1 Reyes 11:7 “Entonces Salomón edificó un lugar alto a Quemos, ídolo abominable de Moab, en el monte que está frente a Jerusalén, y a Moloc, ídolo abominable de los hijos de Amón”
1 Reyes 13:33 “Después de este hecho Jeroboam no se volvió de su mal camino, sino que volvió a hacer sacerdotes para los lugares altos de entre el pueblo…”
Desde siempre, no se sabe cuando en la historia del hombre empezó la creencia idólatra del Dios de las Tormentas. Este era un dios pagano que se hizo de un nombre en las culturas del antiguo oriente. Esta creencia llenó la mente y el corazón de todos los habitantes de aquellos lugares de tal manera que incluso los hebreos, que adoraban a un solo Dios, cayeron en esa idolatría.
El asunto nació porque los hombres, al ver que las tormentas venían de lo alto, empezaron a practicar el culto a ese dios desconocido, sin nombre y sin rostro que les inundaba sus tierras y a veces los dejaba sin alimentos, por lo que empezaron a ofrecerle sacrificios para calmar su ira.
Según los estudiosos, el verdadero sentido de todo esto es llamar a esos lugares “Montes Altos” porque era de donde el agua vertida desde los cielos bajaba con ímpetu sobre sus valles inundando todo a su paso.
Esa creencia se volvió parte de la cultura de los pueblos semitas y se incrustó en sus mentes y en sus corazones de tal manera que los montes altos llegaron a ser sinónimo de la búsqueda del Dios de Israel. De manera que vemos que los montes altos servían incluso para buscar la Presencia de Dios como el Monte Sinaí en donde el Señor se reunía con Moisés. Es por eso también que para Abram no fue extraño que Dios le pidiera a su hijo en sacrificio en un monte alto. Para Abram era normal hacer un sacrificio en un monte alto.
Cuando leemos los salmos encontramos a David cantando su poema que dice entre otras cosas: Alzaré mis ojos a los montes… Porque incluso en su cultura existía la creencia de lo que estamos hablando. No es casualidad incluso, que la ciudad de David, Jerusalem haya sido construida en un monte.
Pero la cosa no termina allí. Muchos reyes de Israel limpiaron sus territorios del paganismo que se apoderaba del corazón del pueblo como lo hizo el Rey Josías que destruyó los altares paganos, pero no pudo quitar los lugares altos. Era algo tan profundo en el corazón de los hombres que siempre existieron en la tierra prometida. Esta tradición se fue volviendo algo que, sin darse cuenta, empezaron a adorar a Jehová pero al mismo tiempo adoraban a otros dioses que moraban en los lugares altos. De allí que se convirtió en sinónimo de adoración falsa, algo que el Dios de Israel aborreció siempre.
Ni Salomón, con toda su sabiduría logró erradicar ese mal, cayendo él mismo en ese pecado cuando dice la Biblia en 2 Reyes 23:13 “El rey (Josías) también profanó los lugares altos que estaban frente a Jerusalén, los que estaban a la derecha del monte de destrucción, que Salomón, rey de Israel, había edificado a Astoret, ídolo abominable de los sidonios, y a Quemos, ídolo abominable de Moab, y a Milcom, ídolo abominable de los hijos de Amón”
Incluso, como leemos en la historia de Jeroboam, él mismo instituyó sacerdotes para que quemaran incienso a los dioses falsos de Betel.
Bueno, ¿que tiene que ver esto con nosotros? ¿Acaso somos nosotros paganos también? ¿Acaso nosotros hoy, que nos alimentamos del Evangelio de Cristo en el tercer siglo adoramos en los Lugares Altos o Montes Altos? ¿Nosotros también tenemos ídolos abominables en nuestro corazón a quienes adoramos en nuestros propios lugares altos?
Con mucha vergüenza tenemos que admitir que si los tenemos. Que también adoramos el ego que llena nuestros corazones en nuestros lugares altos en lo profundo de nuestro interior. Nosotros, como aquellas gentes del pasado, también adoramos secretamente nuestro orgullo, nuestra soberbia de creernos mejores que los demás, que menospreciamos a nuestro prójimo, que en nuestros pensamientos y altares secretos criticamos y marginamos a los demás. Que nos negamos a amar a otros tal como son, a aceptarnos mutuamente porque nos creemos una clase especial de personas. También nosotros hoy quemamos incienso a nuestros baales y a nuestros ídolos falsos que habitan dentro de nuestro corazón.
Nos asombramos de lo que hicieron aquellos reyes del Israel antiguo, nos asombramos cómo pudieron mantener esos altares secretos en sus montes altos e incensar a sus dioses falsos y paganos, pero no queremos darnos cuenta que en el altar de nuestro interior también incensamos a nuestros propios dioses falsos al mismo tiempo que decimos que adoramos a un solo Dios, al Dios Verdadero de los Cielos, pero negamos la realidad que también estamos adorando en secreto al famoso dios de las Tormentas.