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domingo, noviembre 24, 2024

¿Por qué perdemos?

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2 Samuel 12:8 “…y si eso hubiera sido poco, te hubiera añadido muchas cosas como estas”

David, David, perdiste tu oportunidad David…

¿Y sabes qué? Dios, en su Ley, nos ordena de no olvidar.  No olvidarnos de él, de sus mandamientos y de sus estatutos.  Pero no quisiste recordar esa instrucción que a pesar que eras rey, también para ti aplicaban esas palabras.  Y eso te llevó a la pérdida de todas las demás cosas que Dios tenía para ti.

¿Qué cosas serían esas? No lo dice la Escritura, pero conociendo al Señor, creo que eran cosas muy hermosas.  Te había dado la Casa de Israel, te había levantado del anonimato y te puso en lugares de eminencia, tanto que las mujeres te compusieron una elegía en la que honraban tus hechos de valentía.  Eras admirado por todos tus soldados, eras respetado por reyes extranjeros y gobernantes poderosos como los filisteos.  Dios te había dado un nombre y  la belleza de tus poemas eran lectura obligatoria en las casas de tus siervos. Saúl te tenía miedo por eso te atacaba, como una fiera acorralada que saca sus zarpas para defenderse del terror que le produce algo o alguien. Eras admirado por tu valentía y tu arrojo. Gozabas de la fidelidad de tus siervos y no hubo un rey tan admirado por todos, tanto que hasta el profeta a tu servicio te concedió hacerle un Templo a Dios aunque ése no era su Plan.

Y aún te hubiera dado más.  ¿Qué cosas eran esas?  No me puedo imaginar todo lo que se pierde cuando un hombre que ha sido nombrado por Dios para ser líder de una congregación o de una casa de estudios permite que su corazón se llene de soberbia y arrogancia.  Se han visto grandes hombres, y al decir grandes no se trata de grandeza humana sino la grandeza que Dios les imparte al confiarles un buen grupo de gentes que se sienten en las sillas de sus templos a escuchar la Palabra que puedan alimentar sus almas, y en vez de eso abusan de su autoridad, abusan de la confianza de Dios puesta en ellos y hacen cosas que ponen en riesgo la confianza del Señor y tiene que desecharlos como a Saúl, como tantos ejemplos que tenemos en la Biblia.

No debemos olvidar que la Biblia es un Libro de fe, pero también es un libro de jurisprudencia. Ese olvido puede llevarnos a la pérdida de lo que Dios tiene para nosotros sus siervos. David aprendió en carne propia lo que se esperaba de un rey como él: Humildad, franqueza, transparencia y un caminar en santidad.  Todo para agradar a quien lo puso en ese lugar para que hiciera la Voluntad de su Dios.  Pero un momento de  descanso, un momento de solaz lo llevó a nebulizar sus sentidos y perdió el rumbo. Una cosa lo llevó a otra. Hasta que el resultado de sus juegos nocturnos lo llevó al fracaso.

Siempre me he preguntado qué pensaría su general cuando leyó la carta que le envió David de manos de Urías para que éste fuera puesto en el frente de la batalla para que muriera. No hay que tener cinco dedos de frente para imaginar que luego de la muerte del soldado y el posterior matrimonio de David con Betsabé -la viuda-, atara cabos y se diera cuenta del truco tan vil que el rey había usado para deshacerse del esposo abnegado y fiel que era Urías.  Siempre he querido saber qué pensaría Joab cuando tuvo en sus manos esa famosa carta que era el testimonio de una sentencia de muerte para el soldado Urías cuyo nombre significa “Jehová es mi luz” pero que estaba en un momento de estorbo para los planes siniestros de su rey. 

Urías ha pasado a la historia como el arquetipo de aquellos que se han vuelto víctimas de la arrogancia y el orgullo prepotente de sus gobernantes. Y tristemente, David ha quedado en la historia como un hombre que olvidó lo que Dios dijo que no olvidemos: Que no hay nada oculto que no haya de ser manifestado. Que lo que hagamos en oculto se dirá desde las azoteas. 

Si todo lo que Dios le había dado a David era hermoso y era deseable, ¿qué más cosas tendría en sus planes para darle?  Eso debe ser nuestro reto actualmente. Si el Señor ha tenido misericordia y gracia para con nosotros sus siervos, si nos ha puesto en lugares de autoridad no es para abusar de ello sino consagrarnos cada día a buscar su Rostro, a buscar su Palabra y su Consejo que son los ingredientes necesarios para desarrollar un ministerio que honre su Nombre y que la Gloria de su Majestad sea reconocida. 

Para nosotros no hay vacaciones, queridos pastores. Para nosotros no hay descanso en tiempos de guerra. Si usted cree todavía que tiene “derecho” a sus vacaciones, recuerde la historia de este famoso rey que tuvo la osadía de quedarse en cama hasta el medio día mientras los demás estaban en el frente de batalla. David perdió la batalla más importante de su vida. La batalla contra sus deseos carnales, contra su pereza espiritual y contra los principios más importantes de la ética Divina.

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