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domingo, noviembre 24, 2024

Levantando a los caídos

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Jeremías 20:9  “Pero si digo: No le recordaré ni hablaré más en su nombre, esto se convierte dentro de mí como fuego ardiente encerrado en mis huesos; hago esfuerzos por contenerlo,

y no puedo”

No hay nada más doloroso que desear ministrar a la gente que no desea ser ministrada.  Es decir, a los pastores nos ataca de vez en cuando una especie de ansiedad y frustración porque, como el profeta, nos sentimos fracasados al no lograr que las personas que han sido puestas bajo nuestro cuidado rechacen la ayuda espiritual que les queremos dar.

El crecimiento lento y perezoso de muchos cristianos nos hace caer en depresiones que muchas veces nos achacamos a nuestro mal comportamiento, nos acusamos internamente que no estamos haciendo bien las cosas, que no estamos siendo efectivos en nuestro llamado y hay algunos que se han atrevido a tirar la toalla del ministerio y dedicarse a otra cosa en vez de seguir sintiendo esa especie de cansancio espiritual que les hace sentir que Dios ya los desechó.

Y el Diablo aplaude ante esa idea.  Y los anima a buscar otro horizonte en otras tierras dejando abandonada la grey y buscar “otra cosa mejor que hacer”.

Eso le sucedió al profeta Jeremías hace miles de años atrás.  No logró convencer a nadie en Israel que Dios lo único que quería era hacerles bien.  Rechazaron su mensaje tan abiertamente que se atrevió a expresar sus pensamientos de fracaso en las lineas arriba escritas. Tuvo el valor de enfrentarse ante la realidad de su llamado el cual él sentía que no era genuino, que no valía la pena seguir predicando porque la gente en vez de escucharlo lo ignoraban dolorosamente y le hacían sentir que su mensaje era vacío y sin sentido.

¿Y Dios, mientras tanto? Dios le dice que no calle, que siga hablando, que no le harán caso a sus profecías y mensajes pero que su obligación era hablar hasta que recibiera la orden de callar.  Mientras tanto, el profeta que tanto desdén sufrió de parte de su pueblo tuvo que continuar bregando ante la esterilidad y antipatía de su pueblo.

Eso fue lo que engrandeció a Jeremías. Este hombre nos deja un hermoso legado a todos aquellos que como él, a veces nos sentimos tan mal con nosotros mismos que el Diablo nos hace pensar que estamos en el lugar equivocado, en el momento equivocado con el mensaje equivocado. Pero al leer su testimonio, sus momentos grises, sus momentos tanto de luz como de sombra, esos instantes en que solo Dios pudo fortalecerlo y no dejar que sus brazos decayeran, ese es el legado que nos impulsa a continuar con nuestro mensaje.  En lo personal, después de varios años en el ministerio y ver pasar tantas clases de personas en mi congregación, también he sentido esos momentos de oscuridad, he sentido que viajo en una espiral sin fin que me hunde más y más en la soledad y la ansiedad del ministerio.

Sin embargo, ¿como he salido de ese túnel? Ah, si no fuera por el Señor quizá me hubiera hundido en el naufragio de mi propia existencia. Solo Dios ha podido explicarme por qué permite esos túneles que parecen no tener salida. Y, cuando me siento a escribir cosas como estas, entiendo que el Señor me ha hecho pasar por esa vorágine con el propósito de comprender la razón de esos momentos de ansiedad y sufrimiento internos. 

Las personas resilientes aprenden a través de sus vivencias a obtener un gran sentido de compromiso, comprensión y humildad.  Además, tienen una fuerte sensación de control sobre los acontecimientos y están más abiertos a afrontar los cambios de la vida.  A su vez, tienden a interpretar las experiencias estresantes como una parte más de su existencia y plenitud.

Las personas con gran sensibilidad compromiso y optimismo surgen de la crisis, la derrota y el sufrimiento.  Según Albert Einstein: “La crisis es la mejor bendición que puede sucederle a las personas porque trae progresos.  La creatividad nace de la angustia.  Quien supera la angustia, se supera a sí mismo.  Sin crisis, no hay desafíos, sin desafíos, la vida es una rutina, sin crisis no hay méritos.  Es en la crisis donde aflora lo mejor de cada uno.  Hablar de crisis es promoverla y callar en la crisis es exaltar el compromiso”.

Las crisis entonces, no son enviadas para dejarnos tirados a medio camino, no, son enviadas a nuestra vida para enseñarnos una lección.  Sabemos que todo lo que Dios permite para nosotros tiene un propósito. Nada llega porque sí, sin motivo alguno. En la cosmovisión de Dios, todo tiene un motivo per se. Y uno de esos motivos es enseñarnos a encontrar dentro de nosotros ese caudal de posibilidades que nunca pensamos tener a menos que la crisis nos obligue a sacarlo de nuestro interior. 

La depresión, la crisis, el desaliento, todo lo que sufrió Jeremías y nosotros en algún momento, es para hacernos ver que Dios tiene un plan maravilloso para perfeccionarnos y hacer de nosotros un instrumento de más bendición, más edificación y más humildad. 

Dos hombres nos pueden responder a todo esto: Jesus y Pablo.

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