1 Corintios 1:2 “…a la iglesia de Dios”
Seguramente voy a caer mal una vez más. Pero el asunto es que los que hemos sido llamados por el Señor para dirigir los caminos de sus ovejas, incluyendo las nuestras, no podemos cerrar los ojos ante lo que está sucediendo desde hace varios años atrás en la Iglesia de Cristo.
Para empezar -y no se necesitan años de teología para entender esto-, tenemos el deber de recordar que la Iglesia no es un conjunto de personas que llegan cada domingo a cantar, aplaudir y admirar el verbo o la verborrea de un líder que les platica algunas cosas que alegran los oídos de sus oyentes. No amigos míos. La Iglesia es la Esposa del Cordero. Es decir, la Iglesia como tal, ya tiene dueño. Es el Esposo que vino a dejarle las arras matrimoniales para que, llegado el momento, la presente al Padre como su esposa cuando se celebren la bodas que todos ya sabemos que van a suceder.
Sin embargo, nosotros los hombres -yo incluido-, hemos caído en el tremendo error de hacer con ella y en ella lo que se nos antoja con tal que la gente se sienta contenta. La Iglesia está conformada por personas, eso es cierto, pero hemos rebajado tanto a la Esposa del Señor endilgando conceptos como que un templo hermoso es la iglesia. Como que un púlpito elegante, bien alfombrado y con dibujos en las paredes es la iglesia. Como que una sillas cómodas, hechas a la medida en donde las personas se sientan codo con codo para aprovechar hasta el último centímetro del espacio es la iglesia. Las sillas tienen que ser bien forradas con telas y con monogramas elegantes para que los asistentes se sientan cómodos y contentos. Hemos tergiversado el principio. A la iglesia vamos a que nos incomoden, no a que nos hagan reír para olvidar un poco el estrés de la vida.
Y es que hemos creído que la iglesia o sea el edificio es un lugar para que la gente se sienta contenta. Es por eso que se les presentan domingos alegres, domingos futboleros, domingos carnavalescos y muchas cosas más. Lo importante, le decimos a las personas, son ustedes. Todo y todos los demás pierden importancia. Los verdaderamente importantes son ustedes queridos asistentes. El Espíritu Santo es importante, si, es cierto, pero no más que ustedes que diezman, ofrendan y nos admiran. Los importantes queridos clientes -perdón-, queridos hermanos, son ustedes que con sus ofrendas y regalos sostienen la obra de Dios.
Porque debemos saber mis queridos lectores, que bajo ese concepto, quien sostiene a la Esposa del Cordero no es el Esposo. Son los hermanos que llegan sonrientes cada domingo llevando sus licuadoras, relojes, comidas, frijoles y baratillos y toda una parafernalia de cosas para rifar para terminar el área de niños que falta por construir. ¿Saben por qué? Porque el Esposo no es capaz de proveer para que Su Casa sea construida. Y pongo Su Casa con mayúsculas para no caer en irrespeto. Porque la verdad de todo es que esa casa no es la de la Esposa del Cordero, es la casa que quiere el pastor o la junta directiva.
Hace unos años un hermano me convenció de comprar unos centímetros de tierra en un proyecto de construcción que su pastor quería llevar a cabo para construir un templo más grande. Me dio mis recibos porque por mi amistad con él accedí a ayudarlo comprando lo que le obligaban a vender sus superiores. Ha pasado el tiempo y no sé si se llevó a cabo tal proyecto. Y tampoco sé que se hizo el dinero que se recaudó para tal fin. No es mi incumbencia saberlo, lo hice por amistad no por convicción porque estoy seguro que si el Señor quiere hacerle una Casa a su Esposa él tiene los suficientes recursos para hacerlo sin ayuda de andar vendiendo centímetros cuadrados de tierra.
¿Por qué escribo todo esto que debe ser una espina clavada en más de alguno de mis amigos pastores? ¿O quizá no debo ser tan crédulo como para llamarlos mis amigos, quizá es mejor decirles mis hermanos? Pues por la sencilla razón que nos hemos adueñado de la iglesia. Nos hemos adueñado tanto que en la jerga cristiana se pregunta: ¿En donde se congrega usted? Ah, en la iglesia de fulano de tal. Ya no es en la Iglesia de Cristo o de Jesus o del Señor sino de fulano de tal.
Porque el tal fulano se ha adueñado de la Esposa de Cristo y la ha convertido en su marca personal, en su identificación. No me nieguen, lectores, que otra pregunta que se hace en los círculos pastorales es: ¿En donde queda su iglesia? ¿Su iglesia? ¿Es nuestra pues? ¿Fuimos nosotros a la cruz por ella? ¿Le hemos puesto nosotros las arras del Espíritu? ¿Hemos derramado nosotros por lo menos una gota de sangre por salvarla? ¿Sufrimos los látigos romanos en nuestra espalda para que ella fuera sanada? ¿Soportamos la escupida del soldado romano nosotros y nos quedamos callados?
Ya es hora de devolverle la Iglesia al verdadero dueño. Devolverle la Esposa al Esposo. Hacerle entrega al Esposo de la Señora como la llama Juan, y dejar de juguetear con ella a nuestro antojo. Ya va siendo hora de ir con el Dueño y pedirle perdón porque hemos hecho de su Esposa una corporación en donde se venden toda clase de artículos con la foto del pastor a todo color con sus dientes blanqueados y una sonrisa que ni la mujer que duerme con él cree que sea legítima. Vamos con actitud humilde y sinceridad de corazón y entreguemos las cuentas al Verdadero Señor y Dueño de la Iglesia que es Cristo el Señor.