendo ese paradigma en toda su crudeza. Jóvenes están siendo llevados a la cárcel porque sus padres les inculcaron sus malos caminos, obligándolos muchas veces a delinquir abiertamente, sin ponerse a pensar que iba a llegar un día en que todo iba a cambiar y el destino iba a encontrarse con ellos, padres e hijos, madres e hijas y les se les iba a cobrar la factura de sus delitos.
Es penoso ver en la televisión cómo las autoridades se llevan prisioneras a madres que debieron haber educado a sus hijos de ambos sexos en los caminos de Dios cuando hubo la oportunidad, pero desaprovecharon ese privilegio de hacer de su progenie un ejemplo de buena conducta ante la sociedad, ante Dios y ante ellos mismos.
Hoy han quedado rezagados un sin fin de nietos sin ninguna protección familiar, han quedado a cargo del Estado para que se haga cargo de su educación y su formación, cuando bien se sabe que éste no tiene la capacidad para formar ética y moralmente a los niños porque no fue eso lo que Dios ordenó en sus leyes sobre la educación de los niños. Ignorar esas leyes ha causado una debacle familiar en nuestro país y hoy estamos presenciando la sentencia que la Biblia tiene en Malaquías: “Por cuanto tú te olvidaste de mi ley, Yo -dice Jehová-, te echaré del sacerdocio y me olvidaré de tus hijos”.
¿Cómo dormirán esas madres y esos padres sabiendo que sus hijos, los que nacieron bajo su cuidado, los que debieron haber sido instruidos y enseñados en los principios morales de Dios también comparten su misma suerte en las prisiones estatales? ¿Tendrán ahora su conciencia tranquila? ¿Podrán comer en paz? Son las preguntas que me vienen a la mente al ver las noticias de las ocho cada noche.
Una reflexión muy acertada sobre el drama social que vive hoy por hoy el país y no solo eso, al cerrar la argolla y ha fuerza de ser sinceros, muchas de estas familias no han sido ajenas a las buenas nuevas de salvación.