Marcos 14:3 “…y rompió el frasco y lo derramó sobre la cabeza de Jesús”
Para hacer oraciones que según nosotros, asombren a Jesus somos buenos. Como los fariseos, hemos aprendido a hacer largas oraciones y hasta nos atrevemos a hacer muecas y ademanes para que los que nos vean, piensen que mientras más teatrales somos en la oración, mas consagrados a El estamos.
Craso error.
Aunque, si, hay muchos que se dejan impresionar por esas muestras físicas de la oración. Hay personas que califican a otros por su forma de orar o predicar. Fíjense que hace un tiempo, llegó una persona a visitarnos a nuestra congregación. Había escuchado desde otras cuadras los cantos que le brindábamos al Señor y se dio cuenta que eran los mismos que ellos cantaban en su lugar de adoración. Cuando llegó al culto, se sentó muy cortésmente y empezó a escuchar la prédica. Al poco rato, se levantó y se fue de la Iglesia.
Poco tiempo después me lo encontré caminando en una de las calles del barrio y le saludé y le pregunté por qué se había ido de la reunión la otra noche. Su respuesta me dejó lelo: “Es que usted no es predicador, hermano” ¿Por qué? le pregunté. “Porque usted no grita cuando predica” me dijo. Entonces, algo metiche y curioso, le pregunté en donde se congregaba y me respondió que en una iglesia pastoreada por el hermano S…
Entonces caí en la cuenta que ese hermano calificaba a todos los predicadores según el paradigma de su pastor. Todos los demás teníamos que ser como su maestro para que fuéramos dignos de ser llamados predicadores. Así están las cosas en la iglesia evangélica mis queridos lectores.
Bueno, pero hablando de lo que hizo la mujer que fue a ungir al Señor Jesus la vez que fue invitado por un fariseo a comer a su casa y no lo atendió como debía ser, ella tomó un frasco de alabastro y se atrevió a entrar a un lugar en donde solo hombres habían y se arrodilló para ungir los pies de Jesus con sus lágrimas y su cabeza con su perfume. Todos sabemos lo que espiritualmente significa ese gesto. Quebrar el corazón delante de Él y derramar nuestra alabanza, nuestro perfume sobre él como signo de adoración y reconocimiento de su señorío sobre nosotros.
Pero lo que me llama la atención y por eso mencioné el asunto de las oraciones, es que la mayoría de nosotros estamos acostumbrados a pedirle al Señor que nos quebrante. Quebranta mi corazón, quebranta mi vida y todo lo demás. Todo queremos que lo haga el Señor. Que sea él quien nos quiebre, quien nos humille y que nos haga nuevas criaturas.
Todos, menos esta misteriosa mujer.
Ella no le pidió a Jesus que le hiciera el favor de romper el frasco porque éste material, el alabastro es un mineral muy duro de trabajar. Imaginemos pidiéndole ella al Señor: hazme el favor de romper el frasco porque te quiero ungir con su perfume, quiero derramar mi amor y mi adoración sobre ti, pero fíjate que el alabastro es muy duro y yo no puedo quebrarlo. ¿Me harías el favor de romperlo, Jesus?
No, ella no era evangélica de este siglo. Ella era de las convertidas al Señor pero con seriedad, con sinceridad y carácter. Ella no pidió que Jesus le quebrantara el corazón si ese es el caso, ella lo hizo con la poca fuerza que podría tener como mujer. Pero fue ella quien rompió el frasco. ¿Como? No lo sabemos. No sabemos si lo golpeó contra el suelo, si utilizó algún martillo o piedra que tenía a mano, si hizo palanca con algo para romper el frasco. No lo sabemos, pero su acción fue propia. Ella quebró el frasco, nadie más lo hizo por ella.
Y esa es la diferencia entre la mujer de antaño y nosotros los evangélicos del tercer siglo. Queremos que Jesus nos quebrante y nos haga ser sensibles a su Palabra, a su presencia y que su Palabra penetre nuestro interior. Queremos que nos cambie, que nos transforme, que nos haga mejores personas, mejores esposos y mejores padres.
Pero esta mujer nos da una cátedra de lo que debe ser: Somos nosotros los que debemos tomar acción. Somos nosotros los que debemos quebrantar nuestros corazones, rehacer nuestros odres viejos y derramar nuestra Alabanza ante los pies del Señor.
Ya va siendo hora que la Iglesia evangélica que tanto presume de tener cien o más años de haber sido fundada en El Salvador, empiece a vivir un verdadero evangelio que transforme y cambie la vida de sus miembros. Que seamos ejemplos de virtud ante el mundo, que otros vean en nosotros la Imagen de Cristo que para eso fuimos alcanzados. Que mostremos las virtudes de Aquel que nos llamó de las tinieblas a su Luz admirable. Ya dejemos de pedir lo que nosotros debemos hacer.