Jueces 8:18 “¿Qué clase de hombres eran los que matasteis en Tabor? Y ellos respondieron: Eran como tú, cada uno parecía hijo de rey…”
Creo que una vez más voy a caer mal para aquellos que siguen las corrientes de este mundo con respecto a los estilos de las modas y las formas de vestir, pero no puedo dejar de señalar que muchos evangélicos se dejan llevar por la masa del mundo, por los deportistas que les impactan y por sus ídolos televisivos.
Y es que hoy por hoy hay una pérdida de identidad cristiana. Recuerdo que en la década de los ochenta, cuando recién llegué a los pies del Señor Jesus, fui enseñado a empezar una nueva forma de vida, no solo interior sino exterior. En aquellos tiempos, el testimonio que se daba de que se era una persona convertida a Cristo y que había experimentado el nuevo nacimiento en su vida interna, se debía mostrar en lo externo.
De manera que todos aquellos que entramos al Reino de Dios tuvimos que cambiar radicalmente nuestras costumbres en la forma de vestir, de cortarnos el cabello e incluso, la barba que muchos usábamos como una forma de arreglo personal. A las damas se les enseñó a cuidar mucho su apariencia femenina, dejar el pantalón y bajarle el ruedo a sus vestidos o faldas. Además de tener mucho cuidado de cubrir debidamente su cuerpo sin mostrar ni un ápice el color de su ropa interior.
¿Legalismo extremo? Entonces, la iglesia tuvo que hacer una revisión de su teología pública para poder explicar el fenómeno que vivíamos en aquellos años y que cimentaron profundamente nuestra fe en el Señor, en su Palabra y en sus mandamientos. En lo personal, aquellas enseñanzas de nuestro pastor dejaron un impacto tan profundo en nuestra forma de vivir y presentarnos no solo en sociedad pero también en privado de una forma que mostrara que éramos “evangélicos de pura cepa”, a diferencia de otros que seguían viviendo sus vidas como si no hubiera habido ninguna experiencia espiritual o mística en sus vidas espirituales.
Porque la escuela a la que pertenecíamos nos enseñaba que debíamos ser ejemplo de como vive un verdadero creyente. Que éramos cartas abiertas que el mundo podía leer y ver en nosotros que éramos casi representantes de la Iglesia a la que pertenecíamos sin avergonzar no solo en Evangelio de Cristo pero también a nuestro pastor que nos guiaba. Es decir, si un evangélico no daba muestras de un verdadero cambio en sus costumbres y formas de vivir, al que criticaban era al pastor, él llevaba la culpa de nuestro mal comportamiento.
Hoy, en el tercer siglo, estamos viendo un retroceso en lo que a la conducta cristiana se refiere. Los jóvenes ya no muestran ninguna diferencia entre ellos y los del mundo. Lo que se debió escribir en sus vidas como cartas humanas no están enviando ningún mensaje a otros jóvenes que debieran ver en ellos un mensaje de cambio. Las señoritas que asisten a los cultos de jóvenes se están comportando de la misma manera que sus amigas del mundo. Los varones se visten, se presentan exactamente igual a los muchachos de la calle, de los incrédulos. Podemos ver en muchos grupos de alabanza que ya no representan lo que realmente debieran representar dentro de los cánones de santidad y consagración al Señor al que dicen servir.
Sus estilos musicales, sus ropas, sus conductas vanas y vulgares desdicen mucho de lo que debieran ser.
Entonces, ¿como nos ven los del mundo? Porque vergonzosamente ahora ni biblia llevamos bajo el brazo porque lo que llevamos son celulares y tabletas para entretenernos mientras empieza el servicio. Y tenemos que ser dolorosamente sinceros: La cristiandad ya no impacta a nadie con su presencia. No hay ninguna diferencia entre un evangélico y un incrédulo.
Es por eso que leer lo que le dijeron a Gedeón hace miles de años atrás me inspira estos pensamientos. Zeba y Zalmuna habían dado muerte a algunos jóvenes en la batalla contra los madianitas. Cuando Gedeón les pregunta qué aspecto tenían, que como eran a su vista, estos dos reyes le responden con la verdad: Eran como tú, parecían hijos de rey. Notemos que Zeba y Zalmuna no eran gente común. Eran reyes. Sabían distinguir entre un plebeyo y un patricio. Como gentes de abolengo, sabían ver quien era quien. Y lo que más me impresiona es que ellos ver a Gedeón mismo como un hijo de rey…
¿Como sería el aspecto de aquellos jóvenes mártires? ¿Cómo se comportarían delante de los reyes enemigos como para que ellos los calificaran de esa manera? ¿Y como sería la conducta del mismo Gedeón ante ellos como para que lo distinguieran de la misma forma al decirle que aquellos muchachos eran como él, como hijo de rey?
Nos debiera dar vergüenza a los pastores que no hemos enseñado a nuestros jóvenes que sus vidas tienen que enviar un mensaje diferente a su sociedad. Que las personas que se congregan en nuestras congregaciones -valga la redundancia- debieran comportarse, vestirse y actuar de una manera que muestren que pertenecen a la familia Real, a la familia de Cristo nuestro Rey y Señor.