Génesis 50:25 “Luego José hizo jurar a los hijos de Israel, diciendo: Dios ciertamente os cuidará, y llevaréis mis huesos de aquí”
Éxodo 13:19 “Y Moisés tomó consigo los huesos de José, pues este había hecho jurar solemnemente a los hijos de Israel, diciendo: Ciertamente os visitará Dios, y entonces llevaréis de aquí mis huesos con vosotros”
Estamos viviendo una época en que la lealtad se está diluyendo. Nuestras vidas están siendo afectadas por la frialdad, la falta de sinceridad y el compañerismo entre nosotros los hermanos en Cristo se han perdido. No sé en qué momento de la historia actual hemos perdido el sentido de ser fieles a nuestras palabras, a nuestros compromisos y a nuestros valores. Somos una generación que ya no cumple sus promesas ni tenemos sentido de fidelidad ni a Dios ni a los hermanos.
Jetro, por ejemplo, cuando Moisés fue comisionado por Dios para que fuera a Egipto a liberar al pueblo que estaba esclavizado por esa nación, ofreció a Moisés que mientras él guiaba al pueblo por el desierto para llevarlos a la libertad, él, Jetro, se haría cargo de cuidar a su esposa y a sus hijos. Pasaron años antes que Jetro dejara de cumplir su compromiso. Su palabra era tan valiosa que supo mantener su integridad al tener bajo su cuidado a su hija y a sus nietos. Cuando vio la posibilidad de que ya había cumplido su promesa, los llevó a Moisés al desierto. Exodo 18:5…
Moisés, a su vez, es otro ejemplo que tenemos de ser fieles a las promesas que se hacen incluso aunque no fuera él quien prometió alguna cosa. Fueron sus ancestros quienes se comprometieron a cumplir un deseo de un amigo que les pidió antes de morir que cuando fueran liberados de la esclavitud, tomaran sus huesos para llevarlos con ellos a la Tierra que Dios les había de dar.
Imaginemos esta escena: Éxodo 11:1-2 “Y el SEÑOR dijo a Moisés: Una plaga más traeré sobre Faraón y sobre Egipto, después de la cual os dejará ir de aquí. Cuando os deje ir, ciertamente os echará de aquí completamente. Di ahora al pueblo que cada hombre pida a su vecino y cada mujer a su vecina objetos de plata y objetos de oro…”
La noche de la liberación del pueblo, el Señor le había dicho a Moisés que antes de salir le pidieran al pueblo egipcio su salario retenido durante años en la forma de oro, plata y cosas preciosas. Y, mientras los primogénitos de Egipto estaban muriendo y sus padres llorando, incluyendo a Faraón, todo el pueblo estaba pidiendo a sus vecinos los objetos de oro que tuvieran a mano para ellos. Todos estaban afanados buscando como llenar sus sacos, como llenar su deseo de tener todo el oro posible para iniciar su viaje al desierto.
Todos, menos uno.
Moises se privó de llenar sus alforjas con cosas materiales que podría necesitar en su viaje. En lugar de eso, fue y buscó en donde estaban los huesos de José quien había dicho a la generación anterior que no los dejaran en Egipto. Entre todos los israelitas que habían escuchado y sabían el deseo de José, ninguno se acordó de cumplir ese pedido porque estaban ocupados en llenar sus ambiciones personales, sus deseos egoístas y satisfacer su necesidad por las cosas materiales.
Solo Moisés que había escuchado de sus padres el juramento que habían hecho para cumplir el deseo de José que no dejaran allí sus huesos, buscó la forma de cumplir aquella promesa de fidelidad al hombre que los había alimentado, que los había cobijado en la tierra de Gosen y que se había dedicado a vivir para ellos. Solo Moisés, en el momento de la crisis por la salida de Egipto tuvo la osadía de cumplir la palabra que sus ancestros habían empeñado para cumplir el deseo de un difunto hacia años atrás.
Es un hecho que cuando no cumplimos nuestros votos o nuestros juramentos, algo dentro de nosotros muere con esa palabra que se ha muerto por falta de fidelidad. Cuando un hombre no cumple su palabra de ser fiel a su esposa, el matrimonio empieza a morir poco a poco. La confianza se pierde, el honor se mancilla y la persona pierde la fe en su cónyuge. Cuando una mujer no cumple sus deberes conyugales, cuando no sirve a su esposo y no lo atiende, está perdiendo un poco de su integridad porque no está siendo fiel a su compromiso de cumplir sus votos matrimoniales. Cuando una oveja deja de serle fiel a su pastor y se avergüenza de él está traicionado sus principios y su ética de vida.
El compromiso de la fidelidad nos exige a todos que mantengamos nuestros valores espirituales y personales a flor de piel. Aun a costa de nuestros propios intereses, se pide de nosotros que seamos y mantengamos la fidelidad a toda costa para agradar al Señor que nos lo pide y que nos ha dado el ejemplo.