Marcos 14:5 “Porque este perfume podía haberse vendido por más de trescientos denarios, y dado el dinero a los pobres. Y la reprendían”
El hermano se me acercó un día de culto en la Iglesia y me llamó aparte para decirme algo que “sentía” en su corazón. Me dijo que el Señor le había hablado y que nosotros, los encargados de la Iglesia debíamos hacer algo por los que pasan hambre en los parques del centro de la ciudad y que debíamos empezar un ministerio de alimentarlos como manda el Señor Jesus.
Cuando le pregunté qué proponía, me respondió que la Iglesia tiene la obligación de usar el dinero de los hermanos para eso. Que se levantara una ofrenda especial cada mes para cumplir con ese mandamiento de dar de comer al hambriento.
Me quedé pensando en esa sugerencia que a simple vista parecía buena. Parecía salir de un corazón noble y muy cristiano. Claro, hablar es una cosa pero hacer es otra. Cuando, ya a solas conmigo mismo pensé en esa plática debo confesar que me sentí un poco cucaracha porque no estábamos cumpliendo las expectativas del hermano en cuestión. Hasta que el Señor en su Misericordia, me mostró algo que está oculto en el pasaje que Marcos nos cuenta de la visita que Jesus hizo en una casa equis.
Sucedió en una reunión en donde un fariseo invitó a Jesus a que fuera a comer a su casa. También había invitado a sus amigos para que compartieran su mesa y la Presencia de su invitado especial. Bueno, de especial habría que ver porque en otra parte se nos cuenta que ni siquiera tuvieron el cuidado de cumplir las más básicas reglas del protocolo de bienvenida de aquella época.
La historia es apasionante. Por momentos alcanza niveles de pasión tan intensos que los demás comensales se quedan con la boca abierta por lo que ha sucedido tan intempestivamente que no pudieron evitar que sucediera. Y es que una mujer, si, una mujer ¡imagínense! una mujer se mete como pudo en medio de todos, sin invitación alguna y se arrodilla a los pies del Maestro y lo empieza a bañar con un perfume de nardo de la pureza más pura si se me permite la redundancia. Todo el cuarto se llenó con el olor del perfume, tanto que los fariseos amigos del fariseo pusieron atención a lo que estaba sucediendo.
Y cuando se dan cuenta de la acción de la mujer, empezaron las críticas. Dentro de sus corazones empezaron a pensar que Jesus no valía tanto como para derramar sobre su cabeza tal perfume tan caro. Es decir, minimizaron la persona del Señor sin saber que él estaba leyendo ese crudo y aberrante pensamiento acerca de él. Y en la superficie parecieron buenos, como aquel hermano que les conté al principio de mi escrito. Pero en el fondo de su ser, y es donde Jesus mira inevitablemente, había un gusanero de envidia, egoísmo, tacañería y para que seguir con la lista. Juzgue usted querido lector.
El asunto es que ellos querían hacer creer que se preocupaban por los pobres. Pero era mentira. Se preocupaban de su propio peculio. ¿Acaso no les decía su ley que en su pueblo no deberían haber gentes con hambre? Ellos lo sabían pero nunca habían hecho nada por los pobres. Ah, pero ahora que una mujer de la calle se atreve a “desperdiciar” ese perfume tan caro en el Cuerpo de Cristo, pegan el grito en el cielo. Como muchos de mis hermanos que se congregan en las Iglesias evangélicas.
Algunos juzgan despilfarro el derrame del frasco de nardo sobre la cabeza de Jesus, cuyo precio equivale al salario de un año. Lo que sucede en realidad es que pretenden cubrir las apariencias de su ambición, enfrentando la suerte de Jesus y la de los pobres, a quienes ellos dicen querer ayudar, pero no con su propio dinero sino el ajeno, el de la mujer.
Miren si no eran pícaros de primer orden: Criticaron a la mujer por tirar ese perfume que si se hubiera vendido, pudo haberle dado de comer a mucha gente. ¿Era bueno su razonamiento? Claro que si, pero el fallo estuvo en que ellos pensaron en el dinero de la señora y no en el de ellos. Es decir: Que el gobierno, la iglesia, los ricos gasten su dinero en hacer obras de caridad pero no los que critican. Ellos no tocan ni un centavo de su propiedad para darle al prójimo pero sí exigen que otros lo hagan con su peculio.
Jesus desenmascara sus verdaderas intenciones y enfrenta la hipótesis con la realidad: Tienen a la mano a los pobres, que cuando los quieran de verdad, los podrán ayudar. Pero que inviertan de sus propias billeteras, no con el dinero ajeno. Por eso les dijo a sus ayudantes en aquella ocasión en que le gente tenía hambre: Denles ustedes de comer.