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domingo, noviembre 24, 2024

Enamorados

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Lucas 10:41-42 “Marta, Marta, tú estás preocupada y molesta por tantas cosas; pero una sola cosa es necesaria, y María ha escogido la parte buena, la cual no le será quitada”

¡Ahhh, el amor…!

Es el causante de tantas tragedias como las griegas en donde los dioses del Olimpo se enamoraban de las mortales y de ellos nacían semidioses que gobernaban el mundo de aquellos tiempos.

El amor siempre ha estado presente en la vida de los hombres y mujeres que a veces no hemos sabido administrarlo como debe ser.  El amor ha causado dolor, angustia y decepción en aquellos que han sido traicionados por la persona que dijo amarlos y luego se fueron de su lado en busca de otro amor.

Aún en los círculos cristianos, el amor a sido el causante de fracasos matrimoniales. He escuchado a los mismos pastores decirme que se han enamorado de otra mujer y que las aman al mismo nivel que a sus esposas.  Algo que me cuesta digerir porque no se puede amar a dos mujeres o dos hombres al mismo nivel en materia sexual. Pero así están las cosas.

Hablando de estas dos mujeres que amaban a Jesus y que cuando él llegaba a su casa se esmeraban en mostrarle su amor, tenemos una gran diferencia entre una y otra.  No podemos dudar del amor de Marta que le cocinaba y le preparaba sus alimentos con tanto esmero como cualquier servidor de la Iglesia de hoy.  Tenemos hermanos que madrugan para ir al Templo a arreglar las sillas, hacer la limpieza de los pisos y baños para que todo esté listo a la hora del servicio. Eso es admirable. Son personas que creen amar al Señor y desean mostrarle ese amor en su servicio. 

El problema de ese amor es que se ocupan tanto de servirlo que se olvidan de escuchar su Palabra. Cuando llega la hora del mensaje, en donde todos debemos estar sentados esperando que nos hable a través de su Palabra, estos servidores están tan cansados que ya no tienen la energía suficiente para asimilar las enseñanzas. Su vida se queda seca espiritualmente, enfermos de fe y la duda ataca sus defensas internas y les provoca al final, hastío y apatía por la Iglesia.  

Hubo un problema: No conocían realmente lo que el Señor pide de todos nosotros como sus siervos. En lo personal tengo que tener mucho cuidado que mi agenda no me aparte de mi primera obligación que es estudiar su Palabra, hablar cada mañana con Jesus y presentarle no solo mi adoración íntima pero también mis peticiones y necesidades personales. Mantener, como dice la Escritura, el fuego encendido en el altar y cuidar que no se apague.

Pero el afán de servicio que se ha introducido en el alma de muchos cristianos les hace creer que servir es lo mismo que amar.  Servir es un fruto del amor. Servimos porque amamos. Y amamos a alguien que conocemos personalmente. Yo no puedo servir a otra mujer al mismo nivel que sirvo a mi esposa por la simple razón que no la conozco. Cuando voy conociendo más y más a mi Salvador me voy enamorando más de él y entro en una dimensión de saber qué le gusta, qué le agrada y qué debo hacer para satisfacer sus deseos y demandas. Es lo mismo con mi esposa. Mientras más la conozco, más la amo y mejor la sirvo. 

Pero, como Marta, somos una generación muy romántica. Le hablamos de amor a Alguien que no conocemos, servimos a Alguien que no sabemos qué clase de servicio espera de nosotros. Es decir, hablamos de él, nos enamoramos de él, practicamos la intimidad con él pero no obedecemos  y descuidamos lo que nos pide. 

María, en cambio, sabía qué era lo que le agradaba a su Señor. Que lo escuchara, que bebiera de su Palabra para intimar con él cada vez que se sentaba a sus Pies no para servirlo haciendo cosas o acciones físicas sino mostrándole su amor escuchando de sus labios las palabras de vida eterna.  Para María, amar a Jesus era sentarse y embelesarse con la miel que destilaba de sus labios. Era sumergirse en su corazón y hacerse una con él. Ver sus ojos como mares inmensos de ternura y compasión. Amar a Jesus, para María, era sentirlo cerca, sentir su corazón palpitar cerca del de ella, hacerse una con él y permitir que su Presencia inundara todo su ser.

María conocía a Jesus. Sabía qué le agradaba. No le cocinaba pero lo adoraba. No le preparaba sus alimentos pero le preparaba su corazón y toda su atención. Y Jesus se lo confirmó. Marta lo quería, pero María lo amaba. 

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