Genesis 4:10 “La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra…”
La tierra está clamando. Si, está clamando por la redención del hombre. A la tierra le urge que el hombre sea restaurado a su estado original gracias al sacrificio de Cristo en la cruz. Gracias a su Resurrección. Porque la tierra está enferma. La tierra sufre dolores de parto dijo Pablo, porque está enferma.
En el principio de todo no teníamos efecto invernadero, nuestros ríos estaban totalmente limpios, nuestros mares eran de cristal, nuestra atmósfera pura, no existía contaminación ambiental, la tierra era aún una virgen por excelencia. Sin embargo, subía de la tierra un clamor, subía de la tierra un grito, surgía de la tierra una voz de protesta, un bramido de dolor, un lamento de tormento, una plegaria de angustia y congoja.
¿Que había pasado? ¿Se estaban talando los bosques? No. ¿Se estaban quemando los gases tóxicos que estaban dañando la atmósfera? No. ¿Se habían contaminado los ríos y los mares con tanta basura? Tampoco. Entonces, ¿que había pasado para que la tierra clamara al cielo?
Es que la tierra estaba herida, la tierra clamaba a Dios por un grave daño cometido. ¿Cual fue ese daño? “La sangre de tu hermano clama a mi desde la tierra”. No podemos engañarnos mis amigos. Tsunamis, temblores, maremotos, terremotos, sequías, hambrunas, aumento de las temperaturas, olas de calor. Toda suerte de cataclismos naturales no solo vienen por la manera tan irresponsable que nos relacionamos con el medio ambiente sino más aún, por la manera tan irresponsable que nos relacionamos con Dios, con sus preceptos y con sus mandamientos.
Pensamos que podemos humillar a Dios y que no nos pasa nada. Pensamos que podemos sacar a Dios de nuestras vidas, de nuestros planes y de nuestro tiempo. De nuestras escuelas y de nuestra economía y que nada pasará. Pero estamos equivocados. Dios no solo es el Ser transcendente que está allá en lo infinito, pero también el amoroso Dios que cuida su creación y vigila que no se crucen las líneas rojas que protegen su creación.
La importancia que todo esto implica nos obliga a repensar nuestro estilo de vida especialmente hacia los demás. Si estamos siendo las personas a quienes Dios ha encargado el desarrollo de la vida no solo nuestra sino también la de los demás. Porque los demás son también hijos del mismo Dios a quienes nosotros adoramos y decimos obedecer. Debemos observar con ojos críticos nuestro estilo de vida si estamos honrando a nuestro Creador al tratar bien a nuestros semejantes o los estamos tratando con el racismo tan obsoleto de la antigüedad. Si aun creemos que existen clases sociales dentro del ámbito de la Iglesia, de nuestra cuadra donde vivimos, si todavía nos dejamos impresionar por como se comportan los del mundo y que podemos imitar sus estilos de vida, estamos poniendo en grave riesgo la salud de nuestro propio universo, de nuestra propia vida y la de nuestra familia.
En la antigüedad, el primer problema que dañó a la tierra y por la cual ésta estaba clamando y clama aún no solo es la eliminación de la basura hacia nuestros mares, pero hay otras cosas más importantes que también la esta dañando. Y son esas cosas las que tratamos de ocultar a los demás, no queremos creer que despreciar a nuestros hermanos, dejando a los pobres con su pobreza, olvidando a los que tienen hambre, dejando desnudos a los desnudos, eso precisamente es lo que la tierra está clamando. La tierra se duele cuando un cristiano no tiende su mano y comparte con el necesitado de una porción para ayudarlo a salir de sus problemas de hambre, vestido y cobijo.
No se pretende que tengamos el síndrome mesiánico como muchos podrán creer. Pero tampoco podemos ser tan miopes de creer que la tierra está clamando solo por el efecto invernadero que daña la atmósfera, sino también en cómo tratamos a nuestro prójimo, como estamos tratando a nuestras esposas y esposos, como hablamos con nuestros hijos, como formamos nuestra familia y gastamos nuestro tiempo fuera de ese ámbito.
La tierra está clamando por el dolor que le hacemos sufrir cuando un hombre deja abandonados a sus hijos y a la madre porque su egoísmo lo llevó a buscar una nueva experiencia sexual. La tierra está clamando porque la iglesia se ha encerrado en sus cuatro paredes haciendo creer que todo está bien afuera, pero se olvida de aquellas niñas que han quedado embarazadas antes de tiempo porque un pícaro de la calle la violó o la engañó. Y ella se dejó engañar porque sus padres y los pastores no le han enseñado a los padres y sus hijos que la vida no es lo que se vive en la iglesia, la vida es vivida en el colegio, en la escuela, en la Universidad y allí los valores no cuentan, a menos que vayan inyectados en la misma sangre de sus asistentes.
La pregunta que Dios le hizo a Caín en el principio, es la misma que nos hace a nosotros hoy en día: ¿Qué has hecho con tu hermano? ¿En donde está tu hermano? ¿Sabes como está tu hermano? ¿Sabes si tu hermano tuvo comida para el día de hoy? ¿Sabes si está sano o enfermo? ¿Que tanto te has ocupado de las necesidades de tu hermano? Porque lo quieras o no, tú eres el encargado de darme cuentas de lo que ha sido de tu hermano. Su sangre clama a mi desde la tierra y tú tienes que responderme por qué está clamando.