1 Samuel 15:17 “Y Samuel dijo: ¿No es verdad que aunque eras pequeño a tus propios ojos, fuiste nombrado jefe de las tribus de Israel y el SEÑOR te ungió rey sobre Israel?”
A más de alguno no le va a gustar lo que va a leer. Si usted, querido pastor, líder o como se llame dentro del Cuerpo de Cristo es de malas pulgas, le recomiendo no seguir leyendo este escrito. Si usted es de los que no les gusta que se les diga la verdad mejor corte aquí y no se exponga a enojarse con quien escribe lo siguiente.
¿Sabe por qué? Porque una buena mayoría de pastores y líderes de la iglesia no saben a qué fueron llamados por el Señor a quien dicen predicar a las masas que se congregan con ellos. Y es que a mayor crecimiento de la congregación, mayor compromiso con Dios que les ha confiado sus rebaños para que los cuiden, los alimenten adecuadamente y que se hagan responsables de su llegada al Cielo.
Pero no es eso lo que estamos viendo en la actualidad. Para ser sinceros, este fenómeno no empezó este año post pandemia, ya la iglesia venía siendo socavada desde sus cimientos cuando nos llegó a El Salvador la famosa moda de los encuentros, del iglecrecimiento y de la rebaja de los patrones bíblicos con tal de alcanzar a los dizque perdidos.
Sin darnos cuenta, los perdidos ya no son los que están afuera de los templos, los que van a las cervecerías de moda, escuchan música del mundo, tienen sus “bandas” que les acompañan en sus karaokes nocturnos. Ahora los perdidos son los que están sentados en las sillas de la iglesia, son los grupos de alabanza que ahora también se llaman bandas y no ministerio como antes. Y es que muchos líderes se han vuelto a los rudimentos del mundo. Ahora los pastores se visten como los ídolos de moda, con camisetas estampadas con letreros que quieren señalar al Señor como su Señor, con pantalones ajustados y pelo largo al estilo del más puro rapero del mundo. Ahora la iglesia se ha permitido el error de ser permeada por las modas del mundo en donde los líderes usan gorras a la hora de ministrar la Palabra, calzan tenis de alta gama y su presentación dista mucho de la antigua ortodoxia.
No sé si soy retrasado mental, si he quedado obsoleto en materia de ética pastoral pero me niego a caer en la masa de líderes que están copiando la forma de presentarse ante el Altar de Dios a la moda de los motivadores tipo Steve Jobs que se negó siempre a usar saco y corbata y que ahora una buena mayoría de líderes a imitado.
Tristemente, el eslogan que han utilizado es que para alcanzar a los perdidos del mundo hay que vestirse como ellos, hay que identificarse en sus modas y estilos de vida y conducta. Hoy ya no es pecado que un pastor beba cerveza con sus amigos con tal de llevarlos a la salvación. ¿Salvación de que? me pregunto. Sin querer meterme en conflicto con nadie, incluso se sabe de pastores que se han tatuado ya estando en el ministerio para quedar bien con sus amistades y demostrarles que no les hace ningún daño hacerlo, olvidando que la Palabra Dios prohibe hacerse tatuajes en la piel, porque sencillamente la piel es el empaque del cuerpo y éste tiene que ser santo tanto como el resto del cuerpo. Si no lo cree, pregúntele a Pablo.
Es por eso que cuando leo en el libro de Samuel la pregunta que éste le hace a Saúl con relación a su llamado a ser líder y rey de su pueblo, me incita a escribir lo que está leyendo. ¿Acaso todos nosotros los líderes y pastores de una congregación no éramos pequeños, sin ningún perfil merecedor del enorme privilegio de haber sido llamados por el Rey del Universo y ungidos para guiar al rebaño de Dios? ¿Acaso no éramos, como dice Pablo: la hez del mundo? ¿Acaso no éramos anodinos y desconocidos en el mundo hasta que el Señor tuvo piedad de nuestras vidas y nos puso al frente de su congregación?
Ah, pero ahora que ya tenemos hecho un nombre, ahora que aparecemos en la televisión y somos invitados a presentarnos ante algunas autoridades del mundo, ante personalidades que nos invitan para ganar adeptos, nos sentimos el tapón del océano. Nos creemos la última coca cola del desierto y nos vanagloriamos de nuestros títulos que el sistema nos ha regalado. Ahora nos damos el lujo de presentarnos con barba de tres días, con ropas que no dicen nada de la realeza que el Señor nos ha impregnado. Hemos avergonzado a nuestro Rey olvidando que somos sus siervos, que solo somos mayordomos y no dueños de su Reino.
Saúl había hecho lo mismo. Se le ordenó cumplir una orden de parte de Dios pero se sintió más grande que el mismo Dios. Perdonó lo que no debía haber perdonado. Hizo lo que el pueblo le dijo que hiciera y no lo que Dios le había dicho. Olvidó que la corona no era suya, que no era parte de sus propiedades que incluso eran pocas. Su corona, su buen nombre, su prestigio, todo era de Dios que lo había escogido para ser rey de su pueblo. Creo que Saúl es el precursor de muchos líderes que por quedar bien con su congregación, con “sus muchachos”, pierde de vista que ha sido puesto para ser un paradigma de ellos, un ejemplo de virtud y de santidad.
No, mis amigos, no podemos seguir siendo la burla del infierno, no podemos seguir avergonzando a nuestro Señor por el simple deseo de identificarnos con el mundo para hacerles creer que somos maduros y que podemos gestionar nuestras conductas como lo estamos haciendo. Hemos sido puestos por Dios para ser luz a los gentiles y no esconder nuestra luz debajo de alguna tradición. Punto final.