Marcos 10:13-14 “Y le traían niños para que los tocara…” “Dejad que los niños vengan a mí…”
Ah, lo niños…
¡Quien comprendiera lo que es ser niño…!
Jesus se dio cuenta de algo que no le gustó, cuando sus propios discípulos estaban evitando que los niños se acercaran a su Maestro. Jesus los regañó duramente porque ellos, los viejos, no querían permitir que Jesus los tocara. Los “grandes” no querían dejar que los pequeños, los niños, fueran tocados por las santas y preciosas manos de Jesus.
¡Cuánta dureza de corazón! ¡Cuánta indiferencia hacia los niños!
Es lo mismo que sucede hoy en día en muchas iglesias “formales”, llenas de adultos, llenas de hombres y mujeres maduros, de tan maduros que ya están duros, sus cáscaras religiosas les han quitado la suavidad del alma, la ternura del corazón y la sensibilidad del espíritu.
Jesús les regañó porque los adultos no estaban permitiendo que Jesus tocara el alma inocente y pura de los niños. Ellos pretendían que esos niños tuvieran la madurez y la hipocresía de ellos, que se vistieran de la religión vieja y oxidada que ellos vivían en el interior de sus vidas.
Los discípulos pretendían que los niños fueran como ellos: secos, duros de derramar sus lágrimas, indiferentes al toque tierno y dulce de su Maestro. No, ellos querían que los niños fueran como ellos, alejados del Señor, que lo vieran de lejos, que no disfrutaran de su cercanía porque tenían mocos en sus narices, porque estaban sucios, porque molestaban con sus preguntas infantiles, porque los niños son sinceros, no esconden nada de si mismos, porque los niños siempre dicen la verdad, porque los niños se suben a las rodillas de los que ellos creen que los aman, porque los niños se dejan quebrantar cuando algo les duele, porque no saben ocultar su hambre, su necesidad de un toque que les haga sentirse amados y queridos por aquellos que ellos creen que son sinceros.
Y es que los niños no guardan rencor. No saben lo que es el odio, no saben lo que significa guardar recuerdos que duelan, sus padres los pueden castigar duramente, pero cuando sus lágrimas se secan, vuelven a creer que son amados, que sus padres no les negarán un beso cuando lo necesiten, que no les dejarán sin su pan de cada día solo porque se portaron mal en algún momento.
Los niños son duramente sinceros. Son transparentes como el cristal, ellos no saben esconder nada, por eso es peligroso tener ciertas conversaciones frente a ellos que todo lo escuchan y no saben discernir entre el amor sano y el abusivo. Porque ellos creen que todos los besos son sinceros, ellos creen que todos los abrazos son limpios, ellos piensan que todas las palabras son francas y dulces.
Dejad que los niños vengan a mi, les dijo Jesus, porque ellos son los que realmente heredan el Reino de Dios, porque para ellos no hay doblez de conducta, no hay nada escondido, todo lo creen, todo lo esperan, todo lo ven con ojos limpios.
Pero los viejos… Ah, los viejos…
Los viejos en la religión somos mentirosos, hemos aprendido a fingir lo que no somos. Hemos aprendido a disfrazarnos de cristianos santos cuando en realidad somos sepulcros blanqueados, somos muertos haciendo creer que estamos vivos. Los viejos no permitimos que Jesus nos toque porque nos da vergüenza llorar ante los demás, nos avergüenza mostrar que somos débiles y necesitados de un toque del Señor que nos quebrante, que nos permita derramar nuestro dolor en el Altar de su Presencia, es por eso que es tan difícil ser niños, porque los viejos nos hemos hecho una imagen de muy pulcros, de muy señorones de alta alcurnia, incapaces de sentir una pizca de ternura, incapaces de brindar una mirada de amor a menos que sea de suciedad y obscenidad apestosa a pecado y lujuria.
Disculpen, pastores, amigos líderes, pero cuántos de nosotros llegamos al culto dominical haciendo creer que somos la perfección andante cuando en realidad hemos ofendido a nuestra esposa que ha derramado lágrimas de dolor por el insulto que le tiramos a la cara solo porque la camisa que queríamos ese domingo no estaba planchada. Cuantos hemos llegado a la Iglesia a predicar un mensaje aprendido de memoria después de haber pasado una noche de borrachera o en un motel con la amante de turno y creemos que nadie se da cuenta de nuestra falsedad porque hemos aprendido a vestirnos de doble moral.
Los viejos no queremos ser tocados por las Manos Limpias de Jesus porque sabemos que nuestra suciedad y nuestra falsedad es tanta que no soportamos acercarnos confiadamente ante El para que nos muestre la podredumbre que reina dentro de nuestros corazones.
Así estaban los grandes apóstoles de Jesus. Ellos no querían que los niños “molestaran” a Jesus. Porque ellos creían que ir a Jesus es molestarlo con las peticiones sinceras y francas que solo los niños pueden expresar. No impidan que los niños vengan a mi. Ustedes viejos, no saben lo que es ser niño delante de Jesus. Déjenlos y vuelvanse ustedes como ellos.