Por: Edgar López Bertrand Jr. / Pastor General Tabernáculo Bíblico Bautista Amigos de Israel
La palabra lealtad despierta un fuerte sentimiento de pertenencia y solidaridad.
El Instituto Latinoamericano de Liderazgo indica que cuando existe una relación de lealtad, las personas involucradas pueden hablar con absoluta sinceridad, lo que permite hacer observaciones sobre errores o equivocaciones con la intención de mejorar.
La lealtad es una convicción, en donde la persona se compromete con los allegados de tal forma que estará presente en los buenos momentos, así como también frente a cualquier dificultad, si se define un antónimo de este valor moral se describiría a la traición.
La lealtad está asociada a la fidelidad “alguien leal es alguien que no te da la espalda, ni con actitudes, ni en pensamientos”. Dios quiere que haya hombres y mujeres leales a Dios, a la familia, a la iglesia y a su trabajo, entre otras cosas.
LEALTAD:
Firmeza: Esta característica la demuestra hacia ideas, personas, compromisos, valores o instituciones.
Confianza: La persona leal inspira confianza a través de sus actos.
Compromiso: Para tener lealtad se requiere demostrar compromiso y también credibilidad.
Coherencia: Una característica básica de la lealtad es la coherencia o lógica en cada acción que realiza.
Constancia: La seguridad y constancia son otras características que forman parte de los «hábitos leales»
Ética: Contar con un comportamiento ético es otra de las principales características de lealtad.
Palabra: La persona leal da valor a su palabra, compromisos y promesas.
Dios ha establecido la mismísima esencia de la lealtad a través de su relación de pacto con su pueblo: «Conoce, pues, que el Señor tu Dios es Dios, Dios fiel, que guarda el pacto y la misericordia a los que le aman y guardan sus mandamientos, hasta mil generaciones» (Deuteronomio 7:9).
A través de su pacto, el pueblo de Dios tiene la seguridad de Su amor eterno, del cual ningún creyente puede separarse jamás (Romanos 8:35-39). Dios promete su lealtad y compromiso con nosotros. Aunque los pactos de Dios con el hombre son unilaterales, pues promete cumplirlos por sí mismo, también hay una llamada a la lealtad por parte del hombre.
Porque Dios dejó en claro que «si llegares a olvidarte del Señor tu Dios y anduvieres en pos de dioses ajenos, y les sirvieres y a ellos te inclinares, yo lo afirmo hoy contra vosotros, que de cierto pereceréis» (Deuteronomio 8:19). Los que resultan ser desleales son los que demuestran que no le pertenecen (1 Juan 3:24). Pero en cuanto a los creyentes, tenemos la promesa de que «si fuéremos infieles, él permanece fiel; Él no puede negarse a sí mismo» (2 Timoteo 2:13).
Estamos obligados a ser leales en nuestras relaciones con los demás. Pablo habla de su «compañero fiel» en Filipenses 4:3. Posiblemente esta persona desconocida sea Tito o Silas, pero, cualquiera que sea, era alguien que trabajaba fielmente con Pablo. También está Rut, la personificación misma de la lealtad, tal como se demuestra en su completa devoción y compromiso con su suegra: «No me ruegues que te deje, y me aparte de ti; porque a dondequiera que tú fueres, iré yo, y dondequiera que vivieres, viviré. Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios mi Dios» (Rut 1:16).
La lealtad de los verdaderos creyentes se demuestra en el compromiso con Jesús y Su evangelio (Marcos 8:35; Romanos 1:16). Es el reconocimiento de que Jesucristo es nuestra única autoridad y fuente de salvación (Mateo 28:18; Juan 14:6). Tal devoción y compromiso debe reflejar la actitud del apóstol Pedro, quien dijo: «si alguno habla, hable conforme a las palabras de Dios; si alguno ministra, ministre conforme al poder que Dios da, para que en todo sea Dios glorificado por Jesucristo» (1 Pedro 4:11).
Como discípulos de Jesús, demostramos nuestra lealtad y sacrificio al obedecer su mandamiento: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame» (Marcos 8:34). Pero aun cuando no somos completamente leales y fieles a Él, tenemos la seguridad de que Él permanecerá leal con nosotros: «Y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo» (Mateo 28:20).