Génesis 30:1-2 “Dame hijos, o si no, me muero. Entonces se encendió la ira de Jacob contra Raquel, y dijo: ¿Estoy yo en lugar de Dios, que te ha negado el fruto de tu vientre?”
Yo no lo sabia, sinceramente, no lo sabía.
Mi búsqueda empezó como a los diez y siete años. Sabía que había un vacío dentro de mi que necesitaba ser llenado. Entonces me dediqué a buscar en la poesía pero no me llenó ese vacío. Lo busqué en los viajes, recorrí toda Centro América en búsqueda de ese “algo” que necesitaba pero tampoco lo hallé. Tuve un par de relaciones juveniles creyendo que era allí en donde iba a encontrar lo que mi alma necesitaba pero estuve equivocado. Luego me sumergí en las salas de cine y me embriagué de películas de toda clase con tal de sentirme satisfecho. Pero tampoco eso me lo concedió. Entré al Ejército y creí que con la disciplina, el orden y los turnos nocturnos mi vida iba a encontrar lo que tanto buscaba.
No se sabe con certeza si fue Agustín quien dijo una frase que lastima aún muchos pensamientos religiosos: “Incluso un hombre que toca la puerta de un burdel, está en busca de Dios”. Cualquiera diría que el autor hace una apología del pecado y la inmundicia, una justificación de la carnalidad y la mundanalidad. Pero analizando detenidamente esa frase que hace tropezar a muchos, y observando con retrospectiva mi propia búsqueda de Dios, puedo entender lo que quiso decir Agustín.
Raquel es un ejemplo de este tema: Su hermana había tenido ya varios embarazos mientras ella era estéril. Sin embargo, en su interior, bullía un volcán de pasión, de búsqueda de su propia realización y de su identidad como mujer. Y un día, cansada de esperar un milagro, se queja contra su esposo. Le exige que le resuelva su problema de identidad. Se desespera, da un grito de agonía porque no puede comprender que lo que ella necesita no es un hijo, ni una relación íntima con Jacob. Ella lo que necesita es a Dios. Pero, al igual que yo en mi historia, no lo sabe. Ella cree que si Jacob la embaraza y tiene un hijo de él, ella estará completa. Se sentirá realizada. Y Jacob, sabiendo lo que su esposa sufría, le responde lo que ya sabemos: “Yo no soy Dios…”
¿En donde ha estado usted buscando a Dios? Hay mujeres que tienen hijos para sentirse realizadas y luego se dan cuenta que lo que lograron fue meterse en grandes problemas por la crianza, lo difícil de mantener las bocas que alimentar, pagar colegios y comprar vestidos. Vuelven a la soledad interna y siguen en la búsqueda de lo que solo Dios puede llenar.
Otros se casan con una hermosa mujer creyendo que con andar a su lado cobran valor, piensan que si satisfacen todos sus deseos materiales ella será la panacea a su búsqueda interior de la paz y la tranquilidad. Con el tiempo se dan cuenta que eso no los llena en absoluto.
Y hay quienes se sumergen en los estudios. Diploma tras diploma y nunca sacian el hambre que hay en su interior porque ese espacio está reservado para el Único Ser que puede llenar todos los espacios del alma humana.
Un buen trabajo, con un buen sueldo, a la postre lo único que deja es un cansancio y aburrimiento pues el dinero y el estatus no brinda lo que realmente el interior del hombre necesita. Ese nicho solo lo puede llenar su Creador, y mientras no lo conozca personalmente seguirá en la búsqueda de su plenitud.
Quizá si se toma el último trago de licor podrá sentirse lleno. Pero lo único que le queda es una resaca espantosa y un vacío cada vez más negro y lúgubre.
O tal vez una pastilla más para dormir en paz. Una cápsula más antes de dormir para encontrar un buen sueño. O una hora más de televisión.
Una aventura sexual más para vivir plenamente y encontrar ese sentido de llenura que su alma necesita pero solo le dejó más frustración.
Que tal un viaje más para gastar más dinero, para ver otras ciudades, para conocer más gentes. No, tampoco eso llena el hambre interior. Regresa a su casa con maletas llenas de cosas pero con el corazón vacío, más vacío que antes.
Entonces empieza a coleccionar cosas. Las revisa una vez más para recordar que todas son suyas. Las porcelanas que tanto cuida. Sus joyas que no alcanza a usarlas. Esas cosas que guarda en sus gavetas y que nadie puede tocar. Pero de pronto se da cuenta que nada de eso vale la pena porque sigue girando en una vorágine de soledad y hastío.
Hasta que llega a Jesus. O, mejor dicho, hasta que Jesus le encuentra. Como a la oveja perdida que gemía en la soledad de la montaña. Como la moneda perdida que hacía falta en el tesoro del Señor. O como el hijo pródigo que buscaba llenar su corazón con la inmundicia de los cerdos. Tres historias, tres tragedias y un mismo fin: Estar en el lugar perfecto. En la casa del Padre. Ese fue mi final en la búsqueda que mi interior necesitaba llenar. Solo Jesus ha podido inundar todo mi ser interior y exterior con su infinito Amor y paciencia. Es ahora que entiendo sus Palabras: “Porque yo sé los planes que tengo para ustedes, dice el Señor. Planes de bien y no de mal, para darles el futuro que tanto esperan…”