1 Corintios 9:16 “…¡ay de mí si no predico el evangelio!”
La mayor tragedia del ser humano es no saber qué vino a hacer a esta tierra. La mayor frustración del hombre en general es no saber para qué es útil, para quien fue creado, para qué y como desarrollarlo.
Adan y Eva vivían en un mundo perfecto. Su vida era aburrida. No tenían nada de qué preocuparse, no tenían ningún desafío para crecer, para vivir para algo y para alguien. Cuando decimos que todo esta perfecto queremos decir que ya todo está terminado. Que ya no hay nada más que hacer para mejorar algo. Adán y Eva llevaban vidas aburridas, sistemáticas, perfectas en todo sentido.
Hasta que les llegó un problema: El pecado. La fruta o lo que usted quiera ponerles en el camino. A partir de ese momento, las vidas de Adan y Eva ya no volvieron a ser aburridas. Todos los días se levantaban con un deseo de hacer algo. De mejorarse mutuamente. Un deseo de vencer obstáculos, de vencer su propia inclinación al mal.
Cuando hablamos de civilización estamos hablando de un conglomerado de gentes que un día se levantaron con el deseo de hacer algo para alguien. Lo sumerios nos legaron sus escritos. Los egipcios nos dejaron sus pirámides. Los judíos nos brindaron su sabiduría. Los mayas nos dejaron su calendario y así podemos seguir la lista.
¿Que estamos dejando nosotros para otras vidas que vengan después de nosotros? ¿Para qué nos levantamos cada día? Es por eso que los que no tienen un sentido de ser no quieren levantarse de la cama y caen en postración espiritual y física. No tienen un motivo para levantarse, no tienen sentido de la vida, no saben para qué o para quien levantarse.
Ser civilizado es levantarse cada mañana con el deseo de cumplir un deseo. El deseo de cambiar el entorno donde vivimos. Cambiar a las personas que se crucen por nuestro camino. Así como un cocinero se levanta cada mañana a preparar los desayunos para su clientela, así como el vendedor de periódicos se levanta cada mañana para llevar sus diarios a sus lectores, así nosotros los cristianos debemos levantarnos cada mañana con el deseo de hacer algo para alguien. Debemos ser gentes deseables. De nada sirve todo lo que estoy estudiando si no tengo el deseo de enseñarlo a otros. Si no escribo para los que leen estas columnas de nada sirve lo que aprendo.
La vida, mis amigos, es asunto de sueños, de deseos, de alcanzar metas. El panadero se levanta de madrugada a hacer el pan que muchos se llevarán a sus bocas, él no solo piensa en el precio, eso viene después, la razón de madrugar es para cumplir un deseo interno que es el motor de su existencia.
Eso fue lo que vivió Pablo cuando todo se puso en contra suya, cuando sus enemigos quisieron detenerlo para que no siguiera predicando el Evangelio. El mismo nos enseña que no lo hacía para ganar dinero, lo hacía porque dentro de él había un impulso que era el resorte que lo llevaba cada vez más alto para realizar su propósito.
Ser una persona civilizada significa que tengo una razón para despertarme de buen humor, dando gracias a mi Dios porque me da la oportunidad de un nuevo día para impregnar de lo que tengo a otras personas. Es saber que tengo un propósito que cumplir cada vez que abro mis ojos a un nuevo reto, a un nuevo obstáculo.
Hay personas que no encuentran un motivo para vivir, para desarrollar sus talentos y dejar que el viento se lleve sus obras a las vidas que están esperando ser influenciadas por lo que hacemos. Ese fue el dilema de Nietzsche cuando observó al hombre viviendo una vida mediocre y por debajo del lindero donde su Creador lo quería levantar. Por eso escribió “Quien no tienen alas no debe tenderse sobre abismos”, porque todos hemos nacido para cumplir un Plan diseñado desde antes de nacer. Ser civilizado, amigos míos, es vivir cada día como si fuera el último de nuestra existencia, es vivir pensando siempre en quién estará tocando a la puerta de mi vida para encontrar un poco de lo que yo tengo para darle.