Hebreos 12:2 “…puestos los ojos en Jesús…”
Una buena mayoría de cristianos no viven la vida abundante que el Señor nos ha prometido a todos los que hemos creído en Él como Salvador y Señor de nuestras vidas.
Todos lo sabemos, sabemos que hemos sido comprados con el precio de su Sangre. Sabemos que hemos sido redimidos del pecado y del mundo que nos atosigaba con sus exigencias y banalidades. Sabemos que somos hechos nuevas criaturas, pero continuamos viviendo vidas paupérrimas, al filo de la miseria y las necesidades más básicas.
Incluso se han inventado axiomas o dichos pueblerinos para justificar sus estilos de vida en que falta todo y de todo. Mango caído, mango chupado es uno de ellos para indicar que cada centavo que cae en sus manos ya está predestinado a ser gastado en cualquier deseo que se tenga en casa.
Muchos ni siquiera tienen el privilegio de disfrutar de unas buenas vacaciones porque no saben disfrutar del presente. Siempre están pensado o en el pasado cuando sus padres nunca tuvieron para darles uno que otro gusto, o están pensando en el futuro y que hay que guardar para cuando haya hambre.
Pan para hoy, hambre para mañana es la excusa.
Y sus hijos no quieren creer en el Dios que escuchan que existe cuando van a la escuela dominical. No pueden creer en un Dios que no escucha las oraciones de sus padres y maestros. No pueden creer en un Dios que está hablando en la Biblia porque lo que ven en la realidad dista mucho de lo que cuentan las historias bíblicas. Como Jefté, preguntan: ¿En donde está el Dios que dicen que prospera y bendice? ¿En donde está el Dios que me cuentan que provee para un buen par de zapatos? ¿En donde está el Dios que cuentan que satisface los deseos escondidos del corazón?
Y la culpa la tienen los padres. Si, tristemente ellos son los culpables por las palabras que expresan, palabras de pobreza y de miseria. Cantan coros, leen la Biblia, tienen privilegios en la misma pero en sus casas tienen una doble vida: Vidas de pobreza y escaces. Y eso es lo que ven sus hijos. ¿Como creerán en Aquel de quien no han oído, cómo oirán si no les enseñan? Porque ya sabemos que pesa más lo que ven que lo que escuchan. Tus hechos gritan tanto que no escucho tus palabras, es la verdad.
¿En donde está el problema entonces?
En que la mayoría, dije al principio de este escrito, la mayoría de personas viven con los ojos puestos o en el pasado o en el futuro, pero casi nadie disfruta del presente. No estoy haciendo una apología del desperdicio o de la superfluo. Estoy siendo práctico. La Biblia nos enseña que debemos poner los ojos en Cristo, el hacedor de nuestra fe. Pero la mayoría tienen miedo a gastarse unos pocos dólares un domingo en la tarde para llevar a sus hijos a disfrutar de un buen helado, si, uno de dos bolas para que vean que Dios no solo provee frijoles y arroz, pero también es tan Bueno que provee para que disfrutemos un momento de bendición.
Mantener los ojos y el corazón en el pasado nos hace recordar con amargura los momentos que pasamos en la casa materna o paterna, lugares de pobreza en donde si teníamos dos pantalones éramos ricos. Si teníamos comida para dos tiempos era porque éramos más ricos que el resto de los niños de la cuadra. No digamos si teníamos zapatos los cuales lustrábamos a menudo para que parecieran nuevos. Y que decir de la única camisa que teníamos para ir los domingos a la Iglesia y que luego la teníamos que guardar para la siguiente semana. Ropa que nunca cambiaba de colores y que parecíamos fotos con la misma presentación de siempre, mientras otros muchachos estrenaban sin motivo alguno, solo porque sus padres actuaban de forma diferente a los nuestros. Recordar ese pasado a veces produce dolor, amargura y cólera porque un niño no entiende de pobreza, eso lo asimila en la vida adulta y es entonces que puede perder la fe en el Dios que ha creído porque cuando fue niño o niña no tuvo más que ropa usada por la pobreza que imperaba en su hogar.
Hoy, que es un adulto, pone sus ojos en el futuro. Y repite la misma historia con sus hijos, solo que al revés. Se obliga a ser miserable y no gastar dinero que le puede llegar a servir más adelante y priva a sus hijos de disfrutar el presente. Y volvemos al mismo círculo vicioso: El niño no entiende de futuro. Él solo sabe vivir en un presente eterno, cree que nunca va a envejecer, no cree que algún día va a necesitar algo porque su corazón le enseña que lo que vale es el hoy. Pero no así sus padres que por miedo a quedarse sin nada para el futuro, no disfrutan el presente y no solo se privan ellos pero también a sus familias de disfrutar de un presente que el Señor nos ha dicho que pongamos los ojos en Cristo y no en los tiempos que faltan por venir. Si, hay que vivir con mesura pero no con miseria. Son cosas diferentes.