Cuando escribo este artículo, estoy oyendo la Opera Opera «Satyagraha» (by Phillip Glass, English National Opera, London, 2007) con texto de la antigua escritura sánscrita Bhagavad Gita, es un relato conmovedor de las experiencias formativas de Mahatma Gandhi en Sudáfrica, que lo transformaron en un gran líder.
“Cuando asomó la cabeza por encima de las barreras metálicas, la pequeña Amal abrió los ojos al ver la terminal de llegadas del Aeropuerto Internacional Kennedy el miércoles. Miró a la izquierda, luego a la derecha y tomó su gran maleta verde con calcomanías de arcoíris y sol. Estaba un poco nerviosa y un poco perdida, como le suele suceder a los recién llegados a Nueva York.
Pero, entonces, se escuchó algo de música. Mientras la pequeña Amal atravesaba la terminal, la Orquesta de la Ópera Metropolitana; su director musical, Yannick Nézet-Séguin, y su coro de niños comenzaron a tocar para darle la bienvenida: era el coro final de la ópera de Philip Glass sobre los primeros años de vida de Gandhi, Satyagraha, cuyo título se traduce más o menos como “resistencia” (The New York Times).
Parece una historia para niños, pero es para niños y adultos. Porque representa el viaje (a veces sin retorno) de los que lo dejan todo para ir en busca de un futuro que no parece prometer mucho y que a veces solo ofrece la nada…
Amal, es una marioneta gigante. Mide 3.6 metros y es manejada por 4 personas.
“Ella le dará visibilidad a algo que la gente no quiere ver”, comentó Amir Nizar Zuabi, director artístico de Walk Productions, que presenta el arte público en el que participa Amal, junto con St. Ann’s Warehouse en Brooklyn.”
Amal, la marioneta, que vio su vida en Turquía, viaja primero por Europa y ahora llega a los Estados Unidos, con maleta y la mirada huidiza, como lo es la visión y los gestos de los emigrantes cuando llegan a un lugar donde nadie les da la bienvenida y son como una especie rara y hasta molesta que viene a estorbar en la vida cómoda a la que nos hemos acostumbrado.
La marioneta Ama, cuyo nombre en árabe significa “esperanza” viaja y no se detiene, porque en un sentido, los refugiados y los que emigran parecen tener el camino por hogar y a veces es lo único que conocen.
De momento, Amal, no tiene planes de “viajar” a América Latina, pero nos haría mucho bien tenerla en todos los países de México al sur. Porque la conciencia no se refresca automáticamente si no nos remece alguien o circunstancias que nos vienen a decir que “las cosas” no son normales, sino que nos enfrentamos a un tiempo en que todo pareciera cambiar de la noche a la mañana. Como lo dijera alguien, el éxodo de millones de personas (se calculan 150 millones de todos los continentes, los que han abandonado hogares, familias, culturas e idiomas), toca a nuestra puerta y no podemos ser indiferentes al dolor y a las necesidades de seres humanos, incluyendo niños, que piden lo mínimo para subsistir.
Cristo, anunciador de buenas nuevas y un emigrante desde que fue un infante dijo que cualquiera que se animara a dar un vaso de agua a un sediento, vestir al que lo necesitara y acoger al desesperado sería como si “el favor” se lo estuvieran haciendo a él…
Y los que profesamos alguna fe o creencia, cantamos con mucho vigor, aquellos de que “estar con Cristo es mucho mejor” olvidándonos que es posible, por qué no, que ese Cristo nos llegue todos los días en la mirada de temor y huidiza de los emigrantes que buscan algo, como la pequeña Amal, y que nosotros tenemos, pero que nos cuesta compartir. Eso, hasta que seamos nosotros los que tengamos que partir buscando un destino mejor.
(guillermo.serrano@ideasyvoces.com)