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viernes, mayo 3, 2024

De pronto un «NO», cae bien

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Mateo 10:5 “A estos doce envió Jesús después de instruirlos, diciendo: No vayáis por el camino de los gentiles, y no entréis en ninguna ciudad de los samaritanos…”

Hasta el año dos mil cinco, mi agenda estuvo saturada de compromisos en varias iglesias del país.  Sin afán de parecer orgulloso o pretencioso, el Señor, sin darme cuenta, me estaba enseñando cosas que yo no sabía.  Por algo el profeta dice: Clama a mí y yo te responderé. Esas palabras están escritas en muchas paredes de congregaciones como un mantra, como una declaración de fe, pero lo que no ponen es el resto: Y te mostraré cosas grandes y ocultas que tú no conoces. Esa es la parte que yo necesitaba conocer.

Y la única manera de hacerlo fue meterme de cabeza en el ministerio de la Palabra de modo que muchas iglesias me agendaban para sus campañas anuales. Claro, sin temor debo confesar que me sentí en la pináculo de mi llamado. Iba de un lugar a otro y a veces hasta aceptaba compromisos dobles cada día. Una prédica a las siete de la noche en un lugar y otra a las once de la noche cerrando alguna vigilia. Era un caos ministerial y yo no lo sabía.

Hasta que llegó el colapso. Mi esposa se atrevió a hablarme del asunto, mi pastor me llamó desde Guatemala para ponerme en mi lugar y fue entonces que caí en la cuenta de algo: Yo no sabía decir no. Y en ese afán de agradar a los pastores que me invitaban constantemente a sus iglesias fui cayendo en un estrés terrible, en miedos en la carretera y en un gasto enorme de energía interna.

Mi vida espiritual sufrió las consecuencias. Mi congregación sufrió también las consecuencias porque tuve que empezar a delegar a otras personas para que sacaran adelante los compromisos propios de mi segunda obligación: atender el rebaño que Dios me había confiado. Si, el segundo, porque el primero fue mi esposa que se empezó a sentir sola y relegada por mi abandono como esposo.

La regañada de mi pastor, como dijo David, me cayó en lugares deleitosos. Me hizo ver que de cuando en cuando hay que decir “no”.  No fue fácil para mi hacerlo, pero el Espíritu Santo tuvo compasión de mi vida y mi salud y me convenció de que el consejo de mi pastor venía de Él y que con su ayuda podría hacerlo.

Ahora que recuerdo ese episodio de mi vida me pongo a pensar: ¿Cuantas personas han caído en algún pecado sexual o pornográfico por no saber decir no?

Cuantas mujeres se han visto envueltas en una relación pecaminosa que ha puesto en peligro no solo sus virtudes y sus valores pero también su hogar o su matrimonio, todo porque no supieron decir no?

Señoritas que han perdido su valor íntimo al haber cedido a las peticiones de un pícaro que se aprovechó de ellas y las dejaron abandonadas con un hijo bastardo porque en su momento no supieron decir no.

Pastores que han perdido su ministerio porque se vieron envueltos en  una relación prohibida por la Biblia que ellos mismos enseñaban, todo porque no supieron decir no a sus impulsos varoniles.

Jesus les dijo a sus ayudantes que no fueran a predicarles a los gentiles ni a los samaritanos. Me imagino más de una frente arrugada y ojos inquisidores viendo y escuchando a Jesus darles ese tipo de instrucciones. ¿Acaso no tenían que ir a todos los lugares a predicar que el Reino de Dios se había acercado?  ¿Acaso no estaban ellos siendo capacitados para llevar las Buenas Nuevas a todo aquel que se cruzara en su camino?  ¿No había dicho Jesus que él había venido a salvar al mundo?  ¿Entonces?  ¿Por qué ese NO tan rotundo del Señor para que ellos no fueran a cumplir su misión?

Esas son las “cosas ocultas que tú no conoces”. El tiempo de los gentiles no había llegado. Iba a haber un tiempo diseñado por el Padre para que Jesus y sus discípulos fueran a la gentilidad. Pero por el momento, mis amigos discípulos, solo a Jerusalem y a las ovejas perdidas de la Casa de Israel. Los demás ya tendrán su oportunidad.  Cornelio y Jairo se lo demostrarán. Pero hoy no. Así de sencillo.

Si nosotros no aprendemos de la historia, escribiremos nuestra propia historia. Y eso duele. Pregúntele a una madre soltera si ha sido fácil criar sola a un hijo. Pregúntele a una mujer golpeada y abusada por un borracho si ha sido fácil su vida matrimonial. O hable con un predicador “muy” solicitado como yo que tuve que aprender mi lección en carne propia.

Todo por no saber que de cuando en cuando…hay que decir “no…”

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