Éxodo 5:21 “Y les dijeron: Mire el SEÑOR sobre vosotros y os juzgue, pues nos habéis hecho odiosos ante los ojos de Faraón y ante los ojos de sus siervos, poniéndoles una espada en la mano para que nos maten”
Ser pastor de una congregación no es nada fácil. Se necesita carácter, decisión, definición y sobre todo, mucho, mucho amor no solo por Dios pero también por las personas que se congregan bajo ese púlpito.
Ser llamado por el Señor para hacerse cargo del crecimiento de un pueblo tan diverso como es la Iglesia requiere tener la seguridad que fue él, el Señor, quien lo ha llamado porque las pruebas y desafíos que encontrará en el camino a veces son tan difíciles de comprender que muchos han tirado la toalla en medio del camino. Por lo menos conozco dos casos de esos. El pastor no aguantó la presión a la que era sometido por sus ovejas y sus problemas que mejor abandonó el ring.
No se les puede criticar. El llamado a ser guía y pastor de gentes que tienen sus propios conflictos internos, problemas familiares, traumas infantiles y una serie de situaciones del corazón, exigen un llamado a toda prueba. Y eso no es para cualquiera por más que la sociedad y especialmente los críticos quieran ver a un pastor como personas ignorantes, inútiles y que, al no encontrar un “mejor” trabajo se dedicaron a ser pastores. Nos llaman haraganes, perezosos, aprovechados y nos nombran con adjetivos peyorativos como “pastorcito” dando a entender que no somos nada ni nadie según su perspectiva.
Nada más lejos de la verdad. Aunque tampoco soy iluso al no pensar que entre nosotros habrá algún que otro mercenario que se aprovecha de las ovejas, les esquilman su dinero con engaños y artimañas con tal de enriquecerse. De eso no hay duda, pero quiero creer que son los menos.
Moisés fue llamado por Dios para libertar a su pueblo Israel que estaba cautivo en Egipto. Los faraones los habían obligado a trabajar sin sueldo por años bajo la autoridad de capataces que los latigaban para que hicieran el trabajo físico más duro de su época. Eran despreciados, tenidos en menos y estaban hambrientos, sedientos y andrajosos. Eran los parias en Egipto. Eran el alimento de las alimañas egipcias en la pirámide alimenticia social.
En este ambiente llega Moisés a hablarle cara a cara a Faraón y exigirle en el Nombre del Señor que deje ir a su pueblo. Que les de la libertad tanto tiempo deseada. Que ya no los retenga como sus esclavos y lacayos. Pero Faraón, en vez de complacerle su pedido, aprieta más las tuercas y obliga a sus esclavos hebreos a trabajar el doble. Aquí es donde entra la incomprensión. Los líderes de los israelitas se enfrentan a Moisés y Aarón y los culpan de haber provocado que el Faraón la tomara contra ellos. Fueron los sobalevas de Faraón. Los que lo adoraban como dios. Los que comían las migajas de sus manos con tal de tenerlo contento. Siempre hay gente así. Le reclaman a los mensajeros del Señor porque habían provocado el enojo del “maitro” como dicen en algún lugar del mundo.
¿Que culpa tenía Moisés para que le reclamaran esos cuidadores de la Ley de Dios? Qué había hecho Moisés sino obedecer el llamado de su Dios que le habló a través de la zarza? ¿Qué interés tenía Moisés como para que ahora le culparan de sus desgracias si siempre habían vivido bajo la bota del dios de Egipto? Moisés solo había obedecido el llamado a ser su pastor y libertador. Nada más.
Pero Moisés había hecho algo más que nadie se había dado cuenta o no quiso verlo. A saber: Moisés sacrificó el amor de su esposa al dejarla en la casa de su suegro allá en Madian. Abandonar a la mujer de su vida por obedecer a Dios e irse a un lugar solo, sin su compañía debió haber sido para este hombre un sacrificio muy grande. Quedar quizá como un irresponsable ante sus hijos y su propia esposa al no dedicarse al cuidado de su familia. ¿Cuantas veces Séfora se sintió abandonada, despreciada y engañada por el hombre que le había prometido estar con ella siempre y ahora se ha ido a libertar a un pueblo que ella no conocía? ¿Cuantas noches esta mujer se hizo preguntas que nadie pudo responder nunca? ¿Tan poco le importé a Moisés acaso? ¿Qué tan fuerte es ese Dios que le habló como para que nos dejara tirados aquí en Madian por seguirlo?
Sacrificó el amor y cuidado de sus hijos al dejarlos en aquella tierra. ¿Cuantas veces sus hijos preguntaron por su padre que los había dejado abandonados según sus pensamientos? ¿Qué traumas se introdujeron en los corazoncitos de esos pequeños al saber que su padre prefirió irse de casa a un futuro incierto y olvidarse de ellos? ¿Qué dolorosos recuerdos quedaron grabados en sus almas infantiles a causa de haber crecido sin el padre que los abandonó al cuidado de una madre soltera y un abuelo? ¿Cuantas veces esos niños desearon tener a su padre cerca para jugar con él o pedirle que le curara una rodilla lastimada y él no estuvo allí?
Sacrificó sus propios sueños de ser un día pastor de su propio rebaño de ovejas para pastorear el rebaño de Dios. Un rebaño mal agradecido. Un puñado de gentes ególatras, ingratos, egoístas y carnales que solo querían los ajos y puerros que Egipto les ofrecía en vez de una Tierra que era el más hermoso regalo que Dios podía darles.
Y, sin agradecerle nada a ese hombre que lo sacrificó todo por ellos, ahora le insultan y le echan a la cara la culpa de que Faraón les ha obligado a trabajar más que antes por su culpa. Porque ellos le hablaron de libertar a sus hermanos, ahora Moisés tiene que escuchar sus quejas e insultos. Eso tienen que sufrir algunos pastores, queridos lectores que han visto con malos ojos y con críticas acérrimas a los hombres que han dejado todo por obedecer un llamado que solo Dios y ellos pueden comprender.