Hechos 3:6 “Pero Pedro dijo: No tengo plata ni oro, mas lo que tengo, te doy: en el nombre de Jesucristo el Nazareno, ¡anda!”.
La religión, la rutina, el aburrimiento, la falta de fe, la codependencia hacia los demás, la inutilidad, la pobreza de alma, la poca visión y muchas cosas más tiene a muchos cristianos paralíticos dentro de la Iglesia.
Son los que llegan, se sientan, cantan un poco con cara de “pregúnteme que tengo”, dan unos centavos de ofrenda y se regresan a sus casas tan vacíos como entraron al Templo. La Palabra que se les predica ya no hace mella en su interior porque están parapléjicos de fe, son los mutilados en su interior, ya no sueñan con nada, no viven ni disfrutan su presente. Las cargas de su pasado les pesan tanto que ya no tienen ni el deseo de respirar. Lo hacen porque sus órganos automáticamente respiran, de otra forma, ya están muertos a la vida y a las promesas que el Señor les ha prometido.
Son los que si pudieran, pedirían que se les lleve al Templo cargados en sus camillas o en los brazos de aquellos que se han cruzado en sus caminos y han tenido que soportar sus estados de ánimo tan pesimistas que dan no solo lástima pero también miedo. Son los parias que una vez disfrutaron de la Alabanza al Señor pero poco a poco se fueron secando como hiedras pegados a una pared de rutina religiosa y se quedaron allí, descoloridos, faltos de vida porque en sus propias miradas ya no hay aquella luz que alumbraba a quienes les veían tan alegres, vivarachos y sonrientes. Pero ha pasado el tiempo y la parálisis de su fe les ha arrinconado a seguir cumpliendo sus ritos evangélicos pero por dentro ya no hay vida, solo una sombra de lo que fue y ya no es.
Así estaba este hombre que llevaban cargado a la puerta del mismo Templo en donde la Shequiná se manifestaba no solo en sus Atrios pero también en el Lugar Santo para aquellos que lograban ingresar hasta ese Santo Lugar. Pero este hombre, debido a su invalidez ya había perdido la confianza no solo en sí mismo pero también en el Dios que quizá antes de su accidente o enfermedad había alabado con todo su corazón, pero ahora sus limitaciones no le dejaban entrar confiadamente al Trono de la Gracia. Se conformaba con las migajas de la fe de otros. Se conformaba con recibir no un pequeño mensaje de fe sino una pequeña moneda para su supervivencia tan miserable. Ya se había acostumbrado a tenderle la mano a los que entraban a adorar al Dios de su pueblo y de su fe, poniendo mirada hipócritamente santurrona para lograr enternecer el corazón de aquellos que lo vieran. Se había acostumbrado a fingir algo que estaba lejos de ser.
Pedro, conociendo la pobre situación del hombre sentado en el piso del Atrio del Templo, sintió de parte del Señor que era hora de levantar a aquel desdichado. Era hora de que se pusiera sobre sus pies y dejara que su invalidez le llevara a humillarse y ser humillado por los demás que limpiaban sus conciencias poniendo una moneda en sus manos. La palabra que Pedro le dice al hombre nos abre un magma inmenso de pensamientos para lograr que su vida cambie radicalmente.
¡Anda! ya no te quedes en donde estás. ¡Anda! y vete a tu casa, entra a los tuyos y muestra las virtudes del que te sanó. ¡Anda, muchacho! y empieza a vivir la vida que te han regalado, las aventuras que te faltan por vivir, anda y besa los labios que te esperan, los hijos que te aman y quieren ver a un padre lleno de vitalidad y vigor. ¡Anda! porque aún faltan versos que escribir, canciones que entonar, alabanzas que brindar y abrazos que brindar.
¡Anda! vete a la calle a silbar la música de tu corazón mucho tiempo detenida, ¡Anda! porque te espera tu familia, tus amigos y conocidos porque dentro de ti hay mucha riqueza que compartir con los que necesitan. Recuerda que la vida se trata de ser sabio, tan sabio como el agua que es blanda, el fuego que es caliente y el zorro que es astuto. Ya has estado mucho tiempo quieto, ahora te toca levantarte y crecer en tu interior, buscar en tu soledad interna quien eres y que estas haciendo en esta vida. Porque tienes mucho que aprender para crecer y mostrar el fuego es decir el amor que solo puede suceder cuando te conoces a ti mismo.
¡Anda! y vuelve a enamorarte del amor, de la vida y de ti mismo porque la antítesis del amor es la soledad, es el odio hacia lo vivo. Y ese odio es un veneno mortal que acabará contigo lo quieras o no. Porque el odio empequeñece pero el amor engrandece. El amor abre puertas y el miedo las cierra. ¡Anda! y muestrate al mundo para que vean la Gloria de Dios en tu vida. ¡Anda!, no tengas miedo porque el amor confía pero el miedo duda.
¡Anda!, ya no sigas viviendo en un vacío que te va consumiendo poco a poco, ¡Anda! y llénate de la vida que Cristo ha dado para ti. Medita en esto y profundízate a ti mismo para llegar más lejos. Haz que todos sonrían a causa de ti, deja que los ríos de la vida te lleven a otros mares y puedas brindar vida a los que necesitan. Que al final puedas decir que conseguiste llenar no solo tus expectativas pero también las de los demás. No permitas que la rutina de la religión vieja y oxidada te limite a quedar en la Puerta. ¡Anda! y entra con la confianza de ser un hijo de Dios que te espera con los brazos abiertos para volver a darte vida y vida en abundancia.